INTERNACIONALES: TED GALEN CARPENTER

¿Coquetea el liderato político de los EE.UU. con una Tercera Guerra Mundial?

Joe Biden merece crédito por haber descartado las opciones de política más irresponsables...

31 de Marzo de 2022

 

Joe Biden merece crédito por haber descartado las opciones de política más irresponsables para abordar la invasión rusa de Ucrania. No obstante, los funcionarios estadounidenses continuarán respaldando otras opciones que comportan el alarmante potencial de involucrar a los Estados Unidos de América en un enfrentamiento armado con Rusia.

Joe Biden, Tercera Guerra Mundial, Pentágono, Casa Blanca, Rusia, Vladimir Putin, Moscú, UcraniaEn un principio, declaró de manera enfática que los EE.UU. no desplegarían tropas en Ucrania ni confrontarían militarmente de otra manera a Moscú. Desde ese entonces, también se ha resistido a la presión -ejercitada por halcones en ambos partidos- con miras a imponer una zona de exclusión aérea sobre territorio ucraniano (un esquema que sería casi igual de irresponsable que el despacho de tropas terrestres). Hacer cumplir una zona de exclusión de vuelos requeriría de la voluntad de dispararle a aeroanves de combate rusas, hasta sacarlas del aire. Biden ha sido lo suficientemente prudente como para reconocer que esta medida probablemente desataría una guerra entre ambas naciones, con probables consecuencias nucleares.

Así las cosas, el presidente estadounidense descartó un plan más limitado, pero aún peligroso, que era promocionado por algunos aliados en la OTAN, especialmente Polonia, esto es, el plan de transferir jets de combate a Ucrania. La propuesta parecía contar con algún respaldo entre los asesores de Biden. El Secretario de Estado Antony Blinken declaró, al ofrecer una presentación a los medios de comunicación estadounidenses, que Washington obsequiaba luz verde al pedido polaco para realizar dicha transferencia.

No obstante, la Casa Blanca se retractó de ese plan, cuando se volvió claro que Varsovia deseaba enviar los jets a la base estadounidense de Rammstein, en Alemania. A la postre, los Estados Unidos hubiesen sido los responsables de transferir esas aeronaves a Ucrania, haciendo que Washington sea la figura clave en una confrontación en formato de escalada frente a los rusos. La Administración se ha mantenido firme, aún cuando más de 40 senadores del Partido Republicano firmaron una carta abierta en la que presionaban al jefe de Estado para que respaldara el riesgoso plan de Varsovia.

Sin embargo, se conocen otras opciones que hoy cuentan con un respaldo total por parte de la Casa Blanca y la Administración, con potencial para producir una escalada de violencia y de arrastrar a los Estados Unidos a un conflicto directo con Rusia. Incluso previo a que los primeros batallones de fuerzas rusas cruzaran la frontera ucraniana, Washington y algunos de sus aliados en la OTAN estaban despachando armas hacia Kiev y entrenando a sus fuerzas armadas. Esos envíos de armamento involucraron los comentados misiles anti-tanques Javelin que tantos perjuicios le han inflingido a las columnas armadas rusas. Las embarcaciones aprobadas desde la invasión incluían más partidas de Javelins y de misiles Stinger -tierra-aire.

Un paquete de asistencia de US$3.500 millones anunciado por Joe Biden la semana pasada involucrará el despacho de 800 misiles anti-aviones; 9.000 sistemas anti-blindaje; 7.000 armas pequeñas, 20 millones de municiones; protección unipersonal para tropas, y los denominados drones Switchbladekamikazes.

Asimismo, los EE.UU. y sus aliados están considerando despachar sistemas de defensa aérea S-300 a Ucrania.

En los hechos, esa asistencia en la forma de despacho de armamento es una maniobra extremadamente arriesgada. Moscú ya ha advertido que las caravanas que porten dicho armamento serán objetivos legítimos de guerra. Con todo, un ataque contra esos fletes perfectamente podría derivar en un saldo de muertes de personal militar estadounidense, o de otro país miembro de la OTAN —incluso si la intercepción tuviere lugar dentro de territorio ucraniano. Adicionalmente, la declaración del Kremlin al respecto de que los envíos de armas son objetivos legítimos de guerra ni siquiera es la señal más preocupante. En su primer discurso, anunciando la “operación militar especial” en Ucrania, Vladimir Putin advirtió a todas las partes ajenas al conflicto (claramente refiriéndose a los miembros de la OTAN) acerca de no intervenir: “Cualquiera que trate de interferir con nosotros…debe saber que la respuesta de Rusia será inmediata y llevará a consecuencias que nunca antes han sido experimentadas en nuestra historia” (el énfasis es propio).

