INTERNACIONALES: TED GALEN CARPENTER

Por qué los 'clientes' extranjeros de los Estados Unidos fracasan tan rápidamente

Los estadounidenses que asistieron al colapso del gobierno de Vietnam del Sur...

22 de Agosto de 2021

 

Los estadounidenses que asistieron al colapso del gobierno de Vietnam del Sur durante los primeros meses de 1975 están experimentando un déjá vu frente al ataque del Taliban en Afganistán. En cuestión de semanas después de que los Estados Unidos dieran inicio al retiro de tropas de ese país, las fuerzas del gobierno afgano se han desintegrado con una velocidad impresionante. De hecho, las fuerzas armadas bajo control de Saigón lograron un retiro ordenado, al comparárselo con lo sucedido en Afganistán. El presidente Ashraf Ghani ha huido a Tayikistán, efectivamente confirmando el triunfo definitivo del Talibán. Días atrás, el liderato político en Washington terminó rogándole a los combatientes del Talibán que no atacasen la embajada americana, conforme EE.UU. anticipaba la caída de la capital, Kabul.

Embajada de los Estados Unidos en Saigón, 1975En los EE.UU., el juego de trasladar la culpa por haber “perdido a Afganistán” ya ha comenzado, con los sospechosos de siempre acusando al presidente Biden y a cualquier otro que no deseaba que EE.UU. permanezca en dicho país hasta el fin de los tiempos, por haber causado el desastre actual. Se plantea la necesidad de un juicio más criterioso y sincero sobre el particular.

Washington cuenta con un extenso historial a la hora de respaldar a clientes extranjeros que carecen de poder permanencia (para decirlo de manera sutil). Muchas de las recriminaciones hoy dirigidas ahora hacia la Administración Biden fueron planteadas en su oportunidad contra la Administración Truman por “perder” China ante la revolución comunista en 1949.

Pero China jamás fue nuestra como para poder perderla, y tampoco lo fue Afganistán. Esos resultados desagradables tuvieron lugar porque los clientes que Washington eligió respaldar eran desorganizados, corruptos y muchas veces ineptos. Ese ciertamente fue el caso con el régimen Kuomintang de Chiang Kai-shek en China, y virtualmente ningún historiador serio ahora cuestiona ese punto. El contexto presente en Afganistán era notoriamente similar, conforme los “líderes” domésticos que Washington respaldo pasaron más tiempo involucrados en el sumamente rentable contrabando de estupefacientes, y en servirse del dinero de ayuda externa americana, que lo que hicieron tratando de crear y fortalecer las instituciones que hubieran podido cosechar un respaldo público más amplio, y mantener bajo control al Talibán.

Esos dos episodios difícilmente son los únicos casos en los que EE.UU. ha intentado sostener clientes extranjeros que carecían de un respaldo doméstico significativo. El colapso del Shah de Irán en 1979 fue casi igual de rápido que la caída de los regímenes en China y Afganistán, y las autoridades estadounidenses fueron -de igual manera- tomadas por sorpresa. Aunque los analistas de la CIA en el terreno habían identificado tendencias ciertamente preocupantes en Irán, el análisis oficial apenas un año antes consignaba que el status del Shah era seguro.

Los intentos de Washington de respaldar a los movimientos pro-estadounidenses en contra de los regímenes en el poder han consolidado un récord igual de lúgubre. Bajo la tal llamada Doctrina Reagan en la década de 1980, EE.UU. financió y equipó a una serie de organizaciones rebeldes anticomunistas que buscaban derribar del poder a regímenes de izquierda en el Tercer Mundo. Los casos más conocidos incluían a los Contras de Nicaragua y la facción de Jonas Savimbi (UNITA) en Angola. A la postre, ambas insurgencias no lograron hacerse del poder.

En tan solo un caso fue el respaldo de Washington de una insurgencia exitoso durante esa era —el respaldo de los muyajaidines en contra las fuerzas de ocupación de la Unión Soviética en Afganistán. Sin embargo, ese resultado fue especialmente irónico, dado que muchos graduados del espectro de los muyajaidines luego aparecieron en el Talibán. Adicionalmente, el colapso del régimen clientelar de Moscú en Afganistán era un presagio de lo que sucedería con el cliente estadounidense en ese país. En ambos casos, un gobierno que un poder extranjero ayudó a instalar y mantener eventualmente colapsó, en razón de una ausencia de raíces domésticas significativas.

Tal vez el caso más patético fue el intento de la Administración Obama en pos de crear una facción rebelde secular y democrática para luchar contra el dictador sirio Bashar al-Assad. El motivo aparente fue la incomodidad entre algunos funcionarios estadounidenses acerca de continuar respaldando a facciones anti-Assad que eran inquietantemente musulmanas en su orientación. Formalmente, la Administración adoptó la estrategia de identificar, entrenar y equipar a una fuerza totalmente nueva en 2014, pidiéndole al Congreso autorizar para esto $500 millones. Los funcionarios gastarían la totalidad de esos fondos en los siguientes catorce meses.

A contramano de las expectativas de que la nueva aventura de entrenamiento y equipamiento del Pentágono produciría miles de combatientes leales a favor de una Siria democrática, solo 54 graduados surgieron para crear una defensa moderada dentro de la rebelión anti-Assad. Hacia septiembre de 2015, los funcionarios de la Administración debieron informarle al Senado que apenas “cuatro o cinco” combatientes permanecían activos en el campo. El esfuerzo de entrenamiento y equipamiento en Siria demostró ser todavía más derrochador e ineficaz que la mayoría de los programas estatales.

Muchas experiencias decepcionantes de este tipo deberían representar una lección imborrable para las futuras autoridades a cargo la política exterior estadounidense. Con frecuencia, Washington no se muestra en capacidad de identificar líderes, ni de instalar de manera exitosa gobiernos en países extranjeros. Esto es innegablemente cierto en sociedades que son marcadamente diferentes a la cultura estadounidense, en todo concepto y aspecto. No es posible comprender de manera extensiva la multiplicidad de factores críticos vinculados a la historia, la religión, la economía y la política en esas naciones.

En definitiva, el liderato político no comprende verdaderamente a esas culturas foráneas, con lo cual tampoco se hace posible darles forma como para que sirvan a los objetivos de la política exterior de Washington. En la capital estadounidense, se insiste en la selección de clientes que se esmeren en reproducir los valores vigentes en los Estados Unidos. Aún en los casos más extraños en donde los eventuales clientes exhiban algún atisbo de sinceridad, tampoco ellos contarán con un respaldo doméstico genuino -contabilizando incluso una capacidad inferiro para organizar sus facciones con eficiencia.

El desastre de Afganistán es, apenas, la más reciente confirmación de esa realidad.

 

Sobre Ted Galen Carpenter

Ted Galen Carpenter es Académico Distinguido -distinguished fellow- en el think tank estadounidense Cato Institute, y autor o editor de numerosos libros sobre asuntos internacionales, incluyendo Bad Neighbor Policy: Washington's Futile War on Drugs in Latin America (Cato Institute, 2002). Publica regularmente en el sitio web en español de Cato.