INTERNACIONALES: RILEY WALTERS & WALTER LOHMAN

Comprendiendo el desafío planteado por China a los Estados Unidos

En más de un sentido, era inevitable que China se convirtiera en un desafío...

29 de Septiembre de 2020

 

En más de un sentido, era inevitable que China se convirtiera en un desafío para los planificadores estadounidenses en el ámbito de la seguridad. Con una población actual de 1.3 mil millones de personas, cuenta con los recursos humanos para desplegar amplios ejércitos y, en simultáneo, fábricas y actividades de investigación.

China, Partido Comunista, Pekín, Xi JinpingTal como los Estados Unidos, China es un país que exhibe el tamaño de un continente, con recursos sustanciales. Igualmente importante, su economía ha crecido de manera sostenida, superada solo por la estadounidenses.

Sin embargo, no es solo el crecimiento de la economía china la que ha llevado al surgimiento de tensioens entre Pekín y Washington. Cada vez con mayor frecuencia, China ha desafiado el orden internacional en lo relacionado con las vías marítimas en el litoral Pacífico, aguas por las cuales transita más de la mitad del comercio mundial. Durante mucho tiempo, China ha amenazado a Taiwan -un enclave democrático-, argumentando que le asiste el derecho de utilizar todo medio necesario, incluyendo la fuerza, para forzar el retorno de la 'provincia renegada'.

De igual modo, consideraciones territoriales y políticas enfrentan a China con aliados clave de los Estados Unidos en la región, incluyendo al Japón y a las Filipinas.

El desafío planteado por la República Popular China para los planificadores de seguridad estadounidenses es muy diferente del planteado por la Unión Soviética a mediados del siglo XX. China cuenta con una tradición histórica y cultural muy diferente y, por lo tanto, es portadora de una perspectiva bien distinta.

China, a lo largo de su milenaria historia, jamás ha confrontado un equilibrio de poder. En lugar de ello, se ha propuesto como la potencia dominante en el Asia continental, rodeada por Estados tributarios antes que Estados abocados al equilibrio. Desde la perspectiva china, su sitio es el correcto.

Asimismo, China también es diferente, en el sentido de que el Partido Comunista Chino se muestra menos ideologizado que su contraparte soviética, en lo que respecta a asuntos de política exterior. China, a diferencia de la era Mao, ya no busca replicar el modelo del Partido Comunista más allá de sus fronteras.

Pekín se exhibe dispuesta a trabajar junto a una variedad de socios, desde socialdemocracias europeas hasta autoritarios de mano dura como Kim Jong Un o en su momento Robert Mugabe, toda vez que ello sirva a los intereses políticos chinos. A Pekín no le preocupa el color ideológico de sus socios en el globo.

Esto convierte a la República Popular en una entidad más flexible, en lo relacionado a su proyección diplomática.

La zona en la que Pekín fija límites tiene relación con lo que percibe como amenazas contra la continuidad del Partido Comunista en el poder, ya fueren esas amenazas domésticas o externas. Deng Xiaoping, a pesar de su predisposición aperturista de China hacia Occidente, advirtió reiteradas veces sobre el riesgo de la 'occidentalización' (esto es, contra una política pluralista en China). Sus sucesores condenaron a la 'evolución pacífica', otra variante de la democratización.

Cualquier tipo de cambio político que pudiere desafiar la permanencia del Partido Comunista en el poder es visto como una amenaza existencial. Occidente, con sus principios democráticos y su preocupación por los derechos humanos, es percibido como un factor que compromete la legitimidad del Partido Comunista Chino.

La combinatoria de estos elementos ha empujado a China ha diseñar una mirada holística, en torno de su situación de seguridad. Para el liderazgo chino, el concepto central es un 'poder nacional abarcativo', en donde la capacidad nacional se construye a partir de una serie de componentes, incluyendo el poder militar, la capacidad económica, el respeto diplomático, la unidad política, y aún la seguridad cultural.

