Colombia: 'Paura di vincere'; Iván Duque, un presidente pusilánime
En su genial Suma de Teología, clásico compendio de Filosofía y Teología...
En su genial Suma de Teología, clásico compendio de Filosofía y Teología que ha acompañado la historia de la Civilización Occidental, Santo Tomás de Aquino define el vicio o pecado de la pusilanimidad como el propio de quien se caracteriza por “rehusar tender a lo que es proporcionado a sus posibilidades” (II-IIae. C. 33. Art. 1. Resp.), lo que contradice la inclinación natural de aspirar a todo aquello que es posible lograr y de actuar en consecuencia con el objetivo de alcanzarlo, de conseguirlo.
En Colombia, quienes votaron por Iván Duque Márquez para ser presidente del país, lo hicieron con la esperanza de que su gestión fuera un freno al proceso de degradación moral, social, jurídica y política que comenzó con el gobierno de Juan Manuel Santos, agudizándose y acelerándose con la implementación abusiva de los Acuerdos de La Habana, a los cuales el pueblo colombiano respondió con un contundente NO el 2 de octubre de 2016, pero que, pese a todo y violando las leyes más básicas de la democracia, se está aplicando de modos cada vez más sucios e indignos de un Estado Social de Derecho.
No obstante, los votos y las esperanzas de más de nueve millones de colombianos están siendo defraudados de modo radical por el Presidente Duque, pues su actitud y sus acciones en la dirección del ejecutivo pueden adjetivarse, sin lugar a dudas, como pusilánimes, por muchas razones, algunas de las cuales, por ser más sobresalientes, se señalarán ordenadamente en lo que sigue.
En primer lugar, la posición de Duque con respecto a la Jurisdicción Especial para la Paz ha sido totalmente errada, pues no ha refutado, como debería, la existencia misma de dicho tribunal, en el que, no bastando con la ilegitimidad e inmoralidad que le es inherente por basarse en el sofisma aberrante de la “justicia transicional”, está conformado por magistrados con sueldos astronómicos que contribuyen al desangramiento de las arcas estatales, varios de ellos implicados en casos comprobados de corrupción. La Jurisdicción Especial para la Paz ha sido siempre, y cada vez es más evidente, una Jurisdicción Especial para las FARC, y ante la gravedad de esta complicidad entre la rama judicial y los narcoterroristas, Duque solo ha presentado unas melifluas objeciones que no fueron aprobadas, quedando humillado Duque, y con él, todos los colombianos de bien.
La ciencia del poder, de sus ecuaciones y su mantenimiento, ciencia a la que se podría llamar “cratología” (Martínez, 72), enseña que, muchas veces, quienes detentan efectivamente el poder crean falsas oposiciones para distraer a la opinión pública y, finalmente, salirse con la suya. Así pues, las objeciones a la Ley Estatutaria de la JEP parecen diseñadas por quien desea ser derrotado, por quien tiene, como dicen los italianos “paura di vincere” (miedo de vencer), de una manera débil, que no confronta de verdad los problemas esenciales. De esa forma, tranquiliza y hasta entusiasma a un sector de la derecha ―usualmente fanático en su uribismo mesiánico―, pero, finalmente, da paso a los intereses de la izquierda, que, ante la opinión pública, queda legitimada por los órganos de control y humilla al ejecutivo y, con él, al pueblo colombiano.
Alberto Fujimori, en circunstancias harto similares a las que hoy enfrenta el presidente Duque tuvo que recurrir a una medida extrema, dada la situación límite en la que se encontraba, pues las ramas legislativa y judicial del poder público estaban impidiendo el proyecto de transformación nacional y pacificación que lo habían llevado a la presidencia, incurriendo, además, en terribles faltas a la ley y a la realización de sus deberes constitucionales. Para cumplirle a los peruanos y sacar adelante a un país azotado por el terrorismo, Fujimori llevó a cabo el célebre autogolpe de 1992, conocido como “Fujimorazo” que, pese a todas las diatribas de una izquierda recalcitrante, en el pasado, en el presente y, tal vez, en el futuro, fue lo único que permitió acabar con el Sendero Luminoso y dar los pasos definitivos para la reducción del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru.
Dos días después del autogolpe, el 7 de abril de 1992, el 71% de los ciudadanos encuestados apoyaba la disolución del Congreso Nacional y el 89% aprobaba la reestructuración del Poder Judicial, como evidenciaron siempre los clamores del pueblo en las calles durante y después de este acontecimiento trascendental en la historia del hermano país. Son muchos los que recuerdan que, en las avenidas de Lima, Arequipa, Trujillo, Chiclayo, Piura y otras ciudades principales se gritaba “¡Viva el chino!”, lo que revela un apoyo que pervive hasta hoy en el corazón de muchos peruanos.
