América Latina: vándalos
Ahora, le ha tocado el turno a Colombia. Antes, había ocurrido en México, y en Chile.
25 de Noviembre de 2019
Ahora, le ha tocado el turno a Colombia. Antes, había ocurrido en México, y en Chile. Los vándalos han destruido una buena parte de Santiago de Chile. Se ensañaron con el sistema de transporte público. Más de dos docenas de estaciones fueron carbonizadas. Esas acciones afectan directamente a los trabajadores más pobres y a las empresas en las que laboran. Los empleados no pueden llegar a tiempo a sus trabajos. Es cierto que los Estados suelen recoger rápidamente los escombros, pero la indignación contra los vándalos tarda mucho tiempo en disiparse. Mucho más que la humareda de los incendios.
Indirectamente, los vándalos perjudican a toda la sociedad. Los daños inflingidos en perjuicio del sector público significan menos servicios de los ya pautados en los presupuestos: menos comedores escolares. Menos salud y educación. Menos recursos para los pensionados. Menos parques y recreos. Menor inversión. Menos puestos de trabajo. Menor crecimiento. Tal vez, más impuestos para paliar los destrozos. No existe un solo aspecto positivo en el vandalismo, conforme la sociedad suele tomar en cuenta estas actitudes a la hora de las elecciones. Les suelen cobrar en las urnas tanto a las izquierdas suicidas que auspician los desmanes –los Gustavo Petro de este mundo—como a los gobernantes que no afrontan con firmeza a los vándalos.
Curiosamente, los vándalos originales fueron parte de unas tribus germánicas que ingresaron en Iberia a principios del siglo V, y dejaron su huella genética en Galicia y Andalucía. Los españoles altos, rubios y bien plantados, de ojos azules o verdes, provienen de ese tronco remoto. La fama de destructores es muy posterior. Proviene del saqueo de Roma -registrado en el año 455-, pero no fue hasta el siglo XIII que los escritos eclesiásticos acuñaron la siniestra equivalencia entre los saqueadores y los vándalos. Sin embargo, aquellos vándalos -es decir, los originales- actuaban fuera de su territorio. No se les ocurría destruir el entorno propio.
¿Por qué lo hacen estos nuevos vándalos? Evidentemente, porque les gusta quemar y destruir lo que no les pertenece. Existe un carácter hipnótico y atrayente en el fuego. Por tal motivo, la piromanía se alza como un fenómeno universal. El origen puede ser político, pero la mano de obra que se dedica a ello suele estar compuesta por jóvenes que disfrutan el golpe de adrenalina que les recorre el organismo. Son esclavos de los neurotransmisores que controlan nuestra conducta, como correctamente lo estableciera el antropólogo español José Antonio Jáuregui. Especialmente, cuando sabemos que el cerebro no madura hasta, aproximadamente, los 25 años de edad.
¿Cómo enfrentarse a estos destructivos ciudadanos? A mi juicio, con mano dura y justa. Acaso modificando los códigos penales. No basta con solicitarles a las abuelas que castiguen a sus nietos vándalos, como pedía Andrés Manuel López Obrador (AMLO), presidente de México. La sociedad, representada por el Estado, debe hacerlo. ¿Cómo? Quizás, responsabilizando a los culpables ante tribunales severos. Si son menores de edad, haciendo que las familias abonen los gastos de la destrucción efectuada por estos canallitas. Creo que algunos pueblos asiáticos tienen medidas de ese tipo que deben imitarse.
Recuerdo el caso de un empresario español, molesto por el graffiti dejado en la fachada de su negocio por un pretendido 'artista' callejero, averiguó donde vivía el sujeto, fue a su casa y la pintarrajeó con botes de pintura indeleble. El grafitero aprendió la lección y nunca más perjudicó los predios del vengador en cuestión. De paso, la familia, muy disgustada, tuvo que abonar cientos de euros por el costo de repintar su vivienda.
Es importante que esas reformas de las penas y castigos se pongan en práctica. De esa manera, se evitaría -entre otras anomalías- el ruido de sables que suele terminar muy mal.
O las reformas penales las hacen los políticos sensatos, o se las hacen a la fuerza los generales con el beneplácito inicial de las sociedades.
Después, llega el momento de llorar, pero el origen está en los vándalos y en la pasividad de los gobiernos que los toleran.
O las reformas penales las hacen los políticos sensatos, o se las hacen a la fuerza los generales con el beneplácito inicial de las sociedades.
Después, llega el momento de llorar, pero el origen está en los vándalos y en la pasividad de los gobiernos que los toleran.
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@CarlosAMontaner
Sobre Carlos Alberto Montaner
Es escritor y periodista. Sus trabajos son publicados en los periódicos más reconocidos de América Latina. Su blog, en: elblogdemontaner.com.