ESTADOS UNIDOS: PHILIP GIRALDI

Pirateo informático o filtración: ¿quién robó los archivos del Comité Nacional Demócrata?

La ausencia de datos forenses conduce, en rigor, a terreno pantanoso.

15 de Agosto de 2017

El Congreso de Estados Unidos y el Consejero Especial Robert Mueller están indagando sobre si acaso existió connivencia entre la campaña presidencial de Donald Trump y el gobierno ruso, a los efectos de 'influenciar' los resultados de los comicios de 2016. La estupidez y la ingenuidad probablemente salgan a la luz en abundancia, pero es improbable que pueda demostrarse connivencia con la meta de alterar los resultados de una elección -y, por lo tanto, perjudicar a la democracia estadounidense.

Rusiagate, confidencialEl mantra vigente en Washington, tanto en los medios de comunicación como en el circuito político, es que Rusia 'interfirió' activamente en la elección y que bien podría haber modificado el resultado, pero todo eso es, en mucho, especulación. Desde que la frontera existente entre, posiblemente, influenciar o favorecer cierto resultado, e interferir es más bien difícil de discernir, el denominado Rusiagate ha evolucionado en una aparente investigación sin fin que, con toda probabilidad, nada producirá en términos de acusaciones criminales factibles contra los trumpistas. Los rusos, por su parte, probablemente serán vistos como buscadores de contactos entre individuos importantes en una nación extranjera, portando el objetivo de promocionar sus propios intereses -algo que los gobiernos en todo el mundo suelen hacer.

En efecto, el proceso parece caminar hacia atrás. En primer lugar, es improbable que se revele cómo el asunto en su totalidad se ha convertido en un tema de seguridad nacional. ¿Quién exactamente robó los archivos del servidor del Comité Nacional Demócrata (DNC) y los correos electrónicos de John Podesta? En lo personal, evalúo que las apreciaciones sobre cómo tuvo lugar el robo de documentación resultan cruciales a los efectos de comprender eso que se ha dado en llamar Rusiagate, Ha de demostrarse cómo ocurrió todo con precisión y, de manera inevitable, el resto de las piezas encajará debidamente.

En este punto, lo único que ha quedado en claro, luego de más de un año de parloteo, es que, durante el pasado verano americano, archivos y emails vinculados a la elección fueron copiados y luego remitidos a WikiLeaks, sitio web que publicó algunos de ellos en un momento que era particularmente dañino para la campaña de Hillary Rodham Clinton. Aquellos que culpan a Rusia entienden que hubo un pirateo informático del servidor del DNC y también de los correos electrónicos de John Podesta, maniobra que fue perpetrada por un representante de los intereses rusos, o bien directamente por el brazo armado de la inteligencia militar moscovita. Las personas que suscriben este escenario basan sus conclusiones en una afirmación emitida por el Departamento de Seguridad Interior el 7 de octubre de 2017, y en una extendida evaluación desarrollada por la Oficina del Director de Inteligencia Nacional del 6 de enero.

Ambas apreciaciones implican que existió consenso entre una agencia de inteligencia del gobierno de Estados Unidos al respecto de que existió un pirateo informático ruso, aunque poco se ha proporcionado en materia de evidencias al respecto y, en particular, se registró un fracaso a la hora de dmostrar cómo fue obtenida esa información y cómo procedió la cadena de custodia -dado que el material llegó a manos de WikiLeaks. El informe de enero fue particularmente criticado por poco convincente -y esa crítica fue correcta-, dado que el aportante de datos de mayor relevancia, la Agencia de Seguridad Nacional, solo exhibía una confianza modesta en sus conclusiones; todo lo cual sugiere que la evidencia existente estaba lejos de ser sólida.

A posteriori, los informes publicados en medios de prensa proporcionaron algunas pistas en relación a lo que había detrás del supuesto juicio emitido por la comunidad de inteligencia. Un hacker identificado como Guccifer 2 bien pudo haber ingresado al sistema en representación de Rusia, y se registraron huellas electrónicas en la supuesta intrusión que eran características de los pirateos sancionados por Rusia. Pero ambas aseveraciones han sido desafiadas por separado, y se ha apuntado oportunamente que son, en gran medida, especulativas. De igual manera, hubo informes de que conversaciones telefónicas interceptadas en el seno del Kremlin involucraron a funcionarios de alto nivel expresando considerable alegría tras la victoria de Trump, lo cual sugiere que Moscú estaba monitoreando en profundidad el escenario y que, posiblemente, pudo haber desempeñado algún rol en el proceso electoral estadounidense.

