POLITICA ARGENTINA: ANTONIO CAMOU

Argentina: ¿más de lo mismo, o golpe de timón?

Mientras la crisis socioeconómica no da tregua, el oficialismo continúa enfrascado en una desgastante refriega...

25 de Julio de 2022

 

Mientras la crisis socioeconómica no da tregua, el oficialismo continúa enfrascado en una desgastante refriega de poder con mal pronóstico. Pero no se trata solamente de una descarnada confrontación de intereses, necesidades y reyertas personales; también existe una auténtica disputa de visiones.

Sergio Massa, Daniel ScioliEsa batalla se da en varios planos y los actores se cruzan de vereda, si analizamos su posición en un nivel estratégico o en un orden más táctico (por ejemplo, Alberto y Cristina tienen diferencias significativas en su perspectiva económica, pero ambos se ponen de acuerdo fácilmente a la hora de responsabilizar al campo por la falta de dólares). Armar ese rompecabezas no es fácil, y tampoco quiero perderme en detalles. Muy esquemáticamente, podría decirse que, en el oficialismo, conviven dos miradas sobre la actual coyuntura.

La primera lectura, que hasta el momento parece el enfoque dominante, cree que estamos ante un estrangulamiento transitorio de billetes verdes (dada la presión combinada de la abultada factura energética, por un lado, y en razón de la supuesta “especulación” de los sectores exportadores a no liquidar divisas ante la ampliación de la brecha cambiaria, por otro). En todo caso, existen diferencias de matiz en el sentido de si conviene aplicar “palos” o “zanahorias” (incentivos), o alguna combinación de ambos, para estimular la venta de la producción agropecuaria, pero la idea de base es la misma: “Hay que pasar el invierno”. Aunque, si tenemos en cuenta que en nuestras latitudes el frío dura un poco más, tal vez para no errarle este esperanzado grupo puede ser identificado con otra bandera más ambiciosa: “Hay que llegar al Mundial”.

La segunda mirada, en cambio, pinta un panorama con tintes más sombríos. De persistir la confrontación política al interior del oficialismo, se intensifica el riesgo de un salto enloquecido de las principales variables económicas, que puede desembocar en un escenario de corrida generalizada (dólares, precios, bonos y depósitos), sin un techo cercano de estabilización y con deletéreas consecuencias sociales. Por eso, todo lo que ahora la dirigencia se demore en poner orden frente a este desparramo, volverá contra ella -más tarde o más temprano-, en la forma de un ajuste salvaje de las fuerzas del mercado, la agudización del conflicto social y/o un severo rechazo hacia las caras visibles de la política. Que algunos “amigos” del Frente de Todos anden por allí vociferando alguna de estas calamidades no es precisamente un buen augurio de lo que puede depararnos el destino.

Ante la contingencia de ese horizonte, los corrillos políticos, las mesas de arena de los analistas y las estimaciones de los operadores económicos, han comenzado a barajar distintas soluciones. Tal vez la más razonable sea que lo antes posible el gobierno intente reconstruir –al nivel de la Jefatura de Gabinete- un nuevo eje de poder con capacidad para centralizar las principales decisiones de la crisis. Pero, para que ese eventual empoderamiento sea creíble y efectivo, debe estar acompañado indefectiblemente de los simultáneos “renunciamientos” (entiéndase bien, a la lucha, no a los cargos) de Alberto y Cristina.

El fundamento de la propuesta es que el presidente y la vice deben recalcular necesariamente sus futuros políticos a partir de la agudización de la crisis. Nadie plantea entonces que se vayan del gobierno de manera formal, sino que virtualmente den un paso al costado en lo que hace a la toma de decisiones cotidianas, que pasaría a manos de una especie de “primer ministro”, apoyado por ambos. Si en algo deben ponerse de acuerdo es nada más, ni nada menos, que en el nombre de su delfín, o si preferimos decirlo con otra terminología institucional, pero igualmente monárquica, deben elegir un regente (que ipso facto y, si le va decorosamente bien, se convertirá en el heredero democrático al trono en representación del Frente de Todos). Por cierto, una vez designado este personaje, los tres en primer plano, acompañados de todos los gobernadores y legisladores que puedan conseguir, habrán de posar en una fotografía para los diarios, y para la historia. Y, dejarlo trabajar!     

