INTERNACIONALES: BRENT SADLER

EE.UU.: un incremento único en el presupuesto de Defensa no será suficiente para disuadir a China

En una serie de comentarios compartidos recientemente por el legislador Rob Whittman...

27 de Junio de 2022

 

En una serie de comentarios compartidos recientemente por el legislador Rob Whittman (Republicano por Virginia), relativos al presupuesto de Defensa, el funcionario declaró, acertadamente, que el estándar para determinar un nivel apropiado de financiamiento para la defensa nacional de los Estados Unidos debería ser la capacidad para disuadir a la República Popular China.

Fuerzas armadas chinas, Armada china, Estados Unidos, GeopolíticaInfortunadamente, muchos hombres de Estado han subestimado ya las intenciones chinas de reemplazar a los Estados Unidos como potencia, y de hacer lo propio con el sistema internacional basado en reglas, mientras que el liderazgo político ha preferido diferir medidas complejas sobre presupuestos, para ser tratadas en un futuro más confortable. 

Actualmente, el Congreso de los Estados Unidos está llevando a cabo su tradicional revisión y ajustes del presupuesto enviado por el presidente, diseñando ajustes o 'markups', esto es, modificaciones y enmiendas. Dados los peligros a los que hoy debe hacer frente el país, por fortuna, el Congreso se apresta a hacer a un lado los inadecuados presupuestos presentados por el presidente, definiendo los legisladores su incremento en una serie de aspectos.

El valor de esas inversiones marginales no se mide en dólares invertidos, sino en el despliegue efectivo de capacidades militares útiles para disuadir a China y a su espíritu aventurista. Más aún, la competencia con Pekín se ha vuelto tan compleja que ya no queda margen para perder tiempo, y el Departamento de Defensa habrá de aprovechar mejor los recursos del Tesoro, a medida que busca dotarse de más navíos de guerra y de armamento. No puede haber una repetición del fallido buque para combate en litorales marítimos.

A tal efecto, el think tank estadounidense The Heritage Foundation ha incluído, en sus Lineamientos Presupuestarios (Budget Blueprint), consejos para que el Congreso tome debida nota e invierta mejor sus limitados recursos.

Toda vez que son útiles, las mejores perentorias en el presupuesto no son suficientes para disuadir a China. La política de Estado de los EE.UU. -llámese a esto las acciones que propician la defensa de los intereses nacionales- han estado fallando durante demasiado tiempo ya, mientras que las fuerzas armadas del país se han debilitado tras décadas de mala administración y escasez de recursos operativos.

Sin lugar a dudas, las políticas de Estado han venido fracasando, escenario que condujo a la invasión rusa de Ucrania y a la debacle registrada durante la evacuación de Afganistán. Desde sus bases, las políticas de Estado del país han retrocedido frente a las distintas crisis y han cedido terreno, desde la invasión rusa de Georgia en 2008 y el episodio en que la diplomacia americana fue engañada en torno del incidente de 2012 en el Banco de Arena Scarborough, lo cual le dio a China posesión sobre un cuadrante marítimo importante -en desmedro de Filipinas.

Los tropiezos nacen de un fallo a la hora de confrontar la cambiante dinámica económica y de seguridad, en definitiva, propiciando una renovada confianza entre los competidores de los Estados Unidos de América.

Y esa confianza no ha surgido de la nada. China ha trabajado diligentemente para construir inmunidad ante cualquier sistema de sanciones, al tiempo que ha desarrollado un poderío militar con peso específico mundial. Desde 2013, Pekín ha ampliado sus redes económicas y de seguridad, despachando centenares de miles de millones de dólares en naciones del Tercer Mundo -que luego fueron destinados a inversiones en infraestructura, por vía de la denominada Nueva Ruta de la Seda (Belt and Road Initiative).

Con frecuencia, China ha recurrido a su 'diplomacia crediticia' -esto es, financiar proyectos en países que Pekín sabe no podrán pagar, para forzarlos a ceder en políticas favorables a sus intereses, o quedándose con sus terminales portuarias, como en el caso de Sri Lanka. En tal sentido, el listado de bases o enclaves extranjeros chinos sigue engrosándose: Pekín mantiene hoy instalaciones en Camboya, Djibuti, próximamente las Islas Solomon y, potencialmente, Guinea Ecuatorial.

Siguiendo las sanciones occidentales de 2014 contra Rusia tras su anexión de Crimea, China desarrolló alternativas frente al sistema financiero SWIFT, habilitando la realización de transacciones con Rusia por fuera de los vigilantes ojos de Occidente. Luego, en 2015, conforme China consolidó una rápida militarización y fortificación de islas en cuadrantes en disputa en el Mar del Sur de China, Pekín no hizo frente a reprimendas de consecuencias económicas.

Mientras que Rusia bien podría tener que hacer frente a dificultades a raíz de la reducción de la intensidad del conflicto en Ucrania, la confianza China se ve potenciada. Pekín se involucra en acciones cada vez más agresivas, como es el caso de los dos recientes incidentes en el espacio aéreo internacional.

El primer ejemplo involucró la desaprensiva intercepción de aeronaves canadienses desplegadas para implementar sanciones contra Corea del Norte. El segundo -y más peligroso desarrollo- vio cómo un piloto chino arrojó señuelos sobre una aeronave patrullera australiana, provocando daños en sus motores.


Todo ello tuvo lugar tras un año de tensiones incrementadas por maniobras navales y aéreas chinas en torno a Taiwan, eventos que sugieren que China se ha envalentonado a efectos de determinar las condiciones diplomáticas para un enfrentamiento con Occidente por Taiwan.

