NARCOTRAFICO Y ADICCIONES: JUAN A. YARIA

Drogas en familia

El 62 % de los pacientes en GRADIVA cuentan con familiares en consumo, o bien en carrera adictiva.

29 de Julio de 2017
'Compartí 'merca' y mujeres con mi viejo...'

(Palabras de un adulto consumidor, refiriéndose a su padre, hoy septuagenario) 

* * *

El 62 % de los pacientes en GRADIVA, nuestra comunidad terapéutica, cuentan con familiares en consumo, o bien en carrera adictiva. Esta realidad se replica en otros centros, en los que el consumo parece ser un 'postre familiar'. Esto no solo arrasa con las personas que viven en el mismo techo, sino que es un signo de arrasamiento social. La caída del ordenamiento social se liga a la caída del ordenamiento socioparental, que es el núcleo vivo de una sociedad al amparo de la ley, y es el camino más seguro para crecer. Donde mora la droga en un grupo, se potencia la irracionalidad y los aspectos no-predictibles de las conductas. Las funciones maternas y paternas se alteran y el chico, en muchos casos, se transforma en el padre de sus padres. El panorama hoy se complica cuando también existen familias que funcionan como unidades productoras de drogas (comercialización al menudeo, 'cocinas', tareas financieras de apoyo a organizaciones, correos de drogas, etcétera). En muchos casos, resulta imposible hacer un tratamiento, o siquiera decir al consumidor que no se le puede atender: lo delictivo trasciende a las necesidades terapéuticas. En tales casos, el tratamiento funcionaría más como un refugio que como un lugar de cambio.

Familia y drogasDos padecientes se presentaron ante mí hace unos años; un hijo (Pablo) también padre de una beba hermosa y un padre-abuelo (Jorge), demolido por la mochila de las culpas acerca de una vida en donde el hijo era más un amigo y socio en empresas, que un referente de una cierta legalidad. Ambos ingresaron en tratamiento, con el objetivo de intentar reparar esa historia -que hoy es reconocida y asumida.

En sus diecisiete años, Oscar se presentó ante mí hace dos años, luego de un largo periplo por instituciones y comisarías. Me presenta, como si fuera un blasón de identidad su genealogía familiar: 'Mi abuelo murió por consumo; mi padre consume, y yo empecé a los doce años'. Me relata cómo su escuela -situada en una barriada cuasimarginal del conurbano bonaerense- era escenario del esfuerzo de los profesores para hacer entender a los padres su dificultad y la encarnizada defensa de éstos en defender al hijo ante los supuestos ataques y equívocos de los profesores. El relato mostraba la buena voluntad de aquellos maestros, aunque también exhibía las falencias normativas de la institución escolar: muchos consumían drogas incluso dentro del edificio. Todo lo cual remite a la pedagogía libertaria que hemos sabido denunciar en trabajos anteriores.

Tanto Pablo como Oscar me relataban su pesar -como si se tratase de dos condenados. Creían que nada podían hacer ante esta genealogía de la derrota. Los pacientes son así: a la vez víctimas y victimarios. Las víctimas repiten en otros sus peculiares condenas, y se transforman en victimarios. Hoy, es común en los centros de rehabilitación como GRADIVA, la internación de padres e hijos. Siempre hay dos transmisiones de vida en las familias que funcionan para la vida: la vertical, entre las generaciones de abuelos a hijos; y la horizontal, esto es, de la misma generación (por ejemplo, entre hermanos).

En muchos casos, se observa que tanto la transmisión vertical como la horizontal están complicadas; a la postre, sólo se transmite toxicidad e irracionalidad.

Tres variables devienen hoy en fundamentales, a la hora de comprender estos procesos: a) las drogas afectan y generan un gran estrés en toda familia (noches sin dormir, allanamientos, llamadas de guardias hospitalarias, etcétera); b) las familias participan en la génesis de la enfermedad (y lo hacen en diferentes formatos, desde la permisividad más absoluta hasta la impotencia a la hora de resolver precozmente los primeros consumos, sin pedir ayuda); c) las familias participan en el mantenimiento de la enfermedad (negando el problema, facilitando -con dinero- el consumo, tolerando el robo de objetos/dinero en el propio hogar, ofreciéndose ese hogar para que se consuma y sea invadida por varios extraños o 'amigos' de consumo, etcétera).

La afección familiar se observa en cambios emocionales (cambios de humor, irritabilidad, distanciamiento de los amigos y de las actividades sociales, depresión, separaciones cruentas con culpas mutuas, etcétera); físicamente, en enfermedades relacionadas con el estrés, pérdida del apetito o compulsión con la comida, depresiones de algunos de los padres, e incluso enfermedades oncológicas luego de años de pesar y dolor; económicamente, se traduce en quebrantos de dinero para pagar a 'dealers' que amenazan a los familiares, la venta de posesiones inmobiliarias, pérdida de ingresos. Es decir que se ingresa en una espiral de debacle financiera. Mientras tanto, socialmente, la familia se aísla de sus amigos y del resto del núcleo. Se reorientan los intereses y aficiones en favor de la conducta y de la crisis del adicto. Son, en muchos casos, detectives de conductas de sus hijos. Estos, al cierre, son demolidos por el estrés, el miedo y la desesperación.