Putin también podría, sencillamente, interpretar una avanzada orquestada por los EE.UU. que involucre el envío de armamento de OTAN para respaldar a la resistencia militar de Ucrania como una inaceptable interferencia. Lo propio podría ocurrir con otra medida definida por la Administración Biden —, esto es, el compartir datos de inteligencia con Kiev, posiblemente incluso asistiendo a las fuerzas ucranianas con información en tiempo real para detectar los objetivos.

Al exhibir dicha conducta, el liderato político estadounidense arriesga a una confrontación militar directa con Rusia. Esto significa sus integrantes coquetean con la alternativa de desatar una Tercera Guerra Mundial, mediando el prospecto de un devastador intercambio nuclear. La seguridad ucraniana, su integridad territorial e incluso su independencia no valen ni remotamente lo suficiente como para que los Estados Unidos de América incurran en semejante riesgo para su ciudadanía.

La mejor manera para que Washington se mantenga fuera de una catastrófica guerra es permanecer tan lejos como sea posible de cualquier línea roja que podría desatar una confrontación. Es el peor de los errores intentar ver qué tan cerca podemos llegar a estar de esas líneas, sin cruzar alguna de ellas de manera inconsciente. Aún con los envíos de armamento para Kiev y con el intercambio de inteligencia con las fuerzas ucranianas, la Administración Biden ha adoptado, precisamente, esa estrategia.

La precaución extrema es tal vez todavía más esencial al tratar con Rusia que con cualquier otra potencia de magnitud, por cuanto ese país contabiliza miles de armas nucleares y porque las relaciones bilaterales se han vuelto marcadamente tóxicas. En años anteriores a la decisión de Moscú de invadir Ucrania, los EE.UU. y la OTAN ignoraron una advertencia tras otra por parte del Kremlin respecto de la expansión general de la OTAN hacia las fronteras rusas, y especialmente en torno de la creciente cooperación militar de la OTAN con Kiev. El Kremlin advirtió específicamente que agregar a Ucrania a la Alianza cruzaría una línea roja que daría lugar a una severa réplica de parte de Moscú.

Tan solo dos meses antes del inicio de la guerra, Putin demandó que la OTAN provea garantías de seguridad acerca de una serie de asuntos, incluyendo que Ucrania jamás sería invitada a unirse a la OTAN y que las fuerzas de la OTAN nunca serían desplegadas en territorio ucraniano. Los EE.UU. y sus aliados no lograron responder de manera positiva a las demandas de Moscú. Esta arrogancia y miopía respecto de los intereses clave de seguridad de Rusia desempeñaron un rol central en la amplificación de la presente crisis.

Considerando ese infortunado pasado, hemos de sopesar con bastante más cautela las flamantes advertencias de Vladimir Putin acerca de la guerra en Ucrania. En cambio, la Administración americana parece estar adoptando una estrategia hacia Ucrania basada en el modelo que Washington utilizara contra de las fuerzas soviéticas en Afganistán, entre 1979 y 1989. Al proporcionar fondos y armamento para los muyajidines afganos, los EE.UU. ampliaron el derramamiento de sangre entre los soldados soviétivas, creando un monumental dolor de cabeza para su oponente en la Guerra Fría. Esa medida era similar a la estrategia que Moscú había empleado contra de la mal concebida intervención de los EE.UU. en Vietnam -acaso también como réplica, en la perspectiva americana.

En ambos casos, la superpotencia señalada se abstuvo de tomar represalias con fuerza militar en contra de su atormentador. Sin embargo, no es menester atreverse a asumir que Rusia jugará de acuerdo a las mismas reglas de guerra proxy o indirecta cuando se trata de Ucrania. En su discurso anunciando la invasión, Putin describió la operación como una “cuestión de vida o muerte” a la que Rusia se enfrentaba como resultado de la expansión de la OTAN. Ese comentario sugiere, de manera firme, que el Kremlin está preparado para hacer lo que sea necesario para lograr la victoria.

Al fortalecer al enemigo de Rusia y al impedir y provocar derramamiento de sangre entre las fuerzas rusas, en una región que Vladimir Putin considera vital para la seguridad de su país, Washington está adoptando una estrategia notablemente arriesgada. La Administración Biden coquetea hoy con el Armagedón.


 

Publicado originalmente en Responsible Statecraft (Estados Unidos)
Sobre Ted Galen Carpenter

Ted Galen Carpenter es Académico Distinguido -distinguished fellow- en el think tank estadounidense Cato Institute, y autor o editor de numerosos libros sobre asuntos internacionales, incluyendo Bad Neighbor Policy: Washington's Futile War on Drugs in Latin America (Cato Institute, 2002). Publica regularmente en el sitio web en español de Cato.