Volviendo a la cuestión de los ajustes marginales al presupuesto de Defensa americano, específicamente en lo actuado por el subcomité de poder naval y de proyección de fuerzas en la Cámara de Representantes, antes que pasar a retiro o decomisionar 24 navíos, el citado órgano recomendó rescatar a cuatro de ellos. Recientemente, el Senado implementó sus correcciones, con lo que hubiese rescatado a la mitad de los navíos que el presidente se propone dar de baja. En cualesquiera de los casos, la Armada perderá doce navíos, o más, durante 2023 -mientras que sólo estaría adquiriendo ocho, cuyo extenso período previo a la botadura llevará no menos de cinco años.

Michael Gilday, jefe de operaciones navales y ex líder de carrera en la Armada, ha intentado promocionar la idea de que una flota más amplia es demasiado cara, y que ese evento se encuentra lejos de las capacidades del Arma a la hora de reclutar y retener tripulaciones. En la perspectiva de Gilday, él se ve forzado a recortar el número de buques para garantizar que los que queden puedan tener tripulación -dentro de los presupuestos aprobados-, sin considerar el carácter amenazante de una cada vez más poderosa flota china.

Tristemente, el punto es que demasiados navíos en la Armada de los EE.UU. se encuentran cerca de alcanzar el final de sus respectivos ciclos de vida, o bien han sido dados de baja -aún cuando podían haber servido durante otros cinco años. El aceptar esta situación frente a una China que se muestra más envalentonada revela una actitud irresponsable y derrotista, al tiempo que propicia un mayor aventurismo de parte de Pekín.

Si caso bombas chinas comenzaren a llover sobre Taiwan -tal como Rusia lo hizo en Ucrania-, sería ingenuo presuponer que la isla capitulará rápidamente. Antes, bien; muchas personas allí decidirán resistir. Sería un conflicto donde los Estados Unidos no podrían permitirse el lujo de quedar fuera. La isla representa a una democracia amiga, es un importante socio comercial, y hogar para miles de ciudadanos estadounidenses. De producirse numerosas bajas civiles estadounidenses ante un ataque de Pekín, la opinión pública revelaría su furia.

De producirse este escenario, sin que los Estados Unidos cuenten con los medios para combatir, o sin que el país pueda sostener a su economía durante un ataque chino, Washington debería construir una flota mercante en medio de un conflicto. Ya la dependencia estadounidense frente a buques mercantes extranjeros plantea serias preguntas al respecto de la capacidad genuina del país a la hora de mantener una economía en tiempos de guerra.

Buques mercantes de bandera extranjera amarraron en puertos estadounidenses en más de 70 mil ocasiones durante 2018. Hoy día, China controla globalmente el 40% de la industria de construcción de buques mercantes, y tutela el 17% de la flota comercial mundial. Mientras que algunos aliados, como es el caso del Japón y Grecia, cuentan con importantes flotas comerciales y podrían respaldar un modelo comercial en tiempos de guerra, el hecho es que los escasos 182 navíos comerciales de bandera estadounidense no son suficientes para tercerizar en ellos la responsabilidad de distribuir alimentos y combustibles para sostener a la nación. Sería una faena de cumplimiento imposible.

Será preciso pensar con nuevos formatos y perspectivas, comenzándose por rechazar el Acta Jones -de un siglo de antigüedad-, para dotar a este crítico sector de competitividad global. Al día de la fecha, el Acta Jones no ha servido para garantizar que las fuerzas armadas de los Estados Unidos cuenten con la capacidad naval necesaria en el aspecto comercial; en simultáneo, las distorsiones del mercando naviero lo vuelven prohibitivamente oneroso.

Podría consolidarse un cambio positivo para el país si los constructores de buques mercantes y los sectores del shipping si se planteara un objetivo de aumentar la competitividad en el plano global, incrementándose la cifra de navíos de bandera estadounidense -disponibles ante un eventual conflicto. 

Se aproxima con rapidez el día en que China -y no los Estados Unidos- puedan implementar efectivamente sistemas de sanciones y bloqueo. Una China que no precise de importaciones desde los EE.UU. ni de sus aliados, libre de restricciones diseñadas en Occidente, y bajo control del tráfico marítimo comercial, podría convertir a los Estados Unidos de América en rehén. Si China aprovechara semejante ventaja, los Estados Unidos terminarán viéndose forzados a poner en marcha políticas que se plantean como anatema de nuestra sensibilidad democrática.

Cuando los EE.UU. debieron hacer frente a ambiente de seguridad que se degradaba rápidamente durante los años treinta en Europa y el Pacífico, entonces -como hoy-, la Armada era demasiado débil. De tal suerte que el Congreso dio forma a un programa para reconstruírla, recurriendo a legislación como el Acta de la Armada de 1938, para lograr incrementar su flota en un 20%; aprobando también el Acta de Ampliación Naval de 1940. Esta última fue onerosa e impopular, pero muy necesaria para terminar de dar forma a la victoria estadounidense en el Océando Pacífico en 1945.

Ahora, los EE.UU. se encuentran ante una decisión similar; una vez más. Hemos de dirimir a consciencia una inversión de magnitud, a efectos de comenzar a construir los buques de guerra, comerciales y astilleros; para sostener al país en una guerra que arrecia, durante la década en curso.  



Artículo original, en inglés | Traducción @MatiasERuiz

 

El autor, Brent Sadler, es senior fellow en guerra naval y tecnología de avanzada, en el think tank estadounidense The Heritage Foundation, en Washington, D.C.