A partir de esta lógica, y para garantizar su seguridad, una nación necesita construir un poder nacional abarcativo, para fortalecer cada aspecto. El abandono de alguno de esos aspectos podría compromenter la seguridad nacional, en términos generales.

Para complicar más las cosas, el poder es, hoy día, cada vez más difuso en el sistema internacional. La democratización de la información y la globalización de las cadenas de suministros ayudan a convertir a cada vez más países en jugadores clave del sistema internacional, así como sucede con nuevos mercados y jugadores de importancia crítica.

Tal como lo prueban Singapur y Hong Kongya el espacio físico o el poderío de las fuerzas armadas no son criterios decisivos en la conversación internacional. A criterio de lidiar con este novedoso contexto, China no solo busca influenciar a otros Estados directamente a través de su poderío, sino que también se propone desafiar la visión sobre derechos humanos liderada por los Estados Unidos, y hace lo propio con las normas internacionales y los estándares globales de la industria.

Dada esta perspectiva -de visión y profundidad superior-, el Partido Comunista Chino se ha preparado para aferrarse a un acercamiento de mayor amplitud y extensión, al considerar su propia seguridad nacional.

Pekín emplea una colección de múltiples instrumentos, desde la inversión económica hasta la diplomacia pública -y pasando por la coerción de orden militar-, trabajando con una variedad de Estados con el fin de consolidar sus objetivos. Más importante aún, la fortaleza económica china le permite al Partido Comunista contar con mayores recursos, y nutrir sus esfuerzos para permanecer por un más extendido período de tiempo.

En consecuencia, la República Popular China consigna el desafío más abarcativo y complejo para los intereses estadounidenses, al menos desde finalizada la Guerra Fría, desafío que trasciende el andarivel militar para involucrar tópicos emparentados con la economía, las finanzas, la diplomacia y la estrategia.

Estos esfuerzos se enfocan, fundamentalmente, en consolidar lo que el presidente chino Xi Jinping ha calificado como el 'sueño chino del rejuvenecimiento de la nación china'.

Lo cual promueve el encumbramiento de la República Popular China hacia el primer puesto de las potencias globales hacia el año 2049, cuando tendrá lugar el centenario de la fundación de la República Popular. Esto exige hacer de China un país en lo posible autónomo en áreas industriales clave, y elevaar su PBI per capita, que hoy se sitúa en torno de los US$ 8.800, detrás de México y de Malasia.

Dado el énfasis en su 'poder nacional abarcativo', el sueño chino ciertamente involucrará la promoción de mejoras en otros tantos elementos, incluyendo la unidad política (por ejemplo, procediendo a la unificación con Taiwan), y mejoras en materia de ciencia y tecnología.

En este contexto, resulta importante apuntar que uno de los elementos del 'Sueño Chino' es contar con unas fuerzas armadas poderosas. Como resultado, el Ejército Popular de Liberación se exhibe como un desafío creciente para los Estados Unidos de América.

A diferencia de los militares soviéticos, que desplegaron una fuerza global con notables capacidades de proyección de su poderío, el PLA chino se enfoca ampliamente en contingencias cercanas a la República Popular, pero el establecimiento de bases y accesos en el extranjero, operando esto con una flota y fuerzas de infantería naval cada vez más importantes, claramente subraya que el PLA del futuro será capaz de lidiar con operaciones más allá del territorio continental.

A diferencia de la Unión Soviética, sin embargo, los chinos no solo se enfocan hoy exclusivamente en el componente militar de la competencia internacional. El PLA es solo una parte del desafío consignado por la República Popular; el desarrollo económico y político continúan siendo prioridades extremas.

Desde el punto de vista del Partido Comunista Chino, el país 'disfruta hoy de una instancia de oportunidades estratégicas'. No contando con un gran potencial para hacer frente a una guerra de magnitud, la República Popular sí tiene la oportunidad de acortar su carrera frente a Occidente, optimizando su poder nacional abarcativo, lo que involucra fortalecer sus vínculos diplomáticos, así como también perfeccionar sus capacidades económicas y tecnológicas.

