Estados Unidos, una nación que se desmorona
Primero, vinieron por el papel higiénico y por los rollos de papel para cocina...
Primero, vinieron por el papel higiénico y por los rollos de papel para cocina; luego, vinieron por la harina y, ahora, por nuestras monedas. En efecto, el público estadounidense que debía lidiar con el virus del COVID-19 debe ahora hacer frente a lo que se ha dado en llamar 'escasez de cambio chico', aparentemanete provocado por el acopio. Las tiendas de afé y de otros comercios minoristas que tratan con dinero en efectivo han acusado un duro impacto en este apartado, encontrándose con que no cuentan con cambio para devolver a sus clientes en las cajas. En apariencia, el pueblo ha decidido -espontáneamente- que las monedas en formato de nickels, dimes y quarters, ya que tienen valor como metal, de alguna manera mantendrán su valor frente a las piezas de papel que se imprimen en Washington.
El gobierno federal actuó con decisión, a criterio de hacer frente a la amenaza, con la Reserva Federal configurando una Fuerza Especial de Monedas para 'mitigar los efectos del reducido inventario provocado por la pandemia de COVID-19'. Irónicamente, y por cierto, la Fed es la fuente del problema que ilustra sobre una moneda extendidamente respaldada en la nada. Conforme muchos de los más grandes bancos privados, incluyendo a JP Morgan y al Bank of America, están representados en esa Fuerza Especial -y lo propio sucede con un enjambre de burócratas gubernamentales-, uno podría asumir que nada sucederá, salvo quizás por una decisión que modifique el diseño de las monedas para eliminar a Washington, Jefferson y a Lincoln. Sacagawea podría quedar como efigie en la moneda de dólar, dado que ella representa a una minoría étnica aprobada.
Existen numerosos indicios para colegir que el gran bólido estadounidense está cerca de estrellarse. Mi esposa y yo concurrimos la pasada semana a una tienda de armas, para tomar un curso de actualización. Aprendí a disparar armas de fuego durante mis épocas en el Ejército y la CIA, pero no he empleado una desde 1978; mientras tanto, mi esposa aprendió a utilizar una pistola quince años atrás, cuando tomamos la decisión de tener una en nuestro hogar 'por si acaso'. Con certeza, el escenario actual -que evidencia a grupos radicales fuera de control, y que no son restringidos por políticos ineptos y por medios de comunicación cómplices, nuestra decisión de rearmarnos como familia se basó en la presunción de que ya no podremos respaldarnos en una fuerza de policía desmoralizada y pasiva a la hora de protegernos a nosotros mismos o a nuestra propiedad, particularmente cuando existen enfoques raciales frente a lo que se hace, y frente a quién se hace. De tal suerte que hemos de estar preparados para defendernos, por nuestra cuenta.
Lo primero que hemos aprendido fue lo difícil que ha sido concretar una reunión con un entrenador y con un polígono de tiro con licencia. Nos llevó semanas para lograr la cita, y sólo logramos una cuando se dio una cancelación. Pareciera ser que numerosos ciudadanos estadounidenses ordinarios están buscando defenderse porque, como nosotros, se exhiben conmocionados cuando nuestros políticos ignoran los saqueos, las palizas y los incendios intencionales, mientras esos mismos políticos se arrodillan frente a matones. Mientras tanto, los medios respaldan este proceso de violencia, incluso propiciando una condena contra la raza blanca -lo cual sugiere que nada bueno podrá provenir de versiones ajenas que relaten lo que sucede.
Mi esposa y yo finalmente llevamos a cabo nuestro entrenamiento de tiro, pero el próximo obstáculo coincidió con la optimización de nuestras armas. Contábamos con una venerable pistola automática de calibre 9 milímetros y un viejo revólver calibre 38. Las pistolas modernas cuentan con mejores medidas de seguridad, y sus mecanismos son más ergonométricos para manos ancianas. Estábamos buscando una nueva pistola 9 mm automática, y un fusil de asalto AR-15. Pero el hombre detrás del mostrador nos dijo: 'No; todo tiene lista de espera de seis meses o más. Todos están comprando nuevas armas. Déjeme un depósito, y lo llamaré cuando haya algo disponible'.
