INTERNACIONALES: TED GALEN CARPENTER

De cómo Joe Biden ayudó a crear la crisis en Ucrania

Un pecado especialmente ofensivo que un equipo de política exterior puede cometer...

27 de Enero de 2022

 

Un pecado especialmente ofensivo que un equipo de política exterior puede cometer es enviar señales inconsistentes a un potencial adversario en relación a un asunto importante.

Estados Unidos, Ucrania, Joe BidenYa desde sus primeros días, la Administración del presidente estadounidense Joe Biden ha sido culpable de ese pecado respecto de la política de Washington hacia Taiwán; los asesores del presidente se han encontrado “aclarando” (esto es, retractándose de) las afirmaciones más precipitadas del jefe de Estado americano al respecto de la naturaleza y grado del compromiso estadounidense con la seguridad de la isla y su independencia de facto. Un número todavía mayor de mensajes discrepantes han estado partiendo de la Administración respecto de su política hacia Ucrania, a lo largo de los últimos meses. Las potenciales consecuencias adversas de dicha ineptitud diplomática en torno a Ucrania parecen ser todavía más inminentes y preocupantes que aquellas que podrían resultar del mal manejo de la Administración en lo relacionado con Taiwán.

En su conversación telefónica del 2 de abril con el presidente ucraniano Volodymr Zelensky, Joe Biden manifestó 'el respaldo decidido [de Washington] a la soberanía e integridad territorial de Ucrania frente a la continua agresión de Rusia en la región Donbas'. En una reunión fechada el 1 de septiembre en el Salón Oval, Zelensky recibió expresiones similares de un respaldo estadounidense por parte del mandatario americano.

El presidente, el secretario de Estado Antony Blinken y otros funcionarios han compartido declaraciones de igual tenor, en reiteradas oportunidades. El pasado 2 de diciembre, Blinken nuevamente insistió en que el compromiso de Washington con 'la integridad territorial' de Ucrania era “inquebrantable”, y advirtió explícitamente a Moscú en contra de continuar aumentando la presencia militar de fuerzas rusas cerca de la frontera con su vecino.

Dichas promesas de respaldo implicaron, cuando menos, que la asistencia militar estadounidense se haría presente en la ocasión de una crisis. Los funcionarios estadounidenses también continuaron expresando apoyos para sumar la Ucrania a OTAN, medida que crearía una obligación bajo el Artículo 5 del Tratado del Norte del Atlántico para que los Estados Unidos de América y el resto de los Estados-miembro de OTAN acudieran a defender a Ucrania, ante el caso en que ésta fuese víctima de una agresión.

Sin embargo, los líderes rusos han provisto advertencias claras en múltiples ocasiones durante los últimos años que hacer de Ucrania un cliente de defensa de EE.UU. o un miembro de OTAN cruzaría una línea intolerable que amenazaba los intereses vitales de seguridad de Rusia. La preocupación acerca de las intenciones de Occidente llevó al aumento de la presencia militar rusa en las fronteras de Ucrania en abril y a un despliegue todavía mayor a fines de 2021 y principios de 2022. Luego en diciembre, el Kremlin demandó una serie de garantías de seguridad por parte de los EE.UU. y OTAN. Dos de las demandas importantes eran que Ucrania jamás se convirtiera en miembro OTAN, y que la Alianza retirase sus fuerzas de otras áreas en la Europa del Este.

La envergadura e intensidad de las demandas de Moscú parecen sorprender a la Administración Biden con la guardia baja. Esta respondió aceptando participar en una serie de reuniones bilaterales a criterio de resolver la recurrente crisis. El resultado de esas reuniones continúa siendo incierto, sin embargo, en tanto persiste una riesgosa atmósfera de crisis.

Oficialmente, la Administración adopta la posición de que ningún poder extranjero puede ejercer un veto por sobre qué países, Ucrania incluída, pueden unirse a la Alianza. Asimismo, parece evidenciarse una tozuda negativa a comprometerse con la reducción de la amenazadora presencial militar de OTAN a lo largo de Europa Oriental -presencia que ha estado incrementándose durante años.

