ECONOMIA INTERNACIONAL: HERNAN BÜCHI

Chile: sobre el optimismo de cara a la gestión económica

En una entrevista reciente, el ministro de Hacienda pareció buscar infundir ánimo sobre el futuro...

06 de Julio de 2016
En una entrevista reciente, el ministro de Hacienda pareció querer infundir ánimo sobre el futuro de la economía. En medio de bajas en las proyecciones —incluidas las del Banco Central en el Informe de Política Monetaria (IPoM)— y de la salida del ministro Burgos, señaló que parece haber quedado atrás el punto más bajo de crecimiento. No es extraña su nota de optimismo. Sabe que las expectativas son relevantes para la economía —lo que parece no comprender la autoridad política— y busca sacarlas del terreno negativo actual.
 
No habló, eso sí, de 'brotes verdes' como los pronosticaba su predecesor hace año y medio cuando, en realidad, Chile se adentraba en un período de bajo crecimiento y caída de la inversión como no veía hace mucho tiempo. Pero hay que ser cuidadosos con alentar la esperanza. Si los ciudadanos no perciben mejoras reales, las declaraciones pueden ser contraproducentes.
 
Chile, banderaPodría entenderse su optimismo si pensamos que el país está lejos de enfrentar una recesión profunda, o una crisis de balanza de pagos, fiscal o un colapso financiero como algunos países del continente. Es sin duda reconfortante que nuestras empresas, fisco y bancos sean sólidos todavía. Pero, si la vorágine refundacional continúa, es predecible que aún esa fortaleza ganada con esfuerzo la perdamos paulatinamente.
 
No olvidemos que la Presidenta (Michelle Bachelet) nos ha lanzado en una catarsis constitucional fuera de todas las normas establecidas para reformar nuestra Carta Fundamental. El efecto final es desconocido e impredecible. El caos populista al que conduce al querer transformar una Constitución en una lista de deseos y anhelos está a la vista en el continente. Pero ya el solo proceso elegido violenta nuestro ordenamiento y genera incertidumbre. Se trata de un montaje político no propio de un país serio que puede terminar desvirtuando el sentido mismo de nuestra democracia.
 
Se está usando la forma clásica de la construcción del poder personalista —la supuesta relación directa entre líder y pueblo— que se atribuye una voluntad superior por sobre las instituciones representativas, forzándolas vía los hechos consumados y no utilizando directamente los procedimientos establecidos en la propia Constitución para su reforma. La Presidenta puede proponer la reforma que quiera y los parlamentarios discutirla escuchando a sus votantes, como pueden y deben hacerlo en cualquier ley o reforma. Pero subvertir el orden establecido no siguiendo los procedimientos adecuados multiplica la incertidumbre y abre el camino a lo desconocido.
 
El último IPoM del Banco Central trajo malas noticias y probablemente el ministro quiso sacarnos ese sabor amargo. Además de una pequeña disminución en el rango superior del crecimiento, estima que la inversión caerá por tercer año consecutivo, algo inédito en el último medio siglo. Ello habla de un cambio en el que las proyecciones de crecimiento de mediano plazo se han ajustado definitivamente a la baja. Para el año 2017, postula un pequeño incremento de la inversión de 0,9% aunque sujeto a una mejora de las expectativas privadas.
 
Pero quizás sea más importante lo que el Central indica en el Informe de Estabilidad Financiera. Allí, da luces sobre lo que podría ser un deterioro incipiente de nuestros baluartes de estabilidad. La rentabilidad de las empresas decrece a su nivel más bajo desde inicios del milenio. El endeudamiento corporativo se encuentra en el peak de los últimos 20 años. La seguridad con que se decía que los cambios tributarios no tendrían efecto en la economía, pues en Chile las empresas eran rentables y con poca deuda, fue un error de diagnóstico más de parte de un gobierno cegado por su afán refundacional. Según los datos, la deuda corporativa alcanza al 120% del PIB —que no es bajo— y el endeudamiento equivale al 72% del patrimonio. El sistema financiero es sólido a nivel global; sin embargo, mereció que el Banco Central indicara que su capitalización ha tendido a reducirse, en términos relativos al mundo, lo que deberá revertirse si se quiere seguir la línea establecida en Basilea III.
 
