INTERNACIONALES: PHILIP GIRALDI | REALPOLITIK

Estados Unidos: ¿para qué tener embajadas?

El Talibán desea dialogar, pero Washington se rehúsa a hacerlo.

09 de Septiembre de 2021


La decisión del presidente estadounidense Joe Biden de partir de Afganistán fue correcta, aunque se administró de manera desastrosa. Ahora, el jefe de Estado tiene la oportunidad de proceder 'correctamente', que de algún modo remiten al recientemente concluído fiasco en Asia Central, en el que se creyó -durante mucho tiempo- que Estados Unidos tenía autoridad para intervenir globalmente, citándose como 'Líder del Mundo Libre' y abrazándose a su excepcionalismo. Viene a la mente, de súbito, el régimen de sanciones, que es utilizado con frecuencia para reprender a gobiernos extranjeros que no suscriben a las normas europeas y occidentales en temas como homosexualidad, aborto libre y, adicionalmente, inmigración. La edición actual de esas sanciones -las cuales citan a individuos, a empresas y entidades gubernamentales- se lleva centenares de páginas. Esos listados son actualizados recurrentemente, y apuntados en la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC) del Departamento del Tesoro.

Embajadores en la historiaEn reiteradas oportunidades, se ha puesto en evidencia que las sanciones nada logran y que, en rigor, reprenden de manera desproporcionada a las personas más vulnerables en un país dado -privándolos de alimentos y medicinas, mientras que sus líderes cuentan ambas en abundancia. Las sanciones no sirven tampoco para modificar el rumbo de las políticas públicas de las naciones-objetivo y, más aún, producen un síndrome de simpatía con esos gobiernos, generándoles respaldo popular y fomentando entre los ciudadanos del país que esos regímenes son atacados injustamente por Washington. Muchos argumentan que el régimen autoritario de Cuba ha logrado sobrevivir porque numerosos ciudadanos cubanos desprecian los ecosistemas de sanciones implementados sobre la isla.

De tal suerte que uno aspira a ver el final del ciclo de vida de esos sistemas de sanciones, y que ello dé lugar a tratativas entre naciones extranjeras con el objeto de que las mismas resuelvan sus problemas sin asesinar personas y sin necesidad de destruir economías enteras. Pero las sanciones son apenas un elemento en la recurrente guerra de los Estados Unidos contra el resto del mundo, modelo que -ha de admitirse- no funciona. Cuando Usted se involucra en conversaciones en torno del retroceso de la capacidad estadounidense a la hora de influenciar positivamente cualquier desarrollo internacional, emerge una serie de cuestiones. Algunos críticos que tienen por costumbre mirar más allá de lo que se publica en los medios de comunicación o de lo que los funcionarios repiten como loros, concluyen que son las políticas elegidas por la Casa Blanca y por el Congreso de los EE.UU. las que se encuentran fuera de sintonía con lo que en realidad ocurre en Asia, Africa y América Latina -políticas que, antes bien, parecen tuteladas por narrativas aceptadas en el establishment partidista, antes que moldeadas por intereses genuinos.

El problema comienza en la cima, con ciertas percepciones emparentadas con el modo en que los Estados Unidos se proponen hacer frente al mundo, pero se exacerba en el plano operativo -en donde el contacto real con los extranjeros tiene lugar. En sí mismas, las percepciones han sido, infortunadamente, moldeadas por los medios, y por ideólogos neoconservadores o neoprogresistas, entre los que se cuenta a Condoleezza Rice, Madeleine Albright, Hillary Clinton, Mike Pompeo, John Bolton y a Tony Blinken.

Sin embargo, se detecta un problema todavía más grave, que muchos en Washington y en los propios medios de comunicación -así como también en el público en general- se ignora, y es un asunto relacionado con los motivos por los cuales uno cuenta con embajadas extranjeras, después de todo. Los embajadores han existido como interlocutores entre comunidades desde la antigua Sumeria y sus primeros gobiernos locales en la Mesopotamia, pero terminaron siendo institucionalizados y protegidos en la Antigua Grecia, donde la guerra exigía una movilización total de la sociedad y producía cifras amplias de bajas porque no era posible escapar en vehículos blindados del teatro de operaciones. Por lo general, la guerra era catastrófica en el mundo antiguo, esclavizando a civilizaciones enteras que salieran derrotadas, en tanto también producía una devastación que llevaba a la hambruna. Desde los inicios, los embajadores gozaban de inmunidad especial, motivo que les otorgaba la posibilidad de comunicarse con los voceros del enemigo -a efectos de intentar resolver asuntos contenciosos sin recurrir a las armas.

