INTERNACIONALES: PHILIP GIRALDI | REALPOLITIK

La Fuerza Especial de John Brennan en la CIA de Donald Trump

¿Podría éste ser el próximo Obamagate?

16 de Noviembre de 2019


Existe considerable evidencia al respecto de que el sistema estadounidense de gobierno podría haber caído víctima de una operación encubierta e ilegal, organizada y ejecutada por la comunidad de la inteligencia y de la seguridad nacional del país. El ex Director de Inteligencia Nacional, Jim Clapper, el el Director de la CIA, John Brennan, y el ex Director del FBI, James Comey, parecen haber desempeñado un rol crítico en el liderazgo que puso en marcha esta conspiración, y pudieron, perfectamente, no haber operado en soledad. Casi con certeza, lo que hicieron lo han hecho bajo explícita autorización del ex presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, y por su equipo de seguridad nacional.

Comey, Brennan, ClapperLa misma debió parecerse a una operación más, en la perspectiva de elementos operativos clandestinos con experiencia en la CIA. A efectos de impedir que el impredecible y poco confiable Donald Trump se convirtiera en la persona nominada por el Partido Republicano para competir por la presidencia, o siquiera si llegara a ser elegido, sería necesario propiciar sospechas de que el mencionado era un instrumento de una Rusia que volvía a adquirir importancia global, o bien pudo plantearse que Trump actuaba bajo las órdnees de Vladimir Putin, con la meta de empoderar al empresario estadounidense y, así, perjudicar a la campaña de Hillary Clinton. Aún cuando ninguno de los supuestos complotadores del Kremlin hubiese esperado que Trump se impusiera sobre Hillary, era plausible mantener la esperanza de que una Clinton debilitada estaría en posición poco ideal para implementar la agenda anti-Rusia que ella promocionó en tiempos de campaña. Numerosos observadores, tanto en Rusia como en los Estados Unidos, entendieron que, si Rodham Clinton hubiese sido elegida, un conflicto armado versus Moscú hubiese sido inevitable, particularmente si ella hubiese copiado el ejemplo de su esposo, quien presionó para que Georgia y Ucrania se unieran a la OTAN -lo cual Rusia hubiese percibido como una amenaza de índole existencial.

Así, pues, la sorprendente victoria de Trump forzó a la constitución de un tándem, con Clapper, Brennan y Comey ajustando la narrativa, a criterio de hacer ver a Trump como el traidor que capturó la Casa Blanca gracias a la ayuda recibida desde el Kremlin; a la postre, presentándolo como una suerte de candidato manchuriano. Las afirmaciones en relación a la interferencia rusa fueron rápidamente promocionadas, hasta llegar a propiciar el argumento de que el Partido Republicano sólo pudo ganar gracias a la asistencia de Putin.

Sin embargo, no se ha producido evidencia sustancial al respecto de la interferencia de Moscú, a pesar de años de investigaciones; con todo, el objetivo real era plantar un relato que, plausiblemente, podría convencer a una mayoría de ciudadanos estaounidenses de que, de alguna manera, la elección de Donald Trump como presidente fue ilegítima.

El staff de seguridad nacional actuó con el objetivo de proteger a su candidata Hillary Rodham Clinton, quien en realidad era la representante del Deep State americano. Amén de las desmentidas, el Deep State es real; no se trata de un mero relato conspirativo. Muchos ciudadanos, no obstante, no creen que el Deep State exista; entienden aquéllos que es una creación políticamente motorizada por los medios de comunicación, tal como lo fue el Rusiagate. Pero, si uno modifica los contenidos ligeramente, y describe al Deep State como el Establishment, con su poder político enfocado en Washington y su centro de gravedad financiero en la Ciudad de Nueva York, el argumento de que existe un grupo cohesionado de brokers del poder que en realidad son quienes manejan los hilos del país, se torna más plausible.

En tal contexto, el peligro representado por el Deep State -o, si se prefiere, por el Establishment- es que contiene un inmenso poder, aunque nunca es elegido en elecciones; como tampoco lo afecta mecanismo alguno de rendición de cuentas. Asimismo, ese consorcio opera a través de relaciones personales que nada tienen de transparentes, y los medios de comunicación son parte de él. En consecuencia, existen pocas probabilidades de que esa actividad llegue a la luz pública.

Sin embargo, algunos incluso podrían argumentar que el contar con un Deep State es un reflejo saludable de la democracia estadounidense, que sirve como elemento correctivo en un sistema político extendidamente corrupto y que ya ha dejado de servir a los intereses nacionales. Pero esa evaluación de seguro fue planteada antes de volverse evidente que muchos de los líderes de las agencias de inteligencia y de seguridad en el país ya no son los honorables servidores públicos que simulan ser. Ese elemento se ha exhibido ampliamente politizado desde, al menos, los tiempos de Ronald Reagan y, con frecuencia, han sucumbido a la carnada del poder, en tanto se identifican con la promoción del interés del mismo Deep State al que respaldan.