La Iniciativa Ruta de la Seda (Belt and Road Initiative) es un ejemplo excelente que ilustra cómo Pekín ejercita un despliegue de elementos económicos, político-diplomáticos y tecnológicos para consolidar sus objetivos estratégicos.

Más allá de las ventajas comerciales dirctas que ofrece, la Iniciativa ayudará a China a construir vínculos amistosos, a determinar estándares industriales y a, potencialmente, proporcionar acceso a redes de información e infraestructura mientras ayuda a construirlos y, por lo tanto, desarrollando nuevas vías para la influencia política y diplomática China en Asia Central, el Sudeste Asiático, Africa y Europa.

Estos esfuerzos se ven facilitados por la realidad que explicita que China no es una economía de mercado: muchos de esos esfuerzos son llevados a cabo por firmas tuteladas por el Estado, y aisladas de cualquier impacto que pudieren conllevar sus decisiones de negocios.

El Partido Comunista Chino aspira a que inversiones económicas como la mencionada devengarán beneficios no solo económicos en lo estratégico, sino quizás también militares. La capacidad militar china se sitúa hoy principalmenet tras bambalinas, ofreciendo apoyo antes que protagonizando un papel estelar.

De igual modo, China actúa con frecuencia a criterio de influenciar la opinión global, recurriendo a un formato propio de guerra política. Esto incluye medidas tales como la 'guerra de opinión pública', como la que se desarrolla desde los Institutos Confucianos.

Al comenzar inicialmente como un esfuerzo loable por enseñar a extranjeros el idioma chino, estos institutos han terminado operando como vías para canalizar 'avenidas aceptables' para la investigación académica, y en temas de interés coherentes con los intereses chinos.

Al enfoque estadounidense actual frente al creciente desafío chino se ha anotado éxitos disímiles, en donde lo mejor ha tenido que ver con la variable de la seguridad.

En lo que consignó una notoria mejora frente a la Administración anterior, Washington ahora ha torcido el eje, para tomar una posición que, antes pasiva, hoy es más directa, contrarrestando los esfuerzos de China a la hora de establecerse como la primera potencia en el Pacífico occidental.

Allí donde, en apariencia, Estados Unidos accedieron frente a reclamos extravagantes de Pekín en el Mar del Sur de China al, por ejemplo, no desafiar la construcción de islas artificiales por parte de Pekín, e invitando a China a tomar parte de los ejercicios navales del Pacífico, ahora ha decidido conducir operaciones de libertad de navegación con rigor bimestral en torno de las citadas islas, ha rescindido la invitación para los ejercicios Rim of the Pacific de 2018, y ha ejercitado maniobras navales reiteradas veces a lo largo del Estrecho de Taiwan, en respaldo a Taipei y, como ya se dijo, a la libertad de navegación en los mares.

En general, los avances en las relaciones entre los Estados Unidos y Taiwan, como es el caso del Acta sobre Viajes de Taiwan, el Acta TAIPEI, y el cónclave de 2019 entre los principales consejeres de seguridad nacional de ambos gobiernos, han sentado un novedoso precedente diplomático a favor del acercamiento. En 2020, Alex Azar, Secretario americano de Salud y Servicios Humanos, se convirtió en el primer funcionario de su rango en visitar Taiwan.

Estas iniciativas no solo subrayan la importancia recurrente de Taiwan en la concepción americana de la seguridad en el Pacífico occidental, sino que también dejan en clara la postura de la política estadounidense de seguridad para la región, al respecto de que ésta será dirimida en Washington, y no en Pekín.

La programación de un calendario coherente de comercialización de armamento estadounidense para Taiwan, incluyendo los nuevos jets F-16 propuestos por la Administración Trump, contribuirán a fortalecer el mensaje.

