NARCOTRAFICO Y ADICCIONES: JUAN A. YARIA

Drogas y sistema nervioso; el ejemplo de Islandia

En épocas en las que la banalización del daño provocado por las drogas se alza con la victoria...

11 de Octubre de 2017
En épocas en las que la banalización del daño provocado por las drogas se alza con la victoria (en tanto lo propio sucede con el 'uso controlado y medido' de las mismas, promocionado por diferentes canales), es menester referirse a aspectos que contradicen de plano tal realidad. Mientras esto sucede, se potencian todos los indicadores de consumo; los marcadores de la epidemia se apropian de territorios en forma de pandemia -claro está, zonas de pobreza extrema, unidas a sectores militarizados por el propio tráfico de drogas, como también se da éste fenómeno en sitios de economía hogareña opulenta. Sin embargo, y como es costumbre, atendemos a la problemática de las poblaciones puntuales que requieren de una dosis diaria, no tanto para vivir, sino para sobrevivir. La superposición de tales escenarios se traduce en epidemia (fenómeno sanitario preocupante), pandemia (situación descontrolada), y endemia (en donde se asiste a una población cautiva, ya cronificada en el consumo). La tragedia y el drama se anuncian, al mismo tiempo que se dispara la aceptación social del consumo. Tal como sucede con no pocos otros problemas, los daños del flagelo van a parar debajo de la alfombra, aún cuando ya asoma otro dato preocupante, coincidente con el consumo de sustancias en el propio núcleo familiar.

Drogas y sistema nerviosoEn la práctica, una mayoría ciudadana (y de especialistas) pareciera desoír toda investigación existente vinculada al sistema nervioso y a los efectos perniciosos de los estupefacientes y distintas sustancias. Ya desde mediados de la década del noventa, se certificó que el consumo de drogas altera de manera aguda -y, luego, permanente- la función cerebral (NIDA; Instituto de Drogas, Estados Unidos, 1997; A. Letcher). De ahí en más, se hace más extendido el trabajo investigativo de la la Dra. N. Volkow (presidente actual de NIDA). Los hallazgos en el campo del estudio del cerebro por imágenes ilustran cabalmente sobre la existencia de regiones con alteraciones funcionales y estructurales (infartos, zonas necrosadas), ligadas ellas al consumo de drogas. Como consecuencia, el pensamiento de los individuos se ve modificado -y lo propio sucede con su ritmo de atención, su memoria, capacidad de planificación a futuro, etcétera. El correlato posterior llega incluso al campo de los trastornos de la personalidad y de la eclosión de enfermedades psiquiátricas asociadas al consumo (a tal efecto, será útil recordar la conferencia del Dr. Rubén Baler, Academia Nacional de Medicina; 4 de octubre, NIDA).

En la actualidad, resulta incontestable que el consumo abusivo de drogas como fenómeno existencial crítico solo puede comprenderse al profundizarse en los daños sobre el sistema nervioso humano. El resultado, en tales casos, es el de sujetos carentes de sentido de vida, y francamente desposeído de futuro. A la postre, no es otra cosa que un enfermo neurológico.


Cuidar a los jóvenes
 
Se reconocen hoy día dos funciones cerebrales críticas: sistema 1, y sistema 2. El primero es automático, rápido, y exhibe respuestas reflejas; en tanto el segundo es lento, reflexivo, y se muestra como fruto excelso de la cultura, espacio en donde las conexiones neuronales se vuelven palabra y educación. Un sistema en perfecto funcionamiento se resume en un sano equilibrio entre sistema 1 y 2. Como contrapartida, el consumo de drogas en formato abusivo conduce a profundos desequilibrios entre ambos esquemas; al cierre, el sistema 1 termina en control de la situación: es un triunfo del automatismo. Es a raíz de esto que los pacientes se ven permanentemente motorizados a consumir una y otra vez, sin que exista mediación ni reflexión.

Este hecho psicobiológico se observa particularmente entre jóvenes en la pubertad y adolescentes, individuos en donde el sistema 2 se muestra en evolución y crecimiento. Los sistemas más evolucionados no terminan de madurar sino hasta los 25 años de edad. El consumo inveterado de sustancias en edades tempranas lleva, precisamente, a la liberación del cerebro automático, ya desde temprana edad. La consecuencia es la remarcable cantidad de enfermos juveniles por consumo de drogas, con sus previsibles secuelas psiquiátricas y antisociales. La explosión del consumo en estas edades ha hecho que se defina hoy a la drogodependencia como una enfermedad del desarrollo, en virtud de que la población crónicamente afectada dio inicio a su consumo entre los 12 y 25 años de edad (edades de máxima vulnerabilidad).

