ECONOMIA INTERNACIONAL: MANUEL HINDS

Coronavirus: ¿peor el pánico que la enfermedad?

Las noticias relativas al coronavirus parecen cobrar la forma de manifestaciones de mentes divididas...

04 de Marzo de 2020


Las noticias relativas al coronavirus parecen cobrar la forma de manifestaciones de mentes divididas en dos visiones contradictorias. Las dos perspectivas han subsistido lado a lado en las redes sociales y en los medios tradicionales de comunicación. Una parece propiciar tranquilidad, y la otra, pánico. Los hechos parecen apoyar la primera visión.

Coronavirus, ChinaEl primer dato que se ha ido comprobando es que la tasa de mortalidad de la enfermedad es en extremo baja, esto es, que se sitúa en el mismo orden de magnitud que la influenza corriente, y que está concentrada en ciertos grupos -personas de avanzada edad, que fuman, o que viven en sitios con pésima calidad del aire, o bien que poseen alguna vulnerabilidad en el sistema respiratorio. Al día 2 de marzo, había en el mundo 90.283 casos confirmados (de los cuales 80.151 pertenecían a China), y 3.122 decesos (2.943, también de la República Popular).

Echando mano de estas cifras, podría calcularse que la tasa de mortalidad (el cociente de muertos a casos) es de 3,4% en el mundo, y de 3,7% en China. Este cociente, sin embargo, tiende a la baja porque, conforme se observa, el número de muertes diarias está disminuyendo, a pesar de que el número de casos confirmados ha aumentado continuamente en los últimos 39 días. Por esta y otras razones, varias autoridades de salud han estimado que, al estabilizarse la enfermedad, la tasa de mortalidad será inferior al 2%. Es importante subrayar que ese porcentaje es sobre los que tienen la enfermedad. Como porcentaje de la población china, los muertos en China representan el 0,00021%.

Por supuesto, la historia no se ha terminado, y puede haber aumentos en la tasa de mortalidad. Esto, sin embargo, no es muy probable, porque el período de peligro dura en promedio 20 días, 5,2 previo a manifestarse y 14 después de la manifestación, y el número actual de muertes es sustancialmente más bajo que el del 23 de febrero, en un período en el que los casos han aumentado continuamente (el periodo de 14 días de cuarentena se ha estimado de esta manera, a efectos de cubrir casos raros que se incuban en un lapso de 14 días).

El segundo hecho es que el virus se transmite muy fácil, precisamente porque se incuba por varios días sin síntomas, a raíz de que un porcentaje elevado de personas no tiene síntomas aún después de la incubación, y porque muchos otros tienen sólo síntomas muy leves. Por tal motivo, se hace difícil contener los contagios. Es tan complejo identificar a todos los que lo pueden transmitir, que muchos expertos creen que es incontenible. Es decir, lo más probable es que a todos podría afectarnos la enfermedad, como la influenza o la gripe común, pero que pocos padecerán riesgo de vida, como sucede con la influenza o la gripe común. Esta visión ha sido presentada por médicos y administradores de hospitales de gran peso en Europa y los Estados Unidos de América. La suma de estos datos parece apoyar una actitud profesionalmente preocupada, pero exenta de pánicos.

Esto, por supuesto, no significa que no haya que protegerse, ni que el gobierno deje de prepararse para cuando la pandemia llegue a cada nación en particular. Muchas personas requerirán hospitalización, y otras quizás pierdan la vida, aún cuando representen un reducido porcentual sobre cada población dada.

Sin embargo, todo ello no parece justificar la magnitud del pánico, económico y de otros tipos, que el virus ha desencadenado. En sí mismo, éste pánico está causando daños humanos y económicos de proporciones, marginales al virus mismo. En rigor, nada indica que el virus en sí va a provocar grandes efectos sociales y económicos, tales como serían la caída de la producción y el comercio mundial como resultado de enormes cantidades de muertos —como fue el caso de la peste bubónica de hace setecientos años—. Las pérdidas sociales y económicas tienen lugar, ahora mismo, en razón del miedo, en la forma del rompimiento temporal de las cadenas de producción. Estos quiebres tendrían efectos de más largo plazo si, como consecuencia de ellos, muchas empresas quebraran y no pudieran recuperarse al final del pánico. Los gobiernos están discutiendo medidas con miras a reducir los malos efectos económicos del virus, pero no lograrán nada si no comienzan a reparar los daños al comercio exterior. Allí sí puede registrarse una seria amenaza. Quizás el pánico ha sido inevitable durante el periodo en el que esta información sobre el virus se ha ido compilando. Nadie conocía las propiedades del virus, ni cómo se comportaría el público ante la amenaza. Pero, conforme se va conociendo ese dato, lo importante es restablecer el comercio lo antes posible, a criterio de evitar la ocurrencia de mayores problemas.

Existen enemigos declarados del libre comercio, que afirman que la pandemia en ciernes evidencia que la globalización es negativa, porque no habría posibilidad de contagios si ésta no existiera. Este argumento es extremadamente superficial, por cuanto ignora la expansión de la peste bubónica en tiempos en los que el comercio internacional era marcadamente más escaso de lo que sería indispensable en nuestros días.


 

Sobre Manuel Hinds

Economista y consultor económico, Hinds se desempeñó como Ministro de Hacienda de El Salvador entre 1994 y 1999. Se le considera el padre de la dolarización, tras haber propuesto la idea en su país. Es autor de Playing Monopoly with the Devil: Dollarization and Domestic Currencies in Developing Countries (publicado por Yale University Press en 2006) y co-autor con Benn Steil de Money, Markets and Sovereignty (Yale University Press, 2009). Hinds también es columnista de El Diario de Hoy de El Salvador. En 2010, obtuvo el Premio Hayek del Manhattan Institute.