El caso de Alberto es más sencillo, porque hace rato que no tiene futuro, salvo el de terminar su presidencia de la manera más pacífica posible (que no es poco), criar a su hijo (que le insumirá buen tiempo), escribir un libro, tal vez plantar un árbol, pasear a Dylan, etcétera. Sea como fuere, en esta nueva etapa y antes de su retiro, puede también hacer mucho de lo que más le gusta: viajar por el mundo y promover una política exterior más pragmática, en sintonía con Joe Biden, que entre otros frutos puede llegar a reportarnos el crédito externo suficiente para una transición tarifaria que alivie a la vez el bolsillo de los usuarios, las demandas de las empresas de energía y las exigencias del fisco. Todas esas aventuras seguramente le darán mucho material para sus insípidas memorias, para las que ya me animo a proponer un epígrafe. Es de Raymond Aron, que solía recomendar: “Si no sabe qué hacer, escriba un libro”…

El problema mayor obviamente es Cristina (quien ya hace rato lo es). En este punto, lo que muchos comienzan a visualizar es que tal vez la mejor opción para la vicepresidenta el año que viene sea asegurarse el tercer puesto de Senadora por la Provincia de Buenos Aires y, desde allí, intentar enfrentar sus voluminosas peripecias legales, probablemente negociando –a medio de camino entre la política y el derecho- que sus hijos queden sin condena. Su peor escenario, en cambio, es que la escalada de la crisis económica termine en una implosión del Frente de Todos y Ella ni siquiera logre ese módico objetivo de supervivencia política y judicial.

Candidatos de peso a “primer ministro” no sobran y las opciones a mano parecen limitarse a Sergio Massa o Daniel Scioli; tal vez puede sumarse algún gobernador con cierta proyección. En todo caso, los nombres son menos importantes que el perfil político requerido para timonear el gobierno en esta nueva etapa. No interesan ahora ni el pasado de cada uno, ni sus actuales imágenes negativas (el pasado siempre puede cambiarse, y la imagen puede mejorarse); no es un buen dato el hecho de que no se llevan bien entre sí, pero así es la vida. Lo interesante es que cualesquiera de ellos puede construir su propio futuro presidencial por la vía de ampliar su base de sustentación política y de ensanchar el horizonte temporal de toma de decisiones (algo clave para los agentes económicos en este aciago momento). Adicionalmente, deviene en fundamental el hecho de que los mencionados exhiben posturas amigables con los mercados desde una identidad peronista, y que ambos disponen (creo) de la voluntad personal para aceptar el desafío.

Dejando de lado a Alberto (que cada vez es menos relevante), Cristina encarna lo que he llamado una polarización obtusa. A todo trapo, puede reunir una intención de voto del 30%, pero subsiste un 70% que la detesta y que jamás de los jamases votaría por ella. Esta peculiar distribución de preferencias tiene una serie de negativas consecuencias económicas (la ruinosa política energética no es la menos notoria) y de efectos políticos perversos; en particular, Ella no tiene ningún incentivo para elaborar una política electoralmente “inclusiva”, corriéndose hacia el “centro” ideológico del espectro y captando el sufragio del  votante “mediano”. Simplemente, no puede hacerlo. Por eso, está condenada a “sentarse” sobre su masa de votantes (que le otorga un “piso” alto pero un “techo” bajo), y a tratar de fragmentar por cualquier medio a sus adversarios, tarea que seguramente no le desagrada.   

