INTERNACIONALES: MAX PRIMORAC

De cómo la asistencia externa le ha fallado a la población afgana

A pesar de haber despachado el gobierno de los Estados Unidos de América...

21 de Agosto de 2022

 

A pesar de haber despachado el gobierno de los Estados Unidos de América -bajo el presidente Joe Biden- una suma de US$775 millones en asistencia humanitaria desde el desastrosos retiro de fuerzas militares desde Afganistán, un año atrás, la mitad de la población afgana (un aproximado de veinte millones de personas) continúa sumida en la hambruna.

Haqqani, Afganistán, Terrorismo internacionalEsto no representa cambio alguno desde el pasado año, cuando se nos informó que la mitad de la nación asiática precisaba contar con alimentos de emergencias y asistencia complementaria, a efectos de evitar caer en una hambruna devastadora.

Mientras tanto, el Talibán -que sacó provecho de la humillante retirada estadounidense- ha logrado consolidar su brutal control sobre el país, eliminando todo progreso realizado previamente, incluyendo la educación de niñas y mujeres, y la protección de minorías religiosas.

Durante más de veinte años, un establishment extranjero que giró en torno de la asistencia humanitaria -compuesto por burócratas, expertos de Naciones Unidas, contratistas y agencias- fracasó a la hora de ayudar a los afganos a aproximarse a un modelo de autosubistencia. El resultado fue un Estado fallido que hoy sobrevive en la que se ha establecido como la nación más pobre del continente asiático.

Centenares de miles de millones de dólares en dinero aportado por los contribuyentes de los Estados Unidos fueron despilfarrados, dejando al pueblo afgano hurgando entre la basura para sobrevivir, mientras el Talibán restablecía la condición de este país como nodo crítico para el terrorismo de proyección global.

Un año atrás, la asistencia financiera externa consignó un espeluznante 80% del presupuesto del gobierno local, y casi la mitad del PBI de Afganistán. La economía nacional en su conjunto fue aceitada por la asistencia internacional, que sólo rivalizaba con la lucrativa industria del opio.

El impresionante ritmo gracias al cual el país consolidó su colapso, para rematar luego en los brazos del Talibán, ha terminado por exponer al esfuerzo de reconstrucción como un mero programa internacional de beneficencia que destruyó la voluntad de los afganos para acercarse a la autosuficiencia. Desconecte Usted el cable del enchufe, y verá cómo el castillo de naipes de la asistencia financiera externa se derrumba.

Ni aún los granjeros afganos están hoy en capacidad de alimentarse a sí mismos, lo cual prueba hasta qué punto las políticas de ayuda financiera externa comprometieron hasta el más básico incentivo económico para producir siquiera alimentos -el proyecto humano más fundamental de todos.


Hoy día, estos mismos 'expertos' buscan resucitar programas pasados, bajo una definición ampliada de asistencia humanitaria. Con frecuencia, se oyen cada vez más pedidos de fondos de parte de pretendidos humanitaristas, con miras a revivir programas fallidos vinculados a la educación, la salud o la agricultura.

Los defensores de estos proyectos exigen que el gobierno de los Estados Unidos negocie con el Talibán, a criterio de reactivar el sector bancario y financiero de Afganistán. Dirán ellos, con el fin de evitar una hambruna generalizada, y para liberar miles de millones de dólares en activos que el gobierno de los EE.UU. mantiene congelados -y que, siendo propiedad del banco central afgano, podrían terminar en manos del Talibán.

Sin embargo, la causa que motoriza el hambre en Afganistán nada tiene que ver con las remesas insuficientes de dinero o de ayuda, sino con el problema que viene aparejado con un Estado fallido, con una economía destinada a la bancarrota por una sobredependencia de la asistencia externa, y por la actuación de un régimen brutal. Ningún aporte de fondos externos modificará estas realidades.

El hecho es que ignoramos si acaso la asistencia que despachamos llega efectivamente a aquéllos que la necesitan, o si los fondos son desviados por fuerzas del Talibán -para su propio provecho. No hay presencia estadounidense ni embajada en suelo afgano que pueda, en la práctica, ejercitar un monitoreo efectivo de tales programas.


De acuerdo a expertos del Woodrow Wilson Center, 'el potencial para la defraudación, el desvío, y el financiamiento de actividades terroristas es extraordinariamente elevado'. Y esto fue, apenas, parte de un análisis que tiene un año de antigüedad.

Siendo que el grueso del personal dedicado a asistencia ha abandonado el país, los elementos del Talibán acosan a los trabajadores remanentes para quedarse con su porción de la tarta. En virtud de que las agencias de asistencia resisten los llamados del gobierno estadounidense en pos de identificar debidamente a quienes entreguen asistencia Made in the U.S.A., el prospecto de que la Casa Blanca termine asistiendo al Talibán es muy concreto.

Si la Administración Biden cede a esas exigencias, y si el Congreso se decide a asignar partidas, en efecto estaríamos co-gobernando junto al Talibán. En cuyo caso, el gobierno estadounidense contribuiría a fortalecer el centro de poder Talibán.

En los hechos, y ya sin espacio para la duda, los Estados Unidos estarían financiando a un Estado terrorista.

Esta trampa de asistencia externa, infortunadamente, ha sido replicada en muchos otros países, y se ha vuelto mucho peor, por cuanto las partidas de fondos para ayuda se han incrementado en un tercio desde que Biden llegó a la Oficina Oval.

Por desgracia, es ya demasiado tarde para el pueblo afgano; ya no podrá escapar de un brutal y corrupto régimen Talibán -como tampoco podrá huír de un complejo industrial dedicado a la asistencia externa, el mismo que los ha dejado sin la capacidad para alimentarse a sí mismo.

Otras naciones han terminado rehenes de este ecosistema. Afganistán consigna una obscura advertencia: los países habrán de hacerse cargo de su propio desarrollo económico, y seguir el ejemplo de aquéllos otros que lograron liberar a sus patrias de una recurrente interferencia gubernamental externa. Acto seguido, dándole la bienvenida a la inversión.

La asistencia financiera de largo plazo nada tiene que ver con el sendero hacia la prosperidad o la estabilidad. Antes, bien; es una receta para garantizar el fracaso.



Artículo original, en inglés

El autor, Max Primoracoficia de director en el Centro Douglas y Sarah Allison para Política Exterior, en el think tank estadounidense The Heritage Foundation, en Washington, D.C. Previamente, Primorac sirvió como jefe operativo en la Agencia Internacional de los EE.UU. para el Desarrollo Internacional (USAID). Asimismo, se desempeñó como consultor senior para el gobierno afgano, entre 2009 y 2011.