INTERNACIONALES: PHILIP GIRALDI | REALPOLITIK

Temor y bronca en Washington

Observaciones sobre los delitos de lesa humanidad de la Administración Biden.

22 de Febrero de 2022


Con frecuencia, uno podría exhibir su desacuerdo con la política gubernamental sin interpretarlas necesariamente desde la furia; sin embargo, la Administración Biden ha cruzado ya ese umbral, primero, promocionando una nueva Guerra Fría sin sentido -que podría tornarse caliente versus Rusia- y, más recientemente, dadas las acciones implementadas con miras de reprender a Afganistán.

Afganistán, Pobreza, Delitos de lesa humanidad, Crímenes de guerraEl hecho de que la Casa Blanca se envuelva hoy en una arenga santurrona que ya es un clásico de la izquierda política ya es algo suficientemente malo pero, cuando el gobierno se sale de la vaina para dañar e incluso asesinar a personas alrededor del mundo echando mano del propósito de una esquiva supremacía global, entonces ha llegado la hora, para el pueblo estadounidense, de plantarse y gritar 'Basta'.

En mi rol de ex oficial de operaciones de la CIA, dejé el servicio gubernamental en 2002, en parte debido a la invasión de Irak que sobrevendría, la cual entendí era del todo injustificable, en razón de la información prefabricada que fluía desde el Pentágono, a efectos de argumentar a favor del ataque. En los años que siguieron, compartí mi rechazo por los ataques de la Era Obama contra Siria y Libia, así como también frente a los ataques con misiles crucero ejecutados bajo la Administración Trump. Sin embargo, lo cierto es que tales hechos son apenas un paseo por el jardín, al comparárselos con el obscuro sinsentido que hoy plantean Biden y su clan de réprobos. Esos eventos coquetean con el uso de la fuerza, como parte de las negociaciones que buscan ir a ninguna parte en torno de Ucrania; esos desarrollos bien podrían, a partir del error, de operaciones del tipo false flag o incluso adrede, escalar hacia una guerra nuclear -escenario que pondría fin a la vida en este planeta como la conocemos. Ahora mismo, asistimos a la probable y calculada carnicería de cientos de miles de civiles, simplemente porque contamos con las herramientas para hacerlo, y porque algunos creen que pueden salirse con la suya. Lo que ahora se despliega frente a nuestros ojos va más allá de lo condenable, y es hora de exigir un cambio de rumbo para un gobierno federal que se ha embriagado con su autoproclamado derecho de ejercitar una autoridad ejecutiva total en torno a asuntos críticos emparentados con la guerra y la paz.

Ma perturba particularmente lo que la Administración Biden le hizo a Afganistán el 11 de febrero pasado, evento que, sin vueltas, consigna un delito de lesa humanidad. Ese día, Joe Biden, presidente de los Estados Unidos -aún herido por la desprolija partida de suelo afgano y por los escasos índices de popularidad, emitió una orden ejecutiva que invocaba poderes de emergencia. A partir de la medida, US$ 7 mil millones en fondos -depositados en la Reserva Federal de Nueva York, y pertenecientes al gobierno en Kabul- fueron congelados y retenidos por Washington, fracturados en dos segmentos.

La mitad de ese dinero sería depositado en un fideicomiso tutelado por el gobierno estadounidense. En teoría, los fondos irían a parar a un esquema de asistencia humanitaria en Afganistán, para ser administrados por agencias no identificadas, pero que se presume actuarían en consonancia con las barracudas del Departamento del Tesoro, mientras que la otra fracción iría a los familiares de las víctimas de los episodios del 11 de septiembre de 2001. En rigor, el dinero no remitía a 'activos congelados', sino que constituía el total de las reservas del banco central afgano. Su apropiación por parte de los Estados Unidos estaba llamada a destruir lo que quedara de la economía afgana formal, volviendo a Afganistán dependiente de las pequeñas raciones remanentes de asistencia extranjera.

La otra parte del relato es que Afganistán jamás tuvo nada que ver con el 9/11 sino que, en realidad, ese país se convirtió en una víctima de la vengativa lujuria estadounidense. Después del 9/11, el gobierno talibán ofreció entregar a Osama bin Laden a los EE.UU., si Washington ofrecía evidencia de que, de alguna manera, bin Laden estuvo involucrado en los ataques de Nueva York y Virginia. La Administración del presidente George E. Bush no pudo presentar esa evidencia y, en lugar de ello, decidió invadir.

Hoy, Afganistán cuenta con un gobierno que ha sido reconocido por Naciones Unidas y por muchos otros países, aunque no por Washington, que insiste en que el Talibán es un activo del terrorismo. La presión en forma de sanciones desde Washington en perjuicio del régimen talibán ha llevado, inter alia, a un desastre humanitario de magnitud, con numerosas agencias internacionales anticipando hoy mismo que miles de civiles afganos morirán de inanición porque no hay dinero para proporcionarles alimentos ni ayuda. Naciones Unidas ha informado que tres cuartas partes de la población afgana ha terminado víctima de pobreza extrema, computándose que 4.7 millones de personas en esa nación padecerán gravísimos efectos de desnutrición durante este 2022.