Más allá de ello, durante la Edad Media y desde entonces, se despachaba a embajadores para que residieran en capitales extranjeras, con la meta de que ofrecieran algún status de protección para ciudadanos que viajaban, y también para defender otros intereses nacionales percibidos, incluyéndose el comercio. Pero los embajadores no son soldados, y no necesariamente pertenecen a las esferas del gobierno que toman decisiones sobre qué hacer al lidiar con un tercer país. Están allí para proporcionar mecanismos útiles para el intercambio de perspectivas que ayuden a construir un diálogo y a evitar un conflicto -ya se trata de comercio o de política. Deberían fungir de puentes para explicar cómo funciona la política en los Estados Unidos, cómo funciona el gobierno estadounidense y, al mismo tiempo, para educar a la ciudadanía al respecto de cómo el propio país de destino percibe a los EE.UU..

En función de estas métricas, el esfuerzo diplomático americano ha sido un fracaso y, al final del día, el contribuyente promedio estadounidense dilapida cifras sorprendentes en dinero para respaldar estructuras representativas y de seguridad en el concierto global que ofrecen muy poco a cambio, y donde rara vez se evidencia algún éxito notable que morigere el retroceso de la ineptitud percibida de los Estados Unidos. No obstante, y más allá de ello, la peor parte remite a la percepción de que, si en realidad la Casa Blanca no gusta de un país en particular, el mejor modo de lidiar con el asunto no debería ser decidir la clausura de la embajada y de interrumpir todo contacto personal.

Durante muchos años, Estados Unidos no contó con una embajada en Cuba, y se reabrió la misma en 2015. No cuenta con sedes diplomáticas en Irán ni en Siria, países con los que hoy Washington debería conversar, siendo que existen preocupaciones frente a la posibilidad de que una guerra estalle en la región -fundamentalmente debido a la hostilidad que parte tanto de Jerusalén como de Washington.Y, en el presente escenario afgano, se sugiere que el error de no contar con representación se evidenciará el buscar negociar con el nuevo gobierno en Afganistán.

Un vocero del Talibán abrió las puertas a la alternativa de desarrollar un vínculo positivo con Washington, basado en la diplomacia y el comercio sin recurrir a una ocupación militar. El funcionario declaró: 'Estados Unidos debería tener una presencia diplomática en Kabul. Contamos con canales de comunicación con ellos, y esperamos que reabran su sede en Kabul; aspiramos a tener relaciones comerciales con ellos, de igual manera'. Pero, no tan rápido! Washington declara algo diferente. Ron Klain, jefe de personal en la Casa Blanca, se mostró escéptico frente a la posibilidad de reconocer al gobierno Talibán, tras afirmar: 'No creo que eso suceda en el corto plazo. No sabemos siquiera si reconoceremos a su gobierno'. Agregó Klain: 'Lo que sabemos es que el Talibán dice que formará un gobierno; veremos cómo se desarrollar eso, y qué tipo de credenciales presentan. Más importante, veremos qué conducta exhiben. ¿Honrarán sus compromisos y permitirán libertad de tránsito? ¿Respetarán los derechos humanos?'.

Otras fuentes gubernamentales revelaron que Estados Unidos ha recurrido a su poderío en el mundo de las finanzas para congelar miles de millones de dólares de reservas del gobierno afgano, en tanto que también ha bloqueado cualquier posibilidad de ofrecimiento de créditos desde el Fondo Monetario Internacional. El Secretario de Estado Antony Blinken ha reconocido que Washington utiliza su poder de negociación en el sistema monetario, para ponerle presión al Talibán.

En consecuencia, Estados Unidos se preocupa por los derechos humanos y por la libertad de tránsito en una nación extranjera que nada tiene que ver con los intereses genuinos de los Estados Unidos. Washington está dispuesto a negar cualquier formato directo de diálogo con un adversario potencialmente peligroso, sólo para demostrar su inconformidad. Lo cual lleva a uno a preguntarse por la clase de idiotas que andan sueltos en Washington, D.C. En efecto, hurtar los limitados recursos financieros de Afganistán garantizará la perpetuación de la crisis en un país que ya era pobre, en tanto la interrupción de cualquier vínculo o alternativa dialoguista tendiente a resolver desacuerdos alentará comportamientos negativos de parte de cualquier sistema de gobierno que se elija establecer en Kabul en las próximas semanas. Biden y compañía deberían prestar especial atención a la inveterada sentencia siciliana, que reza: 'Mantén a tus amigos cerca tuyo, pero mantén aún más cerca a tus enemigos'. 

En cualquier caso, un grupo de naciones de la Unión Europea se ha comprometido a establecer una misión conjunta en Kabul, que operará de facto como una embajada. Ese acercamiento con el nuevo gobierno, que podría involucrar asistencia externa para el crudo invierno que se avecina, dependerá del grado en que el nuevo gobierno envíe señales positivas. Tales señales incluirán el respeto por los derechos de todo el pueblo afgano, libertad de prensa y, más importante, impedir el establecimiento de grupos terroristas en el territorio. Este es el modo de proceder, con palo y zanahoria. La reapertura de la embajada estadounidense en Kabul para restablecer el diálogo debería ser una cuestión prioritaria¡.


Artículo original, en inglés


 

Publicado originalmente en The Unz Review (Estados Unidos)
Sobre Philip Giraldi

Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.