INTERNACIONALES: MATIAS E. RUIZ

Estados Unidos: el barniz de la civilización

A lo largo de la historia, sociólogos, psicólogos y teóricos evolucionistas...

04 de Junio de 2020


A lo largo de la historia, sociólogos, psicólogos y teóricos evolucionistas -desde Thomas H. Huxley, Charles Darwin y otros- debatieron extendidamente en torno a lo que, con el tiempo, se daría en llamar 'Teoría del Barniz'. Esta proposición rezaba que la humanidad es inherentemente egoísta, y que toda construcción moral no es más que una fina cobertura o barniz diseñado para disimular la verdadera esencia del ser humano -destructiva, violenta, y motorizada exclusivamente por el propio interés. Hacia 2005, el primatólogo holandés Frans de Waal, en su libro, 'Nuestro Simio Interior' se esmeró en pulverizar aquéllas interpretaciones, consignando que las cualidades más notables de las personas -generosidad, altruísmo, amabilidad- son también componente fundamental del carácter humano, tal como lo son sus instintos más básicos.

Estados Unidos, George Floyd, Black Lives Matter, Antifa, Terrorismo, Donald TrumpYa en 2017, los productores Ken Burns y Lynn Novick dieron a luz el interesante y abarcativo documental 'La Guerra de Vietnam', que emitió Netflix. En uno de los capítulos del ciclo, intitulado 'El Barniz de la Civilización' (The Veneer of Civilization), se planteó la dualidad registrada entre los criterios de racionalidad estratégica implementados durante el conflicto, en contraposición a las groseras atrocidades acometidas por las partes beligerantes en el terreno -tanto vietnamitas como estadounidenses-, y que remitían sin escalas al costado más siniestro de los involucrados.

Hoy, Estados Unidos se halla inmerso en un proceso de amplificación de la turbulencia social, en donde el homicidio del ciudadano George Floyd a manos de fuerzas de policía actuó como lubricante social para la protesta violenta generalizada. A posteriori, la réplica ciudadana -vandalismo, incendios provocados, destrucción de edificios públicos y privados, e incluso homicidios- ha evidenciado un carácter eminente y exacerbadamente desproporcionado frente al evento que le sirviera de justificación. Para algunos, el sucedáneo que facilitó la proliferación de la destrucción fue la catástrofe económica legada por los procesos de confinamiento interestatales; aunque esta tesis no podría arrogarse un indiscutible índice de certeza, en virtud de que el gobierno federal asignó, en promedio, US$1.000 de asistencia financiera a desempleados y damnificados por vía del denominado Paycheck Protection Program (dinero que, en una mayoría de casos, era superior al salario percibido en empleos pre-cuarentena). Adicionalmente, el desbarajuste social que hoy acusa la Unión ha consignado una amplificación superior a la de las protestas motorizadas tras la paliza propinada por agentes del Departamento de Polícía de Los Angeles al ciudadano Rodney King, en 1992.

¿Qué ha cambiado, entonces, luego de 28 años? Fundamentalmente, Estados Unidos ha asistido a la reproducción consecutiva e ininterrumpida de organizaciones dedicadas a una confesa agenda delictiva (narcotráfico, pandillas), o bien a la impetuosa movilización social respaldada en dietarios ideológicos (feminismo, anti-racismo -Black Lives Matter-, movimientos LGBT, anarquismo -Antifa-, milicias armadas, y similares). Más aún, ese pernicioso caldo de cultivo ha sido nutrido por ONGs y facciones políticas antisistema o pretendidamente moderadas, con elementos del Partido Demócrata muchas veces respaldando la catarsis agresiva. En el ínterin, la serpiente -de tanto en tanto- suele morder su propia cola: Andrew Cuomo, gobernador del estado de Nueva York, la ha emprendido crudamente contra su colega partidario, Bill DeBlasio -alcalde neoyorquino-, denunciando su franca incompetencia ante la crisis.