Un punto de vista alternativo que ha estado circulando durante meses sugiere que no existió pirateo informático alguno, sino que se trató de una filtración deliberada de parte de informantes ejecutada por personajes desconocidos aún, que pudieron haber informado a WikiLeaks basándose en razones políticas -acaso para expresar su disgusto con la manipulación del proceso que, desde el DNC, terminaría nominando como candidata a Hillary Clinton.

Naturalmente, se conoce de otras explicaciones (no cercanas a los medios de comunicación) que versan sobre el modo en que la información transitó desde el punto A hasta llegar al punto B, incluyendo la versión de que la intrusión en el servidor del DNC fue, en rigor, ejecutada por la CIA, agencia que tuvo por objetivo simular que los perpetradores fueron de origen ruso. Esta explicación comporta algún índice de plausibilidad, debido al hecho de que la agencia en efecto cuenta con la cibercapacidad para hacer precisamente eso, en toda oportunidad en que opera en el mundo e invade los sistemas informáticos de países en el extranjero. Asimismo, la CIA bien pudo haber presentado un protagonista creíble, que pudo haber simulado que la información provino de un partidario Demócrata disidente, logrando la llegada del material a Julian Assange.

Y, finalmente, está el punto de vista híbrido. Esencialmente, éste explicita que los rusos -o bien un personero de Moscú- en efecto ejecutó la intrusión de los ordenadores del DNC, pero que todo fue parte de un procedimiento de ensayo de una agencia de inteligencia estándar y que no llevó a nada. Mientras tanto (y de manera independiente), cualquier otra persona que hubiese tenido acceso a ese servidor descargaba la información de interés, la cual, a su modo, desandó el camino hacia WikiLeaks.

Tanto los puntos de vista que versan sobre pirateo como los que hablan de filtración se han hecho acreedores a un considerable análisis técnico en los medios, a criterio de que cada cual fogonee su propio argumento. La escuela de pensamiento que hablar sobre pirateo informático ha subrayado que Rusia cuenta con la capacidad y la motivación como para interferir en la elección, exponiendo el material robado. Por su parte, los que toman partido por la filtración han afirmado recientemente que el sorprendente volumen de material descargado indica que algo así como un drive portátil de alta velocidad fue utilizado en la maniobra, lo cual implica que ello debió ser realizado por alguien con acceso físico directo al sistema informático del Comité Nacional Demócrata.

Lo que muchos comentaristas sobre el particular eligen concluir se ve frecuentemente sesgado por sus propias visiones políticas, lo cual da lugar a un resultado que favorece a una versión por sobre la otra, dependiendo de cómo percibe cada cuál a Trump o a Clinton. Acaso sea clarificador ponderar la información obtenida y transferida como un robo antes que como un pirateo o una filtración, conforme ambas expresiones han cobrado color político propio, en el contexto del Rusiagate. Por mi parte, no me siento calificado para juzgar sobre los análisis técnicos compartidos en relación al robo, pero me gustaría sugerir que la frontera es que nosotros (tanto el pueblo estadounidense como el gobierno) no tenemos idea de quién, en realidad, robó el material en cuestión.

Si el Congreso se mostrara verdaderamente interesado en determinar quién le hizo qué a quién, hubiese dado inicio con evaluar el robo de la información. La pesquisa debió comenzar con el servidor o servidores del DNC, espacios en donde la información robada era almacenada. Pero, extrañamente, al FBI se le impidió acceder al hardware. De tal suerte que cualquier examen forense que pudiese haber sido obtenido de las computadoras que fueron objeto de la maniobra jamás pudo ser llevado a cabo por parte de las fuerzas de seguridad del gobierno federal, lo cual, por fuerza y en contrario, se respaldó en un análisis realizado por un contratista del Comité Nacional Demócrata, la firma CrowdStrike, cuyo fundador Dmitri Alperovitch es un prominente crítico del gobierno ruso. CrowdStrike llevó adelante su propia investigación e, inevitablemente, culpó a los rusos.