En efecto, una cifra de ex Directores de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) han admitido, implícita o explícitamente, la existencia del Deep State, como una de las reparticiones que mantienen bajo control a presidentes como Donald Trump. Más recientemente, John McLaughlinal responder a una pregunta referida a la preocupación de Donald Trump sobre el involucramiento del Deep State en el procedimiento de destitución o impeachment en marcha, ese funcionario señaló, sin tapujos: 'Bueno; Usted sabe, gracias a Dios por el 'Deep State' (...) Con toda la gente que sabía lo que está sucediendo aquí, fue necesario que un oficial de inteligencia diera un paso al frente y dijera algo al respecto, lo cual fue el gatillo que puso en marcha todo lo demás. Esta es la institución en el seno del gobierno de los Estados Unidos (...), institucionalmente comprometida a la objetividad y a decir la verdad. Es una de las pocas instituciones en Washington que no se encuentra en la línea de comando que diseña o implementa políticas de Estado. Es un trabajo gigantesco el decir la verdad -la cual es parte del mármol de cualquier lobby'.

Pues, bien; la dedicación de John a la verdad es ejemplar, pero, ¿cómo explica su propio rol en la promoción de las mentiras de su ex jefe, George 'Volcada' (N. del T.: 'Slam Dunk', en el básquetbol) Tenet, que condujeron a la guerra contra Irak, el mayor desastre de política exterior que experimentaran los Estados Unidos en su historia? O bien, ¿cómo explicaría el que Tenet esté sentado centímetros detrás del ex Secretario de Estado Colin Powell en el debate sobre Irak, ofreciendo cobertura y credibilidad para lo que todos en el seno del sistema sabían era una colección de mentiras? Habrá que atender, asimismo, a su muy cercano amigo y colega Michael Morell, con su célebre descripción de Donald Trump como un agente ruso, declaración que no presentó evidencia alguna, y a la cual sólo había que otorgarle credibilidad porque Morell hacía alarde: 'Yo era quien comandaba la CIA'.

Más allá de eso, se han revelado detalles adicionales que probaron exactamente cómo los consorcistas del Deep State intentaron, con considerable éxito, subvertir el funcionamiento de la democracia estadounidense. Las palabras son una cosa, pero actuar para interferir en un proceso electoral, o esmerilar a un presidente son asuntos graves.

Ahora, se sabe que el entonces presidente Barack Obama y el ex Director de la CIA John Brennan crearon una Task Force Trump, a comienzos de 2016. En lugar de trabajar contra amenazas extranjeras genuinas, esta fuerza especial desempeñó un rol crítico en la manufactura del meme que ilustraba a Trump como un instrumento de los rusos y como una marioneta de Vladimir Putin, declamación que aún emerge de tanto en tanto. En conjunto con James Clapper, entonces Director de Inteligencia Nacional, Brennan fue el ideólogo intelectual de la narrativa que versaba que Rusia había 'interferido en las elecciones de 2016'. Brennan y Clapper promocionaron ese relato, aún cuando sabían muy bien que Rusia y los Estados Unidos habían ejecutado una serie de acciones encubiertas uno contra otro, incluyendo operaciones de desinformación -durante los últimos setenta años-, pero simularon que lo que sucedió en 2016 era cualitativa y sustancialmente diferente, sin importar que la 'evidencia' generada para respaldar esos reclamos aún siguen siendo débiles o abiertamente inexistentes.

La narrativa de la 'interferencia electoral' rusa alcanzó su cénit el 6 de enero de 2017, poco antes de que Trump tomara posesión del gobierno, cuando una 'Evaluación de la Comunidad de Inteligencia (ICA)' orquestada por Clapper y Brennan fue publicada. A grandes letras, en el matutino The New York Times -en sí mismo, una componente integral del Deep State- el titular ya anticipaba el tono de lo que vendría después: 'Putin lideró un esquema para ayudar a Trump, según reza un informe'.

Con asistencia de los medios de comunicación del Establishment, Clapper y Brennan pudieron simular que la ya citada ICA había sido aprobada por 'la totalidad de las diecisiete agencias de inteligencia' (conforme lo afirmara inicialmente Hillary Clinton). Luego de unos cuántos meses, sin embargo, Clapper reveló que quienes desarrollaron aquella ICA fueron 'analistas escogidos' sólo del FBI, la CIA y la NSA. Explicó luego en una entrevista, aunque de manera poco convincente, el 28 de mayo de 2017: 'Las prácticas tradicionales de los rusos quienes, como es clásico, conducen por impulso genético operaciones de cooptación, penetración, obtención de favores, y lo que sea necesario, todo lo cual es una típica técnica rusa', agregando luego: 'Está en el ADN de ellos'.