En consecuencia, 'todos' están entrenando para disparar y comprando nuevas armas, mientras también se ha informado que los ingresos ilegales a comercios para apropiarse de armas en tiendas deportivas se han incrementado dramáticamente. Las armas son un commodity caliente, lo cual podría significar que la confianza del público hacia el Estado ha comenzado a desvanecerse. Incluso los medios masivos de comunicación han observado el incremento en la venta de armas, pero esos medios utilizan ese dato para argumentar el aumento de homicidios registrado en el país durante los últimos meses. Más armas, de acuerdo al Washington Post, significa que habrá más blancos racistas armados en calles que ya son un infierno; sin embargo, esos medios evitan informar que las muertes por uso de armas se han dado masivamente entre víctimas y victimarios afroamericanos, como siempre ha sido.
Uno incluso podría sugerir que al menos parte de la explicación reside en otro andarivel, como ser, en menos frecuencia de trabajo de parte de las policías, dado que los agentes se han percatado de que no hay política que los respalde, y que les conviene hacer lo menos posible cuando comienzan los disparos. Los agentes, de hecho, han sido objeto del grueso de la violencia reciente. En lugar de buscar ayuda con la policía, las víctimas de delitos deberían llamar al 911 y pedirle al alcalde Bill de Blasio que les envíe un trabajador social, ante cada oportunidad que los ciudadanos sean atacados por pandillas. Los policías de la Ciudad de Nueva York, en apariencia, están demasiado ocupados, por cuanto han optado por proteger los graffitis de Black Lives Matter en la Quinta Avenida, frente a la Torre Trump.
Otra cuestión tiene que ver con las dificultades a la hora de comprar alcohol. Las personas están deprimidas, y beben muchísimo más que lo normal. Lo cual puede, naturalmente, derivar en comportamientos compulsivos. Residimos en Virginia, y nuestro depósito cada vez está más escaso de stocks. Un cajero me ha relatado que está vendiendo un 300% más de alcohol que lo normal para esta época del año. La pasada semana, ingresé en una muy bien provista y reconocida licorería en Washington, D.C., y compré las últimas botellas de mi whisky escocés favorito, The Famous Grouse. Ya no tenían más, ni sabían cuándo volverían a recibir partidas. Mi esposa y yo ya nos anticipamos a la crisis del Famous Grouse, y hemos conversado sobre la posibilidad de instalar una destilería clandestina en nuestro sótano.
Finalmente, el relato de un miembro de la familia que lidera una firma en el rubro de la construcción. Recientemente, nos comentó que su negocio estaba en medio de un sorprendente boom, en parte porque las personas están construyendo panic rooms, santuarios al estilo de los refugios antinucleares de los años sesenta, e incluso los construyen detrás de sus casas. Pero, a diferencia de la amenaza de guerra nuclear en aquellas décadas pretéritas, el temor actual es que los perpetradores del desastre cuenten con el beneplácito de las autoridades, que organicen una invasión de domicilios y que penetren en barrios prósperos -nada de lo cual podría descartarse. El grueso del trabajo de construcción se lleva a cabo silenciosamente, acaso porque los clientes se enteren de que sus vecinos vean qué tan asustados están.
Así es que, aquí estamos. Estados Unidos se ha conmovido por una pandemia a la cual el gobierno no sabe cómo responder, mientras se ha registrado un récord de desempleo y de bancarrotas. Mientras tanto, las armas y el alcohol -e incluso las monedas- evidencian una altísima demanda, mientras los atemorizados ciudadanos construyen defensas en sus domicilios. Y gran parte del gobierno en todos sus niveles actúan como si tomaran partido por los destructures -o como si les tuviesen miedo. Ciertamente, Estados Unidos ha tenido fallos siempre, aunque alguna vez fue una tierra de oportunidades en donde las personas podían prosperar y disfrutar de mayores libertades que en ningún otro sitio.
Ahora, esos días se han ido. Será hora de sintonizar las noticias, para certificar cómo esa nación otrora orgullosa, y que supo contar con ciudadanos que rendían culto al trabajo duro, está hoy desmoronándose frente a nuestros propios ojos.
Artículo original, en inglés; republicado en El Ojo Digital con permiso del autor
Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.