Sin lugar a dudas, el dinero retenido en Nueva York pertenece al gobierno afgano y a su banco central. No son fondos que hayan provenido de los Estados Unidos, lo que significa que Biden, quien ya está robándose el petróleo de Siria, se ha involucrado de lleno en otro hurto a gran escala -en esta oportunidad, robándole a personas que morirán de enfermedades y de hambre. Más aún, mientras los Estados Unidos oficiaban como fuerza militar de ocupación de facto en Afganistán, contaba con la responsabilidad de proteger a la población civil -conforme los considerandos de artículos de la Convención de Ginebra, del que los EE.UU. son Estado signatario. El hecho de que Washington verá morir a miles de civiles porque ha explotado su rol de fuerza de ocupación para robar dinero ajeno, con la suposición de que el hurto aliviaría las penas de esas personas, remite sin escalas a un crimen de guerra.

Sin lugar a dudas, la mitad del dinero pretendidamente girado hacia programas de asistencia humanitaria irá a parar a organizaciones que harán lo que Washington les diga, en términos de hacia dónde se girará esa ayuda, y de quiénes la recibirán. Se ha informado que llevará meses reconfigurar la red de asistencia y que, para entonces, miles ya habrán muerto. Es lo que se espera, y el resultado bien podría ser intencional. Y, en lo relacionado con el dinero girado a las 'víctimas' del 9/11, bastará con ver cómo se desarrolla eso. No puede dudarse de que ciudadanos estadounidenses perdieron a miembros de su familia en los eventos del 9/11, ni que aún precisan asistencia. Ahora, bien; provisto que esto es así, ¿cómo se justifica el castigo contra el pueblo afgano? Y, apenas el dinero esté sobre la mesa, sabemos lo que sucederá. El conjunto de siniestros abogados que trabajan a porcentaje saldrá de sus escondrijos y se convertirán en los principales beneficiarios del saqueo, además de aquellos que siempre se las arreglan para acomodar resultados y que conocen muy bien el sistema. Esto es lo que sucedió con los miles de millones de dólares que cayeron del cielo a partir de los reclamos contra las aseguradoras en los eventos del World Trade Center, y también en el giro de otros fondos que siguieron a esos desarrollos. Puede Usted apostar a que así fue.

Washington se ha vuelto ducho en encubrir sus delitos en el extranjero. Sin embargo, los ciudadanos de terceros países, no acostumbrados a leer las páginas del Washington Post y que se ven directamente afectados por la mentira, con frecuencia entienden mejor los hechos. Y este es el motivo por el cual ya nadie confía en los Estados Unidos. Dicho sea de paso, es interesante apuntar cómo la mentira se vuelve un ejercicio inevitable por parte del gobierno americano, observando que la misma ya es de carácter bipartidista y que siempre busca culpar a las víctimas como método. Así se vio, por ejemplo, en el asesinato del general iraní Qassem Soleimani, sancionado por Donald Trump, más de dos años atrás. Soleimani se hallaba en Bagdad para tomar parte de conversaciones de paz, y fue falsamente acusado por la Casa Blanca de diseñar ataques contra personal militar estadounidense. Más recientemente, se dio a conocer el asesinato del supuesto líder de ISIS Abu Ibrahim al-Hashimi al-Qurayshi, y el homicidio de trece mujeres y niños en Siria. Allí, los relatos de los residentes de la localidad no se parecen en nada a la versión ofrecida por el Pentágono, al respecto de lo que en realidad sucedió.

Finalmente, allí está la largamente oculta atrocidad perpetrada en Siria, la cual tuvo lugar en la ciudad de Baghuz, en marzo de 2019. En esa oportunidad, al menos ochenta mujeres y niños perdieron la vida tras ejecutarse un ataque por aeronaves estadounidenses F-15, episodio informado por medios de comunicación en noviembre de 2021. Según se dijo, una importante multitud de mujeres y chicos fueron vistos por drones desplegados en misión fotográfica, cuando buscaban refugio en una zona ribereña. Sin mediar advertencia, un caza estadounidense dejó caer una bomba de doscientos kilos sobre el grupo de personas. Cuando el humo se despejó, otro caza rastreó a los sobrevivientes y arrojó luego un explosivo de una tonelada; luego otra, y finalmente matando a la mayoría de los niños y mujeres. El personal militar desplegado en la Base Aérea Udeid en Qatar observaba el evento a través de cámaras y, según se informó, reaccionó con 'incredulidad y asombro' ante lo que veían. Una acción de encubrimiento del Pentágono siguió a los hechos y, al día de hoy, se insiste en que el ataque estaba 'justificado'.

Que cada quién insista, entonces, en tomar nota de la mitómana Jen Psaki y del burócrata a cargo Ned Price, o bien de las declaraciones del Secretario de Estado Tony Blinken; para rematar con algo de atención para el tonto definitivo, 'Honest Joe' Biden. O quizás Usted elija repasar los titulares del New York Times o del Washington Post, periódicos que alegan credibilidad editorial, mientras que, deliberadamente, publican mentiras oficiales. Estos fulanos bien podrían arrojarnos a los brazos de una guerra nuclear, o bien insistir en su sendero delictivo para saquear al mundo.

Tarde o temprano, sin embargo, los pollos volverán a casa para ser oportunamente rostizados. Y para rendir cuentas frente a los crímenes de guerra perpetrados por los EE.UU. Habrá que prestar atención.



Artículo original, en inglés

 

Sobre Philip Giraldi

Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.