La Fuerza Especial Trump fue mantenida en secreto en el seno de la Agencia, porque no se supone que la CIA espíe a ciudadanos estadounidenses. Los integrantes de esa Fuerza fueron reunidos solo con invitación dirigida personalmente. Oficiales de casos o 'case officers' bien identificados (esto es, hombres y mujeres que reclutan y regentean a los espías en el exterior); se reclutó a analistas y a personal administrativo, presuntamente en conformidad con su confiabilidad política. No todos los invitados aceptaron la oferta. Pero muchos de ellos lo hicieron, porque la invitación vino acompañada de promesas de ascensos y otras recompensas.

Y la presente no era una operación limitada estrictamente a la CIA. También se asignó a la Fuerza Especial a staff del FBI, con la aprobación del Director James Comey. El controlador de Christopher Steele (ex agente del MI-6 británico), Michael Gaeta, bien pudo ser uno de los personajes asignados a la Fuerza Especial Trump. Naturalmente, Steele preparó el notable dossier que emergió a la superficie poco después de que Donald Trump llegó al Salón Oval. Eso incluyó abundante material, ideado para vincular a Trump con Rusia -información que, en muchos casos, fue prefabricada o bien presentada desprovista de fuentes.

Entonces, ¿qué tipo de cosas estaba llamada a hacer esta Fuerza Especial? Los oficiales de casos trabajarían junto a servicios de inteligencia extranjeros, como ser el MI-6, los italianos, ucranianos y australianos, a efectos de identificar prioridades de recolección de información que implicarían a Trump y a sus socios en actividades ilegales. Y también está la evidencia que apunta que John Brennan en persona contactaba a sus contrapartes en servicios de espionaje aliados, para obtener su discreta cooperación, algo que siempre tuvo la inclinación a hacer y con modos desprolijos -ignorando las reservas que pudieren surgir al proponerse espiar a un eventual candidato presidencial.

Los miembros de la Fuerza Especial Trump pudieron perfectamente asignar a la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) la tarea de recolección de información poniendo la mira en objetivos. Asimismo, ellos hubiesen tenido la capacidad para involucrarse en complejas acciones clandestinas con el fin de comprometer a Trump y a su personal en actividades cuestionables -a título de ejemplo, el haber designado como objetivo al socio de Trump, George Papadopoulos. Si fuese entrevistado apropiadamente, el ciudadano maltés Joseph Mifsud podría arrojar luz sobre los oficiales de la CIA que se reunieron con él, que lo pusieron al tanto de los objetivos operacionales referidos a Papadopoulos, y que lo asistieron a consensuar encuentros monitoreados. Es altamente probable, de igual manera, que Azra Turk, la mujer que se reunió personalmente con George Papadopoulos, haya sido parte de la Fuerza Especial Trump de la CIA.

Esa Fuerza Especial también pudo ejecutar otra serie de acciones encubiertas, en ocasiones recurriendo a la prensa o a espacios en los medios con la meta de diseminar invenciones sobre Trump y sus íntimos. Las operaciones de información suelen presentarse como benigno eufemismo para propaganda política que los amigos de la Agencia tienen por costumbre difundir en los periódicos y canales de televisión, en tanto las operaciones sobre redes de computadoras pueden ser utilizadas para crear falsos vínculos y presentaciones sesgadas. Se ha conocido especulación en torno de que Guccifer 2.0 bien pudo haber sido una creación de esta citada Fuerza Especial.

A la luz de lo que ya se sabe en relación al supuesto informante de la CIA, debería tener lugar una investigación seria al respecto de si esa persona fue, en efecto, parte de esta Fuerza Especial o, como mínimo, si acaso informaba secretamente al grupo, luego de que fuera relegada al Consejo de Seguridad Nacional. Todos los oficiales de la CIA y del FBI involucrados en la Fuerza Especial juraron, en su oportunidad, defender la Constitución de los Estados Unidos. Sin embargo, se involucraron en una conspiración tendiente a, en primer lugar, denigrar al presidente electo y para, a posteriori, derribarlo. Ese esfuerzo continúa vigente, considerándose las afirmaciones recurrentes al respecto de las malignas intenciones de Moscú de cara a los comicios presidenciales de 2020.

Razonablemente, algunos podrían centrar su atención en el asunto Brennan, tomando nota de sus encuentros con líderes actuales y pasados del espectro de la seguridad. Podría concluírse que esa actitud se emparenta con la traición institucionalizada, lo cual, inevitablemente, llevará a la pregunta: '¿Qué sabía Barack Obama sobre el particular?'.



Artículo original, en inglés, en éste link | Traducido y republicado con permiso del autor, y publicado originalmente en The Unz Review (Estados Unidos)


 

Sobre Philip Giraldi

Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.