Agudo fallo de inteligencia mediante, la dinámica natural del proceso -la cual se ha consolidado durante años de incubación, sin ser mayormente perturbada- ha rematado en un perfecto cóctel explosivo, que pende cual espada de Damocles sobre la cabeza del sistema republicano estadounidense. Incidentalmente, el fenómeno tiene lugar pocos meses antes de los comicios presidenciales, pautados para noviembre próximo, y donde el actual presidente del país, Donald Trump, mantiene sólidas perspectivas reeleccionistas frente a su rival Demócrata, Joe Biden.

Así las cosas, el combo expuesto arriba permite plantear serias dudas a la hipótesis que habla del 'racismo' como motor primigenio de la violencia, especialmente cuando el objetivo táctico primordial de las turbamultas han sido, curiosamente, afroamericanos y sus pauperizadas comunidades. A la postre, la complejidad y la heterogeneidad del contexto que caracteriza a la protesta, termina por arrojar el argumento reduccionista del racismo, por la ventana. El pasado 27 de mayo, el sitio web investigativo Bellingcat publicó una invaluable pieza, que reverberó en no pocas redacciones de medios de comunicación tradicionales. Allí, se trazaba un panóptico sobre la milicia identificada como 'Movimiento Boogaloo', al que acostumbrada y ceremoniosamente muchos supieron calificar como una franquicia de partisanos armados, portadores de una ideología de 'extrema derecha'. En efecto, la invectiva de los Boogaloo ha arengado a plantear un proscenio de guerra civil abierta contra el gobierno federal, al tiempo que celebra reiteradamente la enmienda constitucional que resguarda el derecho de almacenar y portar armamento de guerra. Sin embargo, el texto de Bellingcat -tras analizar concienzudamente los posteos y declaratorias de los Boogaloo en 4Chan y otros canales- halló que sus miembros condenaban enérgicamente el ataque sistemático perpetrado por agentes de policía contra afroamericanos. Milicianos del núcleo incluso realizaron llamamientos públicos para que ciudadanos de esas comunidades se manifestaran violentamente contra las autoridades, en Minneapolis, epicentro del brete. Eventualmente, tampoco sería sensato descartar el plausible protagonismo de la narcodelincuencia organizada latina en los incidentes (La Raza, MS-13, Sureños, Latin Kings, Barrio 18), ya sean aliados o rivales. Todos ellos, confluyendo en el desorden para sacar partido del retroceso de un gobierno federal que los persigue judicialmente, y encarcela.

Como síntesis perfecta y acabada del Problema Americano, se observa que la naturaleza e interoperabilidad de factores y variables conduce a un tórrido caleidoscopio del que toman parte simpatizantes emparentados con los grupos previamente mencionados, ingredientes de agendas en todo disímiles -y, peor aún, referentes de posiciones ideológicas irreconciliables. A modo de prueba, se han publicado videos antes inimaginables en redes sociales, protagonizados por militantes genuinamente pacíficos de Black Lives Matter que entregan manifestantes destructivos a las propias fuerzas de policía.

Con todo, la amplia grieta o brecha detectada entre los mismos pelotones de manifestantes tiene su singular correlato en la otra vereda: policías y activos del Ejército de los Estados Unidos y de la Guardia Nacional se exhiben fracturados entre elementos pro-Trump y anti-Trump. Lo propio sucede en la comunidad de inteligencia, en cuyo seno el mandatario estadounidense decidió, en su oportunidad, poner en marcha un servomecanismo de purgas -por momentos brutal. Acaso deba rastrearse, en este principio de fractura, la incapacidad o escasa predisposición del establishment de la seguridad nacional a la hora de anticipar al presidente los riesgos o potencialidades en danza, retornados por la crisis económica y las normas procedimentales de cuarentenización.

El fallo de inteligencia ha quedado expuesto. El delicado y muy superficial barniz de civilidad, también.

 

Sobre Matias E. Ruiz

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.