INTERNACIONALES: JAMES PHILLIPS

Tras el bombardeo contra Siria, Trump deberá evitar el cambio de régimen

El próximo-pasado 6 de abril, el presidente estadounidense Donald Trump...

11 de Abril de 2017

El próximo-pasado 6 de abril, el presidente estadounidense Donald Trump sancionó un ataque con misiles crucero contra la base aérea siria utilizada por aviones de guerra que lanzaron el ataque químico contra civiles en territorio sirio. La réplica estadounidense fue adecuada, proporcionada, y dio forma a una respuesta cautelosamente calibrada, frente al empleo recurrente de armas químicas por parte del régimen de Basher al-Assad.

En tanto la acción estadounidense fue atrevido desde lo táctico -y que enviara un poderoso mensaje en relación a lo inaceptable del comportamiento del presidente sirio-, la decisión de Washington fue apenas una maniobra de apertura que, probablemente, termine desarrollándose hasta cobrar la forma de una crisis diplomática en sentido estricto. Trump reaccionó en forma visceral ante las imágenes de infantes asesinados con gases tóxicos, y se decidió a lanzar una medida represiva. Pero es poco probable que la acción militar limitada sea decisiva en sí misma. Desde registrado el ataque con misiles, al-Assad ya había remitido aviones de guerra desde la misma base, a los efectos de bombardear nuevamente a la ciudadela de Khan Sheikoun -bajo control rebelde-, esta vez, con armamento convencional.

Ford Williams, Armada EEUUEl presidente ruso Vladimir Putin, cuyo gobierno garantizó que al-Assad había hecho a un lado la totalidad de su armamento químico en 2013, ha elegido aferrarse a una postura negacionista. Moscú ha redoblado la apuesta, despachando un destructor de la armada rusa para patrullar las costas sirias y poniendo fin al acuerdo para desescalar el conflicto -lo cual había disminuído los riesgos de un choque militar ruso-estadounidense en los cielos sirios. El Secretario de Estado americano, Rex Tillerson, se trasladará a Moscú este mismo martes para involucrarse en conversaciones diplomáticas relativas a Siria con el gobierno de Putin. Pero los prospectos de una rápida resolución de la crisis son pobres.


La justificación humanitaria 

Ninguna buena acción permanece sin castigo en Oriente Medio. La Administración Trump habrá de tener este detalle en mente, así como también las experiencias pasadas de los gobiernos de Estados Unidos, a medida que diseña su hoja de ruta de cara al futuro. El entonces presidente George H.W. Bush también supo reaccionar visceralmente al enterarse de informes noticiosos de hambruna en Somalia, e ingenió una réplica admirable cuando puso en marcha la Operación Restauración de la Esperanza (Operation Restore Hope) en diciembre de 1992, remitiendo alimentos de emergencia por vía aérea a aquel Estado fallido. Pero la misión de asistencia humanitaria se extendió luego hasta mutar en un experimento de reconstrucción del país por parte de la Administración Clinton -que descubrió que uno de los obstáculos de mayor peso al momento de alimentar a la hambrienta población somalí era el robo de las provisiones perpetrado por señores de la guerra a cargo de milicias locales.

Esta 'guerra humanitaria' -de por sí, un oxímoron- en Somalia asistió a una operación en la que tropas estadounidenses respaldaron a la fuerza de mantenimiento de paz de Naciones Unidas, chocando con feroces milicianos locales (algunos de ellos entrenados por al-Qaeda). La muerte de dieciocho soldados de las fuerzas especiales de EE.UU. en Mogadiscio en octubre de 1993 -oportunidad en la que dos helicópteros fueron derribados- condujo a la puesta a término de la operación, en 1994. Las operaciones humanitarias suelen dar lugar a consecuencias imprevistas. La intervención humanitaria estadounidense en Somalia fue percibida como un acto inaceptable de imperialismo por Osama bin Laden -que por entonces residía en la vecina Sudán.

Al-Qaeda lanzó su primer ataque contra ciudadanos estadounidenses en diciembre de 1992, instancia en la que plantó un explosivo en un hotel de Yemén -que estaba siendo utilizado por marines estadounidenses en traslado hacia Somalia para asistir en la distribución de alimentos. Aún cuando los marines ya habían partido del lugar, dos personas perdieron la vida tras un atentado contra el hotel. El presidente Ronald Reagan no tuvo igual fortuna cuando despachó a marines americanos al Líbano, como parte de una fuerza internacional para el mantenimiento de la paz con la meta de estabilizar el país en 1982, luego de que el presidente electo libanés Bashir Gemayel fuera asesinado por un agente sirio. Los terroristas de Hezbolá conducidos por Irán perpetraron luego un ataque con camión-bomba contra las barracas de los marines en Beirut (Líbano), asesinando a 241 estadounidenses el 23 de octubre de 1983.

