NARCOTRAFICO Y ADICCIONES: JUAN A. YARIA

Argentina: drogas y dolor social

Las escenas se repiten. En tales instantáneas, la pandemia -en ciertos espectros sociales- comporta su propia dialéctica.

27 de Agosto de 2017
Las escenas se repiten. En tales instantáneas, la pandemia -en ciertos espectros sociales- comporta su propia dialéctica. Una adolescente se transforma en Ley para su propia madre -al fin de cuentas, una mujer con más de veinte años de consumo que, a la postre, opta por un camino de recuperación. En nuestro consultorio, otro paciente me comparte: 'Soy de la década del noventa', y me quedo sorprendido con sus comentarios. Me relata que comenzó a consumir entre boliches y VIP o desde villas o asentamientos precarios, exponiéndose a daños físicos para contar con la dosis. Un aproximado de diez internaciones transforman a este hombre maduro en un ser vencido, con hijos en franco abandono. Me decido por hablarle, intentando elevar una autoestima que se ha precipitado en un estado de depresión, que delata a un ser ya sin fe. Digno de un tango de la década del treinta, cuya letra rezaba: 'En tu total fracaso de vivir, ni el tiro del final te va a salir (...) Estás desorientado y no sabés qué trole hay que tomar para seguir' ('Desencuentro', del invalorable poeta Catulo Castillo). 'Vivís en un corso a contramano, y querés cruzar el mar y no podés, ya sin fe (...) Si hasta Dios está lejano (...) Sangrás por dentro', remata el autor. El paciente decide tratarse -esta vez, 'en serio', dice-, hablándome de todas las trampas en las que ha caído, víctima de su dolencia. Oscar se atreve a más, y me dice que, teniendo hoy dieciséis, consume desde los once años. Vive en una zona fronteriza con la República del Paraguay, y su madre debe darle AR$ 600 para que aquél pueda satisfacer su dependencia. De lo contrario, sobrevendrá el ataque psicótico. Oscar se 'hermana con su 'perverso farmacéutico del alma' (el dealer), y éste lo manipula para que almacene drogas en su hogar. Así -de a poco-, lo involucra en el quehacer delictivo. Incontables intentos de suicidio, ligados a sus desbordes, lo conducen a la necesidad de internación en una comunidad terapéutica.

Traficantes de droga, marihuanaAsistimos hoy a épocas de epidemia que, en determinados sitios, ya se traduce en pandemia (un fenómeno sanitario en franco descontrol), y endémico en una gran población que ha quedado cautiva -lo cual remite, sin más, a un reservorio de pacientes con agudos déficits y deterioros. Algunos representan el alucinante momento de los noventa, con la droga como circuito nocturno fundamental, pero con una sociedad que en aquel momento aún no se mostraba decididamente infiltrada por la oferta, y que todavía contaba con un relevante nivel de rechazo ante el consumo. En contrapartida, el joven de dieciséis años hoy, representa a una sociedad comprometida en lo social, que registra un avance fenomenal del circuito de la oferta, y en donde la cultura de la aceptación de la droga se ha metido de lleno en todo espectro.

En lo personal, me inclino a narra historias individuales, por cuanto, de seguro, muchos lectores las experimentan en el propio barrio o en el seno familiar. Siempre es factible ofrecer estadísticas, pero éstas fenecen en una mera abstracción que intenta, a duras penas, consignar una fotografía desde la cual cuantificar el problema. De acuerdo con lo explicitado por el Observatorio SEDRONAR, entre 2010 y 2017, se incrementó el consumo de marihuana en los jóvenes en un 200%, y de cocaína, en un 300%. En 2010, uno de cada cien adolescentes consumía marihuana. En 2017, lo hacen tres por cada centenar. En lo que respecta a la cocaína, entre quienes consumieron en el último año, alrededor del 30% ya exhibe dependencia -esto significa que precisa de un consumo voraz diario, para continuar funcionando. Uno de cada dos jóvenes entre 12 y 17 años utilizó alcohol, en forma declaradamente abusiva. La tolerancia social al consumo es hoy gigantesca; se cree -erróneamente, claro está- que no es dañina, en un porcentaje que se ha duplicado en aquellos siete años.

Al mismo tiempo, niños y adolescentes comprueban que es sumamente fácil conseguir drogas -el 50% la tiene a mano.
 

¿Cómo hemos llegado al actual escenario?
 
Los primeros síntomas de epidemia surgen hacia finales de los años ochenta. Desde esa instancia, emergen estructuras públicas unidas a organizaciones de la comunidad que formulan planes provinciales, contando con una sólida matriz nacional con formación de recursos humanos (líderes comunitarios) y redes de asistencia (centros de escucha, de admisión, desintoxicación, comunidades terapéuticas, hogares/hospitales de día). Se generó entonces un  marco normativo, a instancias del Ministerio de Salud Pública, que permitió la habilitación de centros; la Provincia de Buenos Aires habilitó más de 150 centros públicos y gratuitos de asistencia, exhibiendo una formidable labor de cultura preventiva, de cara a la sociedad. Hacia fines de los noventa, comenzó a asistirse a una reducción de la prevalencia de la epidemia, en virtud del énfasis depositado en el esfuerzo de detección precoz, para los cuidados que los adultos debían proporcionar a los jóvenes y niños desde la familia, las escuelas, clubes barriales ,etcétera.

