El mundo poco puede hacer para resguardar el futuro de Hong Kong, más allá de tomarlo como ejemplo en el sentido de que la preservación de los principios de la libertad está hoy en jaque. No obstante, el debate al que por estas horas se someten más de siete millones de almas consigna una lección de magnitud frente a lo que China tiene en sus planes para el resto del globo. Y esos planes nada tienen de bueno.
Por principio, las recurrentes protestas dicen mucho frente al compromiso de China de cara al proceso que se da en llamar '
Un país, dos sistemas'. Cuando la
Gran Bretaña transfirió la
soberanía sobre Hong Kong a Pekín en
1997, China acordó respetar aquel compromiso.
El mismo garantizaba que a Hong Kong le sería permitido mantener su propio sistema de gobierno y su sistema económico.
El sistema vigente en Hong Kong -un maravilloso esquema basado en libertades económicas- ha dado lugar a enormes progresos. Pero la libertad económica no es más popular que la libertad política, en el seno del Partido Comunista Chino. Y, en años recientes, las autoridades chinas han estado reprimiendo derechos supuestamente englobados en la sentencia 'Un país, dos sistemas'.
La discusión se disparó durante abril, cuando el gobierno de Hong Kong -situado bajo enormes presiones con origen en Pekín- introdujo una legislación que permitiría que ciudadanos acusados de delitos contra la China continental fuesen eventualmente extraditados. La propuesta hizo sonar todas las alarmas entre los residentes, que sabían a la perfección que no es posible confiar en un sistema legal politizado.
Los temores de que Pekín rápidamente echara mano de las armas para poner en la mira a activistas pro-democracia y a periodistas, generaron protestas masivas. Los esfuerzos tendientes a reprimir a los manifestantes solo contribuyeron a agravar el escenario, dando lugar a protestas aún más multitudinarias.
En tal sentido, las manifestaciones ciudadanas revelan mucho sobre la China continental. Una perspectiva refiere que, aún cuando a Pekín le agrada atropellar a Hong Kong, jamás se apresuraría a reprimir las protestas recurriendo a acciones militares. Este tipo de respuesta generó el rechazo mundial cuando, en el pasado, los soviéticos echaron mano de esa prerrogativa; factor que, a la postre, conduciría al colapso de la ex URSS.
Con todo, numerosos observadores temen que Pekín ingrese oficialmente con sus fuerzas al territorio, y ejercite represión contra los manifestantes. Después de todo -señalan esas voces-, la caída de la ex URSS no hizo titubear al Ejército Popular de Liberación chino cuando utilizó tanques para irrumpir en la Plaza Tiananmen.
No existen dudas de que Pekín está llevando adelante una guerra de temor. El pasado mes, agrupó tropas y pertrechos militares en la frontera con Hong Kong. Asimismo, exhibió fotografías de su ejército en proceso de entrenamiento para la represión de revueltas urbanas.
Todo lo cual arroja atendible información frente al marcado cinismo del que el gobierno chino echa mano a la hora de tratar con su pueblo. La policía de Hong Kong ya está haciendo el trabajo sucio de Pekín (asistida, para ser justos, con manifestantes y agitadores propios que han cruzado toda frontera de lo tolerable, volviéndose violentos y destructivos).
Toda vez que las manifestaciones 'pro-democracia' no se extiendan hacia las ciudades en la China continental, Pekín no mostaría mayor preocupación de mantener a un Hong Kong estable y sustentable para hacer negocios. En rigor, Hong Kong no tiene tanta importancia para la economía china, como la tenía veinte años atrás.
Adicionalmente, los chinos preferirían ver que el flujo de la inversión se traslade hacia ciudades en su territorio continental, como Guangzhou y Shanghai, las cuales se hallan bajo un control más férreo de Pekín. En lo que respecta al bienestar y el futuro del pueblo de Hong Kong, lo cierto es que esta es la última variable por la que China se preocuparía.
El grueso de los ciudadanos en la China continental se muestran indiferentes hacia las manifestaciones. Muchos están celosos de los privilegios que los residentes de Hong Kong cuentan desde hace mucho tiempo. Antes que presionar por lograr mayores libertades para aquéllos, más bien se muestran felices viendo que los hongkoneses reciben una reprimenda.
Sin embargo, esto se agrega al cúmulo de evidencias que explicitan que cualquier esperanza de que China se abra al mundo y Pekín termine defendiendo un sistema libertario con base en el libremercado, solo remite al pensamiento mágico.
Finalmente, hay lecciones para todos. La represión china en Hong Kong representa otra de las tantas promesas incumplidas por el régimen comunista.
China ha violado sus compromisos ante la Convención de la Ley del Mar de Naciones Unidas, ha violado las sanciones de Naciones Unidas (habiendo votado a favor de ellas) contra Corea del Norte, y solo ha contribuído a diseminar deuda externa y corrupción (antes que la prosperidad prometida) desde su propuesta conocida como 'iniciativa' de la Nueva Ruta de la Seda (Belt and Road Initiative).
Al cierre, Pekín cuenta ya con una consolidada reputación de tensar las reglas de juego, atropellando a todos los protagonistas para llegar a la cima -y las acciones que propicia en Hong Kong simplemente contribuyen a certificar el carácter negativo de esa reputación.
Nada refleja de manera más cruda la actitud desafiante de los chinos que su afirmación propagandística de prosperidad, cuando el régimen afirma que las manifestaciones en Hong Kong fueron ingeniadas por la CIA estadounidense.
Pekín tiene bien claro que ninguna persona sensata en el mundo creería eso, pero no le interesa. Los chinos saben que sus ciudadanos aceptarán esa pálida explicación -después de todo, no conocen otra campana-; y eso es todo lo que China desea.
La República Popular China está comportándose como un bully global. Como la mayoría de los bullies, continuará exhibiendo ese comportamiento -hasta que el mundo deje de tolerarlo.
Hong Kong es una advertencia para el mundo. Y el mundo debería tomar nota.
Artículo original, en inglés, aquí