Si el FBI se hubiese movilizado con rapidez a la hora de ejecutar un examen informático forense de los ordenadores, la información retenida en el sistema hubiese, presumiblemente, revelado a los investigadores quién se logueó por última vez, y en qué oportunidades. Ya con esa información en mano, hubiese comenzado una rueda de indagatorias a los individuos identificados. Asimismo, una investigación profunda hubiese incluído la obtención de un listado de todos aquellos individuos que, en teoría, hubiesen tenido acceso a la información robada, bajo la presunción de que alguien pudo haber empleado la contraseña de un colega. A pesar de todo, aún no hay indicativos de que se esté indagando a aquellas personas con acceso a los servidores del DNC -ni que esto se hubiese contemplado en alguna instancia de los procedimientos.

Una buena investigación hubiese examinado un eventual motivo para ejecutar la maniobra. Ya en julio del pasado año, había pocas dudas de que Hillary Clinton ganaría la elección, y es exagerado pensar que los rusos hubiesen, en su momento de mayor imaginación, estimar que podrían torcer el resultado. Pero eso no equivale a decir que no hubiesen tenido interés en debilitar a la presidencia de Clinton, optando por revelar evidencias sobre algún escándalo. Como tampoco existe motivo para que el entonces Director de la CIA, John Brennan, montase un pirateo informático que luego le endilgara a Moscú, habida cuenta de que él hubiese sabido que la información por liberarse dañaría a su candidata, Hillary Clinton. Pero Brennan pudo haber pensado que el promocionar la conexión rusa le provocaría un perjuicio mucho mayor a Trump. En lo personal, evalúo que el motivo probable también involucra otras dos posibilidades: que alguien tomara la información para venderla a algún interesado todavía no identificado, o que ese alguien haya robado la información para desquitarse con el establishment Demócrata, o con individuos con poder para definir las primarias y la convención de partidarios.

Y también es cierto que había allí un mercado limitado al cual comerciar los papeles de Clinton; la venta de ese material hubiese sido compleja, como también hubiese demandado contactos muy bien desarrollados y deseosos de obtener esa información -en tal caso, la venganza podría ser la explicación más plausible. Pero, aún en tal alternativa, nada sabemos, y no han emergido nombres como para justificar el armado de un caso. Seth Rich, perteneciente al staff del Comité Nacional Demócrata, quien fuera asesinado en un todavía no explicado 'intento de robo' en Washington, D.C., el 10 de julio de 2016, ha sido señalado por medios conservadores como sospechoso, pero esa posibilidad ha sido ruidosamente desechada por su familia y otros, y no parece haber seguimiento de parte del FBI sobre ese caso.

Con total honestidad, creo que nosotros, el público, jamás nos enteraremos de quién robó los emails de Clinton y Podesta, a menos que Julian Assange (WikiLeaks) opte por aclarar el asunto, lo cual es improbable. De hecho, Assange -quien ha negado que hayan sido los rusos- podría no saber con quién estuvo tratando. Si una sofisticada agencia de inteligencia estuvo involucrada de alguna manera, bien pudo haber utilizado a sus propios activos como interlocutores, simulando ser lo que no eran. Una historia de cobertura bien formulada pudo haber engañado fácilmente a Assange. Cualquier agencia medianamente capaz hubiese ejecutado su operación repleta de cortinas de humo y, en el ínterim, recurrir a interrupciones en la red de comunicaciones como para que el robo de datos no pueda ser rastreado debidamente a ella, ni al gobierno que la patrocinare.

El hecho de que haya transcurrido más de un año sin que nadie en la red de tecnología informática del Comité Nacional Demócrata haya sido investigado sugiere que lo que sea que haya sucedido ha sido enterrado a tal profundidad, que nada jamás emergerá a la superficie. Incluso ahora mismo, el examinar el servidor del DNC podría arrojar dividendos para el FBI, pero no existe virtualmente presión de nadie a los efectos de que ello suceda. Ciertamente, el FBI no ha dado indicaciones de que haya pistas en relación a lo que aconteció, y el Buró está satisfecho con atribuir el hecho a los rusos, particularmente desde que eso parece reflejar la sabiduría convencional. Culpar por el robo y por las consecuencias del hecho a Moscú es conveniente y confortable, porque ningún político estadounidense se ofende con esa alternativa, y eso significa que Usted no habrá de preocuparse por ofender a nadie, más que a Vladimir Putin.



Artículo original, en inglés, en http://www.theamericanconservative.com/articles/hack-or-leak-who-stole-the-dnc-files/

 

Sobre Philip Giraldi

Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.