En simultáneo con estos fenómenos, se asiste a hechos igualmente relevantes y centrales: se quiebran las autopistas de transmisión de mensajes dentro del cerebro -red excelsa de comunicación a través de mediadores químicos y eléctricos que surgen de millones de años de evolución de la especie humana. El paciente luce desconectado, abúlico; multiplica respuestas vacías, y carece de la más elemental capacidad para vincular contenidos mentales y sociales.

La transformación de este panorama de desconexión conduce, en numerosos casos, a meses en los cuales la ausencia de drogas deviene en fundamental en un entorno terapéutico. Con tiempo, sin drogas y terapia,todo llega: es el objetivo de la salud mental a consolidar. Y ésta es una de nuestras máximas en GRADIVA.

En los consumidores, mandan la impulsividad y la violencia -o bien tales variables se encuentran a punto de estallar. Es que la función superior frontal del cerebro ha quedado irreversiblemente dañada; se trata de una persona incapacitada de reflexionar ni de detenerse, que queda a expensas de la recompensa inmediata y de un ya permanente. En este punto, el deporte, la terapia, el acompañamiento en las abstinencias y el no uso de drogas devienen en fundamentales. En el adicto, la función del sistema de supervivencia del cerebro solo se destina al consumo de drogas; las funciones sexuales y alimenticias se hacen al margen.

Los sistemas de recompensas cerebrales (función del placer ligadas al uso de drogas) suplen la función frontal (toma de decisiones con evaluación de consecuencias); las motivaciones cambian de signo y ya los estudios u oficios (tramas fundamentales en el aprendizaje adolescente) ceden ante los estímulos inmediatos. A ello habrán de sumarse las fuerzas del contexto: familias en donde se ausenta la contención y donde mandan las drogas y el alcohol; grupos de pares adolescentes en loca carrera adictiva; tribus barriales; etcétera.


Infortunadamente, la Argentina no es Islandia

Actualmente Islandia ocupa el primer lugar en la clasificación europea en cuanto a adolescentes con vida saludable. Los números de alcoholismo juvenil son los más bajos de Europa (5%); el porcentaje de cannabis disminuyó del 42 % al 7%, y el de fumadores diarios de cigarrillos, del 23% al 3%. Expertos islandeses certifican que la sociedad en ese país ha transitado del LSD de moda en los noventa, al rechazo masivo a las drogas de parte de los adolescentes. La nación europea invierte en actividades masivas para los estudiantes: artes, música, deporte, inteligencia emocional, capacidades para la vida, mejorar las ideas sobre sí mismo. Lo cual se traduce en un modelo societario en donde los adultos transmiten habilidades sociales y culturales para la vida. Los vínculos entre padres se refuerzan en centros de enseñanza. Complementariamente, la legislación vigente prohíbe -de manera taxativa- la comercialización de bebidas alcohólicas hasta los veinte años de edad, y de tabaco hasta los dieciocho. Las salidas nocturnas para menores de entre 13 y 16 años también están restringidas. A la postre, la sociedad islandesa ha desafiado a los opinadores 'políticamente correctos', y triunfó. Lo ha logrado, de la mano de la prevención masiva y la asistencia precoz.

En Islandia, también el nivel de pobreza es bajísimo. Ello se logró partiendo de las bases de una política de salud, cuyo eslogan subraya que las drogas dañan. Ese país es hoy un ejemplo mundial.

Naturalmente que la República Argentina no es Islandia, pero aún está en posibilidad de serlo; con esfuerzo, desafiando al orden 'políticamente correcto' que aquí se respalda en un progresismo light que promociona -de manera abierta y subliminal- el consumo de sustancias. Evitando, siempre, ilustrar sobre los perniciosos efectos.

 
Sobre Juan Alberto Yaría

Juan Alberto Yaría es Doctor en Psicología, y Director General en GRADIVA, comunidad terapéutica profesional en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Los artículos del autor en El Ojo Digital, compilados en éste link.