Pero no es solo respecto a datos económicos donde el ministro enfrenta el desafío de infundir optimismo. Además de la incertidumbre que generan las reformas en el área política, están las malas noticias por la escalada de violencia reciente, que afectan su esfuerzo por inyectar optimismo.
 
Habremos cruzado el Rubicón en esta materia si la ilegalidad y el desquiciamiento violento de la acción política pasan a ser tolerados por la autoridad, que es precisamente quien debe evitar que la prescindencia de la legalidad y el uso de la fuerza se transformen en un modus operandi legítimo y eficaz. Ya ocurrió en Chile en la segunda mitad de los sesenta, y las consecuencias pueden ser terribles. No hay manera que ello no pese negativamente en el ánimo de los agentes económicos. A este respecto, la tarea del ministro no es dar seguridades y señales de optimismo. Debe hacer ver a sus colegas de gabinete —en especial al nuevo ministro del Interior— la gravedad que también para la economía reviste este camino.
 
En el entorno externo podemos destacar positivamente la baja probabilidad de algún episodio que descarrile la economía mundial del nuevo nivel de tendencia, más modesto, en el que se ha estabilizado. Descartamos un golpe de suerte que catapulte de nuevo el cobre. Por el contrario, el rebote del petróleo afectará a los importadores de combustible, como es nuestro caso. La inflación mundial se elevará y con ello se hacen inevitables las alzas de tasas sobre las que la Fed lleva ya meses alertándonos. Los efectos en el financiamiento y el valor de la divisa serán relevantes en el país, pero nuestra economía debiera absorberlos bien. Desafortunadamente no la ayudarán a salir del letargo en que está sumida sin un cambio en el escenario interno. Siguiendo las proyecciones del Banco Central, el 2017 completaríamos 4 años de crecimiento rozando el 2%. Esta es una nueva tendencia que mutila los anhelos de mejoría en el bienestar de nuestra población.
 
Discrepo de los que piensan que el voto popular al que concurrirán el 23 de junio los ingleses —si aprueban o no el llamado Brexit o salida de ese país de la Unión Europea— podría descarrilar seriamente la economía mundial. Las encuestas han sido volátiles y ya se equivocaron con la última elección parlamentaria, de modo que los pronósticos firmes no existen. Adicionalmente, genera especial incertidumbre el impacto tras la masacre en Orlando y el asesinato de la diputada del Partido Laborista británico, que sin duda tendrán influencia relevante en el ánimo de los votantes.
 
Concuerdo con el célebre economista francés Frédéric Bastiat en el sentido de que si los bienes no cruzan las fronteras, tarde o temprano lo harán los ejércitos. Pero de la libertad de comercio a la burocracia de Bruselas de hoy existe un abismo. Pretender borrar de un plumazo tradiciones centenarias, imponiendo normas y leyes por encima de la jurisprudencia y tradición que en Gran Bretaña tienen raíces casi milenarias no puede ser estable. Si el pueblo vota sí al Brexit, como en 2005 los franceses y holandeses rechazaron la Constitución Europea, no tiene por qué ser el fin de un espacio creciente de mayor libertad. Por el contario, puede ser el inicio, luego de una turbulencia inicial, de una visión más flexible que rescate la diversidad y con ello potencie la innovación y el progreso en el mundo.
 
Del mismo modo podríamos ser optimistas sobre la marcha de nuestra economía y, con ella, del bienestar de los chilenos, pero para ello no bastan las seguridades de la autoridad. Se necesitan sus acciones en el sentido correcto.

 
Sobre Hernán Büchi

Es ex ministro de Economía y Finanzas de la República de Chile. Publica regularmente en el diario El Mercurio. Sus artículos también pueden consultarse en el sitio web en español del Instituto Cato.