The aftermath of Hezbollah's October 1983 attack on the U.S. Marine Corps barracks in Beirut, Lebanon. (Photo: Handout/Reuters/Newscom)

Resultado del ataque con explosivos perpetrado por Hezbolá en 1983 contra las barracas de los Marines estadounidenses en Beirut, Líbano. (Crédito: Handout/Reuters/Newscom)

Como resultado, la fuerza multinacional de mantenimiento de paz fue retirada en 1984, y el Líbano se precipitó cada vez más bajo la funesta influencia de Siria e Irán, por muchos años más a partir de allí. Si, hoy día, el mandatario estadounidense Donald Trump insertara tropas estadounidenses en Siria, éstas se convertirían en el objetivo primario del terrorismo islamista encarnado por al-Qaeda, ISIS o Hezbolá -y para otras milicias extremistas oriundas de Irak, que Irán ha sabido desplegar para apuntalar a al-Assad y mantenerlo en el poder.

La Administración Trump habrá de tener presentes estos detalles, y descartar la idea de ampliar su actual compromiso militar con miras a destruir a ISIS en el este de Siria -evitando involucrarse en un envión militar más abarcativo que busque deponer a Basher al-Assad.


¿Qué sigue ahora?

Washington ha advertido que tomará rápidas medidas si el régimen de al-Assad lanzase otro ataque con armamento químico. La Embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Nikki Haley -quien rápidamente ha emergido como la voz de la ética de la actual Administración americana- declaró ante una sesión especial del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas este viernes pasado: 'Estados Unidos ya no asistirá a un escenario en el que al-Assad utilice armas químicas sin padecer las consecuencias. Esos días se han terminado'.

Haley advirtió también que 'Estados Unidos tomó una medida muy calculada la pasada noche. Estamos preparados para hacer más, pero esperamos que eso no sea necesario'. Sería una tontería que al-Assad volviese a emplear armas químicas. Si así sucediera, Trump podría responder con un ataque quirúrgico contra al-Assad, similar al sancionado por Ronald Reagan en 1986 contra el dictador libio Muammar Qadhafi.

Claramente, Reagan no esperó que la medida por él decidida pusiera fin con un solo disparo al terrorismo libio. Antes bien, describió a la réplica estadounidense como 'una aproximación básica en una amplia batalla contra el terrorismo', y amenazó con futuras represalias si Qadhafi continuaba patrocinando ataques terroristas contra los Estados Unidos de América.

 


Poner el foco en el armamento químico, y no en un cambio de régimen

La Administración Trump debería mantener el foco en el problema de magnitud que hace al caso, esto es, la amenaza de empleo de armamento químico por parte de al-Assad, y no buscar una ampliación de la misión militar para incluir un cambio de régimen. Este tipo de misión fallida podría comprometer a las fuerzas militares estadounidenses en territorio sirio durante años, combatiendo no solo al régimen de al-Assad sino a Hezbolá, a Irán y, posiblemente, a Rusia. El cambio de régimen es un puente que se ha quedado demasiado alejado. Una vez que ese puente intente cruzarse, la Administración Trump habrá heredado la responsabilidad de invertir más sangre y fondos para estabilizar a un Estado fallido infestado con más de mil milicias fraccionadas -muchas de ellas, declaradamente antiestadounidenses.

Beirut, 1983Mientras que al-Assad ha perdido ya toda su legitimidad como líder del gobierno sirio, su eventual remoción del poder debería ser un objetivo diplomático -no militar. Pero la Administración Trump puede, indirectamente, incrementar los costos militares de la agresión química ordenada por al-Assad, proporcionando mayor asistencia a grupos rebeldes sirios -que no exhiban vínculos con ISIS, al-Qaeda u otros núcleos terroristas-, o bien al Partido de los Trabajadores del Kurdistán.

La derrota de ISIS debería continuar siendo la prioridad en Siria -no ya el cambio de régimen en Damasco. La política humanitaria más pragmática y efectiva que Washington puede proporcionar a los sirios es la pronta destrucción de ISIS y disuadir, con la debida firmeza, cualquier ataque químico por parte del régimen del mandatario sirio Basher al-Assad.



Artículo original en inglés, en http://dailysignal.com/2017/04/09/after-bold-strike-in-syria-trump-must-avoid-mission-creep/

 

Sobre James Phillips

Analista senior en el Centro Douglas y Sarah Allison para Estudios de Política Exterior en la Fundación Heritage. Ha desarrollado numerosos trabajos sobre asuntos relativos al Medio Oriente y sobre terrorismo internacional desde 1978. Es columnista en medios televisivos norteamericanos y ha testificado en comités del congreso estadounidense en relación a temáticas de seguridad internacional.