INTERNACIONALES: JUAN CARLOS NEVES | NUEVA UNION CIUDADANA

Ucrania y Rusia: de profecías autocumplidas y otros riesgos

El desmoronamiento del muro de Berlín y la disolución de la ex Unión Soviética...

05 de Marzo de 2022

 

El desmoronamiento del muro de Berlín y la disolución de la ex Unión Soviética, junto a la alianza militar del Pacto de Varsovia, consignaron el final de la Guerra Fría, y redujeron al gran imperio soviético a volver a ser, simplemente, Rusia.
 
Rusia, Fuerzas rusas en UcraniaLa referida circunstancia habilitó al entonces presidente de los Estados Unidos de América (George Bush) referirseal 'Nuevo Orden Mundial', modelo en donde su país se entronizaba como una única superpotencia y los conflictos se resolverían a través del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, sin que nación alguna pudiere ejercitar derecho de veto alguno a efectos de bloquear las resoluciones adoptadas por ese organismo.
 
Ese Nuevo Orden Mundial fue 'estrenado' cuando el Irak de Saddam Hussein invadió Kuwait y el Consejo de Seguridad dispuso un mandato de intervención para el mantenimiento de la paz, reforzado por una alianza multilateral coordinada por Washington. De la misma, tomaron parte naciones disímiles y distantes como la propia República Argentina, quien destinó unidades navales a esa operación.
 
No obstante, una generación de estrategas y analistas militares de los Estados Unidos y la Federación Rusa, formados en la fragua de la Guerra Fría, entendieron que, más tarde o más temprano, los antiguos adversarios volverían a enfrentarse -ni bien Moscú reagrupara sus fuerzas armadas.
 
La profecía no era compartida por todos, al menos en los propios Estados Unidos. Durante los años 1992 y 1993, la carrera naval de quien esto escribe me llevó a desempeñarme en el Centro de Estrategia y Campaña de la Escuela de Guerra Naval de la Armada de los Estados Unidos (United States Naval War College).
 
Subsistían, entre mis colegas estadounidenses de entonces, dos preocupaciones dominantes. Una de ellas consignaba que Rusia se disgregaría y que ese escenario remataría con un descontrol de tal magnitud que sus armas nucleares caerían en poder de grupos paramilitares o terroristas -con consecuencias obviamente impredecibles. La segunda contemplaba la posibilidad de que los Estados Unidos de América se relajaran ante la licuación del poder ruso y se desguarnecieran, quedando entonces a merced de un eventual resurgimiento de la ex URSS.
 
La discusión de rigor se saldó a partir del análisis de la revolución de agosto de 1991 en la ex Unión Soviética -abortada entonces por el accionar del presidente Boris Yeltsin.
 
Los analistas estadounidenses concluyeron que, de haber triunfado la revolución, Rusia hubiera vuelto a constituír una amenaza de magnitud, en razón de que su capacidad nuclear se hallaba intacta. Finalmente, la definición de 'amenaza' quedó plasmada como la existencia de un actor con capacidad militar para dañar los intereses vitales de Washington, acompañado ello de una intención hostil. Si embargo, y toda vez que el tiempo para modificar una actitud amistosa o neutral y transformarla en hostil podía ser breve -incluso de semanas y aún días-, el tiempo para desarrollar determinada capacidad militar exigía un promedio no inferior a cinco años. En tal virtud, se decidió que, mientras Rusia o cualquier otro actor en la escena internacional poseyera capacidad nuclear, los Estados Unidos de América mantendrían la propia.
 
En aquella época, la Argentina -mediando la voluntad del tándem Menem-Di Tella- pugnaba por ser admitida en OTAN. Mientras tanto, mis colegas estadounidenses me apuntaban, con socarronería, que la realidad vigente demandaba la formulación de nuevos enemigos antes que amigos; por cierto, a efectos de justificar y mantener sus presupuestos.

A medida que la flamante Federación Rusa fue recuperando capacidades y consolidando su economía tras el arribo formal de Vladimir Putin al poder en 1999, la desconfianza en las potencias occidentales que conformaban el bloque OTAN fue in crescendo. Adicionalmente, las naciones que otrora habían integrado la ex URSS comenzaron a percibir un bien fundado temor en torno a la hostilidad de su poderoso vecino, planteando pedidos para ser admitidos en la Unión Europea -mediando razones económicas- y en OTAN -intercediendo motivos vinculados a la seguridad.
 
En el otro extremo -esto es, del lado ruso-, ese crecimiento de OTAN, espectro que se acercaba inexorablemente a sus fronteras occidentales, fue visto como una grave amenaza contra su seguridad conforme, a su entender, la desaparición del Pacto de Varsovia debió haber conducido a la disolución de la OTAN o, al menos, a inhibir su crecimiento.
 
Las profecías formuladas por parte de ambos bandos al respecto de que un nuevo enfrentamiento era inexorable, fueron incrementándose y, ante cada novedoso acontecimiento, se veían reforzadas. Moscú se sintió agredida por la 'Revolución Naranja' de 2004, evento que llevó al poder a un presidente pro-occidental en Ucrania. Los Estados Unidos y la Unión Europea sopesaron con atendible preocupación las acciones militares rusas en Georgia en 2008, la anexión de Crimea en 2014, y la eficiente participación de la Federación Rusa en el conflicto sirio del 2015.
 
En rigor, OTAN prosiguió su expansión hacia el este, hasta llegar a lo que Rusia consideró el punto de inflexión, es decir, la alternativa de la incorporación de Ucrania -espacio geográfico que ya evidenciaba un conflicto abierto entre el gobierno central y las dos repúblicas separatistas pro-rusas en el cuadrante oriental del país. 

