POLÍTICA ARGENTINA: ROBERTO PORCEL

Argentina: no hay grieta, porque no existe tronco común

Es fácil advertir, al contemplarse las posturas tomadas frente a los resonantes casos de corrupción...

09 de Agosto de 2016
Es fácil advertir, al contemplarse las posturas tomadas frente a los resonantes casos de corrupción, que el gran problema que exhibe nuestro país es que sus ciudadanos se sienten mucho más identificados con algún partido o líder político que con la bandera que nos cobija. De esta manera, se condena o se justifica un caso de corruptela según de qué lado esté —léase: cuál es el propio partido de pertencencia— aquel que condene, justifique o sea responsable del acto en sí. No interesa, en definitiva, el daño que el hecho le ocasione al país. Sólo se pondera la fortuna partidaria. Los prolegómenos del affaire Hebe de Bonafini sirven para ilustrar acabadamente lo expuesto.
 
Algo similar sucede cuando se habla de fútbol. Cuando juega, por ejemplo, algún equipo argentino por la Copa Libertadores, los simpatizantes contrarios hacen fuerza por el equipo extranjero; desean fervientemente que pierda el de nuestro país. Ni más ni menos, nos falta identidad. A tal punto se exterioriza este extremo, que son cada vez más los argentinos que desconocen que solo hay una única bandera argentina, y que es la que porta un sol al medio. Difícil imaginar otro país cuyos ciudadanos desconozcan tan abiertamente la configuración de su insignia patria.
 
Hebe de Bonafini, CFKEn la misma dirección, adviértase que jamás se evoca a nuestros patriotas ni a los Padres de la Patria, sino que la referencia vuelve, recurrentemente, a posarse sobre líderes y fundadores de los partidos políticos. Se nota la ausencia de una raíz común; el tronco que una a todos los argentinos. No existe amor hacia esa historia que nos vio nacer, como tampoco se vislumbra orgullo de compartir el origen. Así sucedió con la estatua de Cristóbal Colón, o con la denostación que se ha promocionado en perjuicio de la figura del General Roca en los últimos tiempos.

Allí encuentra explicación el hecho de que, a quien ha incurrido en actos de corrupción, desde su sector (en lugar de llamárselo por su nombre, esto es, corrupto o simple traidor a la patria), se lo pretenda denominar 'preso político'. O que se exculpen actos de terrorismo bajo la excusa de un cuestionable idealismo juvenil. O que, en simultáneo, se licúe la responsabilidad sobre una persona, solo por haber presidido una organización vinculada a la defensa de los derechos humanos -y se presenta a tal persona como alguien que opera por encima de la ley. Paradoja aparte, que se considere defensora de los derechos humanos a alguien como Hebe Pastor de Bonafini, portadora de una encendida defensa del accionar de ETA, y que ha celebrado a viva voz el atentado terrorista contra las Torres Gemelas en Nueva York (2001).
 
La política argentina lo ha llevado todo a los extremos. Los trapos partidarios son más importantes que la insignia nacional; los partidos políticos se posicionan por encima de las instituciones. Aún cuando -ahora mismo- todos padezcamos las consecuencias de una nación sin instituciones; escenario en el cual esa misma nación termina dirigiéndose hacia la descomposición. Por eso, si la Justicia investiga a ex funcionarios de un gobierno, de súbito surge la declamatoria de la 'persecución política', obviándose la marcha de una investigación judicial. La razón para explicarlo es sencilla: es que la república no interesa; sólo importa la fortuna de la facción partidaria. A contrario sensu, muchas decisiones del actual Gobierno son justificadas, posándose la mirada sobre lo hecho por su antecesor. Alguien podría compartir la sensación de que la tan promocionada grieta, en rigor, no es tal cosa. Acaso jamás existió ese tronco común que una y vincule al conjunto de los argentinos. Sin tronco común, no hay grieta posible. Se concluirá, pues, que lo que existe son bandos que apenas se caracterizan por no tener nada en común. Y las facciones justifican o critican todo con el mismo ímpetu -su única intención es destruir al otro. Corolario: se prioriza la suerte del grupo, nunca la de la república.
 
Infortunadamente, éste es el panorama con el que la ciudadanía ha debido convivir en los últimos años -panorama que nos ha depositado en el actual deterioro. Acaso la nota distintiva de la anterior gestión es que, al amparo de las dicotomías aquí planteadas, llevó la corrupción a su máxima expresión. No ya para favorecer políticamente al partido, sino para enriquecerse a expensas del mismo. A la postre, pretende ahora beneficiarse y eludir la responsabilidad penal de quienes se han enriquecido ilícitamente, al grito de que lo que está en juego no son las responsabilidades personales, sino la suerte del sector.

Triste es que, en un país con instituciones que merodean el extremo del descrédito y la debilidad, lo que cunde es la mentira. Solo tiene valor la excusa recurrente.

Y la identidad nacional, de manera irremediable, se resiente.

 
Sobre Roberto Porcel

Es Abogado en la República Argentina, especialista en Derecho Comercial y experto en temas relativos a la falsificación marcaria. Socio en el Estudio Doctores Porcel, fundado en 1921. Los textos del autor en El Ojo Digital pueden consultarse en http://www.elojodigital.com/categoria/tags/roberto-porcel.