En cambio, Massa o Scioli son capaces de perforar ese límite, elaborando un conjunto de políticas públicas más razonables e incluyentes de las demandas de diversos sectores socioeconómicos y territoriales. Y, tanto en política como en economía, tiene presente aquel que tiene futuro, básicamente porque tanto una como la otra dependen de expectativas racionales de logro. Mientras el mercado ya ha descontado que el modelo económico del populismo kirchnerista está definitivamente agotado, y que políticamente Alberto y Cristina “ya fueron”, se requiere un delfín que todavía tenga un margen significativo para dar pelea, aunque ese margen se angosta con el correr de los días. Dicho sea de paso, ese eventual regente puede enfrentar a cualquier candidatura de Juntos por el Cambio en un terreno más equilibrado, compitiendo por el centro político, con lo cual dejaríamos atrás la polarización obtusa para pasar a una tradicional, que a esta altura de los acontecimientos sería un enorme progreso.

De acuerdo con esta mirada, sólo en el marco político de una Jefatura de Gabinete así empoderada podrá desplegarse un programa económico consistente y creíble, de sinceramiento de variables y de estabilización, como un puente medianamente organizado hasta las elecciones del año próximo. Un dato no menor de ese esquema es que permitiría corregir un problema organizacional que coadyuva al presente desaguisado: tener el circuito de las principales decisiones económicas repartidas en demasiadas manos, hace muy complicada o virtualmente imposible la coordinación de políticas. Por el contrario, un Jefe de Gabinete empoderado (junto a su ministro/a de economía) debería tener a mano el tablero de comando unificado de todo el proceso ingreso-gasto.

Nadie argumenta que la aquí presentada será una travesía sencilla, cómoda o carente de conflictos. No obstante, si no ponemos el caballo de la política delante del carro de la economía, será en extremo difícil salir del atolladero, y las medidas económicas aisladas que se tomen en el presente –en medio de las trifulcas del binomio presidencial- corren el albur de que se las vaya comiendo la crisis una por una. Si hasta hace un tiempo necesitábamos “solamente” un plan económico y un equipo profesional sólido e integrado, ahora hace falta mucho más: se necesita reconstruir un eje de poder político capaz de recuperar mínimamente la confianza de una sociedad descreída. 

Acto seguido, a partir de esa renovada base de sustentación política y de una bitácora económica razonable, será posible convocar a la oposición -pero desde el Congreso y sin mezclarse-, a respaldar un conjunto concreto de leyes orientadas a la reestructuración de un régimen económico que hace tiempo sólo entrega estancamiento, inflación, pobreza y desigualdad.

Dejo al mejor juicio de los lectores y las lectoras la evaluación de cuál de los candidatos disponibles da el ancho para el puesto. Sé que es una tarea ingrata, pero es lo que hay. En todo caso, me permito recordar el “performativo” comentario de César Luis Menotti, quien solía decir que, de dos jugadores parejos, el “bueno” era el que él ponía (al que le daba rodaje, le brindaba confianza, etc.).

Mientras tanto, es vital que le bajemos los decibeles a la confrontación. Irresponsables declaraciones como las de Juan Grabois, anunciando saqueos y pronosticando sangre en las calles, son todo lo contrario de lo que requerimos en este momento de la dirigencia.

Termino con un comentario -medio en broma y medio en serio- de Alain Touraine. El sociólogo francés solía decir sobre la política mexicana algo que puede aplicarse a nuestras tierras en este dramático momento. De acuerdo con esa boutade, el kirchnerismo estaría integrado por tres alas: una tendencia más “conservadora”, una tendencia más “revolucionaria”, y una tendencia a la “autodestrucción”.

Ya veremos en las próximas semanas cuál de ellas se impone


* El autor, Antonio Camou, es profesor-investigador del Departamento de Sociología (Universidad Nacional de La Plata) y docente de postgrado de la Universidad de San Andrés. Las opiniones son a título personal.