La filiación

Cuando se habla tan ligeramente del consumo de drogas, suelen olvidarse las funciones familiares en la estructuración de las conductas y los proyectos de los hijos. Un padre consumidor termina siendo un modelo a imitar y, además, la droga no sólo está asociada al consumo, sino a conductas transgresoras en el campo familiar (violencia), desamparo, crisis financieras, abandono, juego. En sus formatos de consumo, las drogas llegan a constituír una suerte de combo.

A sus 35 años, Luis me relata la conformación de su combo: '(...) Gracias al tratamiento, volví a soñar (...) Mi vida era música como ruido, alcohol, "prosti", juego por internet, maquinitas, jugar al póker por dinero, apuestas deportivas... Jugaba a perder'. En Luis, dos hijas de dos madres diferentes quedaban a un costado, tras esa cautivante vorágine que cobró forma de combo. Una sala de terapia intensiva fue la que puso el límite a un descontrol ya imposible de ser dominado por él.

Existen funciones que la familia necesita realizar, y también las instituciones educativas en general, pero que suelen dejarse de lado o bien pasan al olvido debido a la banalización del consumo. Esas funciones son la función de filiación y la función materna/paterna, y el modo cómo resultan alteradas por el consumo. Estas tres funciones son la clave de la transmisión de la vida psíquica, corporal y cultural. La ausencia de estas funciones -a partir de déficits y/o excesos (violencia, abuso), incesto- conducen, en no pocos casos, a enfermedades psiquiátricas graves (esquizofrenia, trastornos severos de personalidad, etcétera).

De tal suerte que se registra una transmisión de la irracionalidad -un plan de 'volver loco al otro', conforme lo enseñara, con sapiencia, el psiquiatra estadounidense H. Searles. La transmisión familiar de padres a hijos, y con abuelos, es la posibilidad de adquirir una identidad social. 

Cada uno de nosotros está habitado por las tres generaciones que lo preceden, lo que hace un mínimo de catorce personas. Desde esta perspectiva, consideramos que los secretos guardados en una generación son un manantial insano de traumas y conflictos para los que lleguen detrás. Las drogas en muchos casos 'suturan' traumas, secretos, silencian historias -máxime en un tiempo histórico y cultural tan carente de afectos tiernos y empáticos.

La filiación es un término del Derecho y de la psicología clínica. A ambas les interesa el trasfondo legal. La filiación permite la transmisión de la Ley no solo la Ley social sino el registro del otro y de los otros, para crecer sanamente. Normativiza la sexualidad y los impulsos, ubica en la cadena generacional, y permite que el niño se separe de la familia -para establecer un proyecto de vida. Autonomía que, en su significación etimológica, muestra que la Ley se ha interiorizado (auto: propio; nomos: norma) y la llevamos con nosotros. El otro no es un enemigo, sino que, a través de la empatía, reconocemos en el Otro y en los otros la primacía de la cultura y lo social.

En la filiación, la transgresión comporta altos precios, tanto para el hijo que observa como para el padre que ejecuta la acción (casos de abuso de drogas acompañado de conductas incestuosas o de violencia familiar); esas instantáneas permanecen almacenadas en la mente del infante, de manera similar a aquellos ideogramas que antepasados registraban en cuevas y cavernas, miles de años atrás. Lo cierto es que hay un registro pictográfico en la memoria, y ese registro es imborrable; a no ser que se aborde esa temática psicoterapéuticamente.


Función materna y paterna

Las funciones maternas y paternas son claves al lado de la temática de la filiación. La madre es amparo, de cara al desamparo que vive el niño en sus etapas iniciales de vida. El contacto dependiente con las drogas lleva a la pérdida de esta función de 'holding' y sostén tan fundamental. La dependencia a drogas lleva a que lo único excluyente sea el consumo, por lo que el hijo queda relegado. En su función, el padre encarna la transmisión cultural, la separación de la madre, el acompañamiento en la entrada en la vida y la sexualidad. Por él, se accede a la palabra y a un cierto horizonte.

En todos los padres que, desde lo personal, he conocido en el ámbito terapéutico, y que consumieron con sus hijos, o bien abandonaron a su familia dada su enfermedad, la reparación dio inicio con el franco reconocimiento de su problemática y la ayuda al hijo con sus problemas, e incluso lograr ingresar ellos a tratamiento. Todo puede repararse en este ámbito, si media la toma de consciencia -y también el hacernos cargo de la situación. A fin de cuentas, lo aquí descripto es una epidemia en nuestra sociedad actual. Razón por la cual se impone no tolerar una banalización del consumo de drogas, ni de las consecuencias que conlleva.

 
Sobre Juan Alberto Yaría

Juan Alberto Yaría es Doctor en Psicología, y Director General en GRADIVA, comunidad terapéutica profesional en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Los artículos del autor en El Ojo Digital, compilados en éste link.