A partir de 2000, la dinámica del problema vióse modificada, y lo propio sucedió con las prácticas en la sociedad. Si antes se proponían cuidados frente al consumo de drogas (por los daños y máxime en edades de alta vulnerabilidad), hoy se registra un esfuerzo importante en la promoción del consumo 'cuidado y responsable', sin tener en cuenta edades ni etapas de la vida. Se produce la victoria de la tolerancia y la aceptación social -mensaje que incluso las propias escuelas difunden. El eslogan de hoy día se resume en la frase: 'La marihuana no daña'. Pero se obvia cualquier mención a las vulnerabilidades y a la función de este alucinógeno en la híperproducción de dopamina (mediador químico), y el grado de la apertura hacia otras drogas que el cannabis contribuye a consolidar.

Asimiso, desde 2010 se suspende la habilitación de nuevos centros de tratamiento (normativa todavía existente), certificándose el cierre de la mayoría de ellos hacia 2020. Un verdadero absurdo, que se traduce en la confusión de los centros de tratamiento con los repositorios de personas con enfermedades mentales que, en rigor, son los que deberían cerrarse o bien transformarse. En plena pandemia, no es plausible habilitar centros; comienzan entonces a emerger centros ilegales de atención, con personal no adiestrado ni habilitado profesionalmente. La razón: la epidemia habla y las familias no saben dónde atender a sus hijos.

Así, pasamos del intento de reducir la prevalencia de la epidemia, a la explosión pandémica de la actualidad.


Inserción del mercado de las drogas

De esta manera, con una población cautiva sin cultura preventiva y escoriada en lo social debido a distintos fenómenos y soportando los embates de la cultura tecnológica y de la postmodernidad (vínculos familiares frágiles, abandonos, desapego, desatención, etcétera), desde los 2000 se allanó el camino para la gran tragedia nacional, a partir de la inserción definitiva del comercio de drogas. Subsistema que comporta tres etapas bien definidas:

a) En los albores del siglo XXI, se multiplican las células delictivas y su infiltración en circuitos de miseria y marginación, y en circuitos de consumidores VIP o ABC1;
b) Entre 2007 y 2010, se consigna la introducción de los cárteles caribeños, mexicanos y de otros países vecinos, lo cual da lugar a la disputa violenta de canales de venta y distribución (territorios); 
c) Desde 2010, se blanquea el emerge del brazo armado de las organizaciones, la distribución de territorios, la militarización creciente de los grupos y el acantonamiento de aquéllos en determinadas geografías, explotándose las debilidades en los controles fronterizos a nivel terrestre, fluvial y aéreo. Acompañan este proceso la potenciación de las cocinas de producción, que exhiben elevada rentabilidad; en simultáneo, el tejido social acentúa su fragmentación -no mediando cultura preventiva y el ya comentado déficit de las redes asistenciales oficiales. Todo ello se traduce en un negocio redondo para las organizaciones narco, que hoy han penetrado toda localidad existente en el país, consolidando su dominio de los andariveles judiciales y de seguridad. Tal es la propia naturaleza y esencia del tráfico de drogas: su dinámica impone la necesidad de profundizar el avance, toda vez que no encuentre oposición ni resistencia.

Estudios e investigaciones de instituciones de primer nivel en Occidente certifican que las naciones que evitan construir modelos preventivos, se encaminan directamente hacia la pandemia, dada la sobreoferta de sustancias (las drogas constituyen hoy el tercer negocio en volumen a nivel mundial, tras el comercio de crudo y el contrabando internacional de armamento). Los aliados de la epidemia son la disponibilidad de drogas (a la mano), la promoción de la banalización de los daños de las drogas y el costumbrismo de ignorar las vulnerabilidades, un refinado marketing que invita permanentemente al consumo, y la visible carencia de recursos familiares (grupos destruídos, fragmentación social).

La Argentina transita hoy este lóbrego sendero; ahora mismo, la entrada de la mayoría de los miembros de cualquier familia en el consumo, contribuye al agravamiento de la situación. Es el fenómeno de las familias multiproblemáticas, que hemos tratado en un capítulo anterior desde este espacio: la abundancia de patologías múltiples, la notable ausencia de cuidados parentales, y las tristes instantáneas de consumo entre hermanos, padres e hijos).

Hemos de hacernos cargo de remontar tantos años de decadencia. La cultura preventiva debe ser reflotada -por el bien de nuestros hijos; en pos de garantizar un futuro a nuestra sociedad.

 
Sobre Juan Alberto Yaría

Juan Alberto Yaría es Doctor en Psicología, y Director General en GRADIVA, comunidad terapéutica profesional en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Los artículos del autor en El Ojo Digital, compilados en éste link.