Más ampliamente, Estados Unidos está hoy alentando a la construcción de un sistema de alerta regional y global más frecuente, para ilustrar que la República Popular China representa un desafío de magnitud para el orden internacional y sus reglas aceptadas.

Claramente, el Japón ya ha decidido alinear su política exterior más íntimamente a la de los Estados Unidos, incrementando la defensa de su país y colaborando con los esfuerzos estadounidenses a la hora de garantizar dominios centrales, como ser el espacio exterior y el ciberespacio.

Todo lo cual suscribe al compromiso estadounidense que cifra que cualquier ciberataque contra el Japón 'podría, en determinadas circunstancias, constituir un ataque armado, bajo el Artículo V del Tratado de Seguridad entre los Estados Unidos y el Japón'.

De igual modo, aliados estadounidenses clave como el Japón, Australia, el Reino Unido y Francia, se han sumado ahora a la prerrogativa americana de limitar la incorporación de productos tecnológicos en información y telecomunicaciones de Huawei, a sus redes domésticas.


Las dudas en torno de la seguridad de la información que se moviliza a través de hardware Made in China ha ganado empuje, aún cuando la Administración Trump ha centrado mayormente su atención en las actividades chinas vinculadas a ciberespionaje económico, incluyendo distintos episodios de pirateo informático.

Este último aspecto ha llevado, acaso, a la cuestión más controvertida de la relación sinoamericana en los últimos cuatro años. La Administración Trump se ha decidido a echar mano de sanciones y aranceles económicos, ostensiblemente para reprender a China por su falta de respeto frente a los derechos de propiedad intelectual, a sus prácticas anticomerciales, y a su recurrente empleo de subsidios y otras medidas que contradicen los compromisos contraídos por Pekín ante la Organización Mundial de Comercio.

Los esfuerzos de la Administración estadounidense actual han subrayado las asimetrías evidenciadas en el tratamiento que los EE.UU. y China ofrecen a la inversión extranjera y al comercio, aún cuando han resultado en elevados costos para los importadores americanos, y en una réplica contra el sector agropecuario de los Estados Unidos.

El impacto de largo plazo sobre la economía americana, al obstaculizarse el ingreso de tecnología de información chinos -como ZTE y Huawei- a amplios segmentos del mercado americano, es difícil de predecir. En el corto plazo, no obstante, ello ha demostrado que la dependencia en materia de suministros no es unidireccional, con China manteniendo ventajas en este andarivel.

Dado que el modelo económico chino continúa poniendo énfasis en el rol del Estado en su política de desarrollo, así como también en los vínculos con los negocios y las fuerzas armadas, subsisten preocupaciones en torno de un mayor involucramiento en el extranjero.

Las inversiones chinas en tecnologías críticas suelen ser vistas no solo como importantes para respaldar a la economía china, sino también como fundamentales para los intereses en materia de servicios de inteligencia y militares chinos. De igual manera, el acceso a información individual de ciudadanos de los Estados Unidos podría comportar preocupaciones comerciales, aunque también vinculadas a la seguridad.

Estas preocupaciones, exacerbadas por el énfasis explícito de China en la fusión cívico-militar, ha empujado al Congreso de los Estados Unidos a reevaluar controles en materia de inversión extranjera y exportaciones americanas, en el contexto de la seguridad nacional. En 2018, aprobó una legislación clave, a efectos de lidiar de manera abarcativa con ambos andariveles. Las legislaciones cobraron forma en el Acta para la Revisión de Riesgos de Modernización en la Inversión Extranjera, y el Acta para la Reforma en el Control de Exportaciones.


Artículo original, en inglés


 

Sobre Riley Walters

Riley Walters es Asistente Investigativo en el Instituto Davis para la Seguridad Nacional y la Política Exterior en el think tank estadounidense The Heritage Foundation (Washington, D.C.). Es colaborador regular en el medio The Daily Signal.