Evaluados estos antecedentes, los movimientos militares rusos en las fronteras ucranianas -descritos por el presidente Putin como meros ejercicios- fueron percibidos inicialmente como clásicas jugadas de crisis con miras a consolidar una negociación ventajosa.
 
En el epílogo, la invasión ejecutada por Rusia el pasado 24 de febrero rompió con el orden internacional vigente, cercenando toda posibilidad de esgrimir una negociación pacífica. Las profecías habían adquirido el carácter de autocumplidas, y el concepto 'guerra' reemergió, de modo súbito.
 
Volodímir Oleksándrovich Zelenski, presidente ucraniano, debía lidiar con opciones cruciales: rendirse y evitar la guerra -al costo de la libertad de Ucrania-, huír y constituír un gobierno en el exilio, abandonando a sus compatriotas; o bien plantarse y hacer frente a una fuerza militar superior, con todas las consecuencias que ello implica en términos de pérdida de vidas y bienes. Se inclinó por la tercera, para gloria de su nombre y de su país; en ese entonces, dio inicio la guerra 'de verdad'.

En la instancia presente, llegan a término los los análisis preliminarse, y comienzan las reflexiones geopolíticas y militares.

El militar prusiano Karl Von Clausewwitz describía la 'niebla de la guerra' como la consecuencia de factores inciertos -propios de las acciones bélicas- que generan que los planes nunca se cumplan exactamente como fueron concebidos en los Estados Mayores. Esta realidad explica que el presidente Vladimir Putin haya sorprendido a Occidente lanzando una invasión general a Ucrania, y que Zelenski haya sorprendido a los rusos decidiéndose a enfrentarlos en lugar de rendirse o escapar. Ahora mismo, el lado ruso padece las problemáticas logísticas que surgen de la ocupación de un territorio tan extenso como dos veces la provincia de Buenos Aires, y que contabiliza una población similar a la de la República Argentina. Entre tanto, los ucranianos observan con impotencia cómo su infraestructura es destruída sistemáticamente, viéndose forzados a abandonar sus hogares. Toda vez que la tragedia era evitable, lo cierto es que cobró impulso a partir de los errores de cálculo del liderato político en Occidental y Oriental.
 
La lucha aún no está definida y, con gran probabilidad, la fase armada del conflicto se prolongue. Sin embargo, ya existen elementos como como para formular un compendio de reflexiones.

1. El orden internacional ha sido alterado en forma definitiva. Cuando el presidente de los Estados Unidos Joe Biden manifestó que una invasión rusa a Ucrania era inminente y fue desmentido por su par ruso, quedó expuesto que uno de los faltaba a la realidad. La invasión finalmente se produjo, y Putin no solo violó en flagrancia el orden internacional, sino que demostró que había intentado engañar al mundo -perdiendo confianza y credibilidad. Como sea que se dirima el conflicto, la desconfianza y el armamentismo serán el factor dominante en el concierto de las relaciones internacionales.
 
2. El virus de la desconfianza también alcanzará a China. Aún cuando los chinos son tradicionalmente más astutos y pacientes que sus pares rusos, la sospecha latente en los halcones de OTAN de que intentarán imponer por la fuerza sus objetivos políticos cuando tengan el poder suficiente.
 
3. Desatada ya la guerra, Occidente apoyó a Ucrania con medios militares y suministros, e impuso duras sanciones económicas a Rusia. En el terreno, sin embargo, Kiev ha puesto el pecho y padece hoy las bajas. Los ucranianos se han quedado solos, con sus fuerzas armadas, sus reservistas y voluntarios civiles. Se asiste, en este caso, a una importante lección para todo país que estime que es posible tercerizar su defensa a otros, renunciando a sus propias fuerzas defensivas y disuasorias. Sabido es que OTAN no puede empeñarse bélicamente para defender a Estados-no miembros de la alianza, y que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas no cuenta con la capacidad para resolver acciones contra países que tienen derecho de veto como Rusia.
 
4. Ahora, es preciso compartir una mención sobre los sucesivos gobiernos argentinos, que desde hace décadas vienen golpeando a su aparato de Defensa, desarticulando los organismos de producción para la misma, asignando presupuestos por debajo de los promedios de la región y debilitando a sus Fuerzas Armadas -material y moralmente. La lección de Ucrania debería servir, a efectos de modificar de manera urgente y dramática esa actitud. A aquellos que no visualizan los riesgos inherentes, cabe recordarles que las intenciones cambian en el transcurso de semanas y aún de días. En simultáneo, las capacidades demoran años en adquirirse y en recuperarse.
 
5. A modo de cierre, una reflexión final, dirigida a los estrategas de escritorio que afirmaban que las guerras convencionales pertenecían al pasado y que, en todo caso, las guerras contemporáneas se desarrollarían exclusivamente con ataques a sistemas de C3I2 (Comando, Control, Comunicaciones, Inteligencia e Informática) efectuados a distancia, y respaldándose sólo en medios sofisticados y tecnológicos. En Ucrania, asistimos a una guerra convencional con tropas en el terreno, tanques, helicópteros y aviones. El proscenio certifica, una vez más, que es factible provocar daños en modo remoto, pero que la ocupación de una nación y los objetivos políticos que exigen tener el control y acceso a bienes y territorio solo se consolidan poniendo las botas sobre el terreno.
 
El mundo ha cambiado, más rápidamente aún que con el ataque del virus chino -y siempre de manera imprevista y sorprendente. Hemos de prepararnos para lidiar con esta nueva realidad, antes de que éstas nos desborden por exceso de confianza e imprevisión.



* El autor, Juan Carlos Neves, cuenta con un Master en Relaciones Internacionales. Es Contralmirante (R), Veterano de Guerra de Malvinas, y Presidente del espacio 'Nueva Unión Ciudadana'.