Evitar el conflicto a toda costa, cediendo y callando ante las injusticias flagrantes de la JEP, no es propio de un hombre colombiano, pues el colombiano es hombre del “‘Sí’ por sí, ‘No’ por no” al que alude el Evangelio según San Mateo (5,37) y las tintas medias, las conciliaciones y las voces melifluas le son ajenas, mucho más en un mandatario que, como ya se indicó, obtuvo la victoria en elecciones con unas promesas que no ha cumplido y a la sombra de Álvaro Uribe Vélez, quien teniendo desaciertos y no siendo modélico en todos sus aspectos, se caracterizó siempre por su seguridad, radicalidad y firmeza, con lo cual dio al pueblo colombiano, otra vez, confianza, tranquilidad y esperanza. Valga decir, a propósito, que los colombianos esperan mucho más del Dr. Uribe como dirigente del Centro Democrático, pues la gestión de Duque no revela el supuesto ideario ni los objetivos de un partido político que es mejor representado en el Congreso que en la dirección del ejecutivo.
Por otra parte, la actuación del Presidente Duque con relación a la minga indígena fue desastrosa, pues no solo cedió a reunirse con una turba de violentos manifestantes ―que, en distintos puntos de Colombia, se burlaron de la autoridad militar, a la que, incluso, hicieron correr, revelando la desmoralización y la coacción de las que son víctimas el Ejército y la Policía Nacional de Colombia― y poniendo en riesgo su dignidad de presidente y su propia vida, sino que terminó entregándoles más de $800.000 millones, como quien, cobardemente, cede a las presiones del matón o “abusón” escolar y repitiendo la historia de las marchas de estudiantes y profesores de la universidad pública, los cuales, si bien tenían razón en algunos de sus reclamos al ejecutivo, dejaron, con el aval y la connivencia de Duque, un pésimo mensaje a la opinión pública, pues recuerdan la pataleta y las rabietas del niño que, amenazando y gritando, logra conseguir lo que se le antoje de adultos incapaces sometidos a su capricho.
Finalmente, y para rematar, Duque abogó por los magistrados de la JEP a los que E.E.U.U, como país soberano y en perfecto derecho, canceló las visas, ignorando las razones de peso que tenía el país del norte para proceder de esa manera y tratando de salvar una inexistente y falaz pulcritud moral de dichos magistrados, actuando como quien quiere quedar bien con los criminales, ganarse el aplauso de los usurpadores y complacer a todos, incluso a sus peores detractores.
Colombia es un punto estratégico para los fautores de la Revolución, esto es, para un cambio profundo y violento en las estructuras políticas y socioeconómicas del mundo. Al respecto vale la pena recordar que, en su célebre tratado de Filosofía y Teología de la Historia Revolución y Contra-Revolución (1959), el Profesor Plinio Corrȇa de Oliveira, indicaba:
Las fuerzas propulsoras de la Revolución han sido manipuladas hasta aquí por agentes sagacísimos, que se han servido de ellas como medios para realizar el proceso revolucionario.
'El éxito que hasta aquí han alcanzado estos conspiradores (…) se debe no solo al hecho de que poseen una indiscutible capacidad para articularse y conspirar sino también a su lúcido conocimiento de lo que es la esencia profunda de la Revolución, y de cómo utilizar las leyes naturales―hablamos de las de la política, de la sociología, de la psicología, del arte, de la economía, etc.― para hacer progresar la realización de sus planes.
En este sentido, los agentes del caos y de la subversión hacen como el científico, que en vez de actuar por sí solo, estudia y pone en acción las fuerzas, mil veces más poderosas, de la naturaleza' (60).
La actitud del presidente de Colombia revela falta de decisión, deslealtad ante el pueblo colombiano y, sobre todo, indica que, propiamente, el gobierno de Duque no ha comenzado, a casi un año de su posesión, pues, al parecer, el alto mandatario tiene miedo de vencer, de hacerse cargo, en lo que revela un grado considerable de pusilanimidad. No obstante, y de acuerdo a las iluminadores reflexiones de Plinio Corrȇa de Oliveira, es oportuno preguntarse ¿no será, más bien, que el auto-sabotaje de Duque obedece al plan que las oscuras y secretas fuerzas aludidas han trazado para sumergir a Colombia en el caos? ¿Será que Duque, más que pusilánime, es cómplice?
Bibliografía
-Corrȇa de Oliveira, Plinio. Revolución y Contra-Revolución. Medellín: Centro Cultural Cruzada. Sociedad Colombiana Tradición y Acción, 2018.
-De Aquino, Santo Tomás. Suma de Teología III. Parte II-II (a). Trad. Ovidio Calle Campo y Lorenzo Jiménez Patón. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1990.
-Martínez Barrera, Jorge. La política en Aristóteles y en Tomás de Aquino. Pamplona: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2001.
-Sagrada Biblia. Versión crítica sobre los textos hebreo y griego. Trad. Jose María Bover y Francisco Cantera Burgos. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1957.
Gómez Rodas es Licenciado en Filosofía y Letras y Doctor en Filosofía (Universidad Pontificia Bolivariana; en Medellín, Colombia). Miembro del Centro de Estudios Clásicos y Medievales Gonzalo Soto Posada (CESCLAM). Coautor de los dos tomos del libro '100 Preguntas y Respuestas para Comprender el Conflicto Colombiano'. Es colaborador regular en El Ojo Digital (Argentina) y en el Centro Cultural Cruzada y Razón+Fe (ambos de la República de Colombia).