Sin embargo, se ha conocido un cambio notable en el lenguaje que los funcionarios de la Administración Biden utilizan al referirse al compromiso estadounidense con la soberanía de Ucrania, o en torno de la probabilidad de una respuesta estadounidense si Rusia utilizare fuerza militar en perjuicio de su vecino. Ese cambio dio lugar a una nueva ola de mensajes discrepantes. En su videoconferencia de dos horas con el mandatario ruso Vladimir Putin del 7 de diciembre, Biden habló de “consecuencias severas” de tener lugar una invasión. Sin embargo, solo advirtió de sanciones económicas adicionales y vagamente acerca de 'otras medidas'. Es ciertamente revelador que el jefe de Estado americano no advirtiera a Putin que las fuerzas estadounidenses actuarían para defender a Ucrania.

Ahora, Blinken advierte que “consecuencias múltiples” emergerían tras un ataque ruso a Ucrania. Pero el contexto general de sus declaraciones confirma que él solo se refiere a sanciones económicas más severas, no a una represalia militar. Es cada vez más evidente que los Estados Unidos no se proponen intervenir con sus propias fuerzas si tuviere lugar un enfrentamiento entre ucranianos y rusos. Infortunadamente, así como cuando la Administración del presidente George Bush actuó tras obsequiarle al jefe de Estado georgiano Mikheil Saakashvili la impresión errónea de que su país tendría el respaldo militar de Washington, Biden y su equipo de política exterior puede que le hayan dado a Kiev la impresión de que el compromiso americano era bastante más firme de lo que en realidad era. En este caso, no obstante, los líderes ucranianos ahora puede que estén conscientes de las limitaciones. En su momento, Saakashvili no comprendió esa realidad, inició una escaramuza en contra de las tropas rusas, y acabó sufriendo una derrota humillante.

Respecto de la política estadounidense hacia Ucrania, ahora es relativamente seguro que las fuerzas militares estadounidenses no se involucren directamente. La Administración Biden parece estar ejecutando a último minuto una prudente retirada de política, a efectos de evitar una potencial catástrofe. De todos modos, la Administración continúa enturbiando la naturaleza de su propia política exterior. Una nueva entrega de armas estadounidenses acaba de llegar a suelo ucraniano. Blinken también ha autorizado a los miembros de OTAN, notablemente a los Estados bálticos, para que transfieran armas estadounidense en su poder a Ucrania.

Los reportes en la prensa indican que Washington aún podría estar coqueteando con las aún más peligrosas “opciones intermedias”. Dos han atraído más atención: armar y entrenar a las fuerzas ucranianas de “resistencia en áreas que Rusia podría tomar y enviar asesores militares estadounidenses a Ucrania. Ambas opciones constituirían provocaciones irresponsables, y la Administración americana habrá de rechazar el consejo de halcones congénitos que están presionando por este tipo de esquemas.

La Administración Biden sería inteligente si negocia de manera seria con Rusia acerca de Ucrania y de unas garantías de seguridad más generales en torno a la presencia de OTAN en otros lugares de Europa Oriental. Incluso la decisión inicial de expandir OTAN hacia oriente podría quedar registrada como un error histórico que envenenó las relaciones entre ambas partes.

El coqueteo de Washington con hacer de Ucrania un cliente de seguridad es algo aún peor concebido. Los líderes políticos en los EE.UU. también necesitan dejar de desplegar señales discrepantes en torno al asunto. La claridad en un nuevo mensaje es hoy un imperativo.

Ese mensaje debería ser que, ahora, los Estados Unidos reconocen que las políticas previas fueron innecesariamente provocativas, y que Washington está dispuesto a ofrecer garantías de seguridad razonables a Moscú, con miras a consolidar una muy necesaria reconciliación. La paz europea bien podría depender esta dosis de realismo, claridad y acercamiento -aún cuando el cambio de política sea tardío.

 

Sobre Ted Galen Carpenter

Ted Galen Carpenter es Académico Distinguido -distinguished fellow- en el think tank estadounidense Cato Institute, y autor o editor de numerosos libros sobre asuntos internacionales, incluyendo Bad Neighbor Policy: Washington's Futile War on Drugs in Latin America (Cato Institute, 2002). Publica regularmente en el sitio web en español de Cato.