Juan Domingo Perón y los 'erpianos'
Cuando el 30 de Julio de 1970 se lleva a cabo el Quinto Congreso...
No cabe ninguna duda, entonces, de que la política del gobierno peronista corresponde claramente a una estrategia contrarrevolucionaria, antipopular y antinacional, tal como lo entiende nuestro pueblo que, a partir de principio de este año, dirige ya con decisión su lucha contra la política gubernamental.
Roberto Santucho ('Poder Burgués y Poder Revolucionario).
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La guerrilla marxista descalifica al justicialismo, mientras intenta seducir a su proletariado de base industrial
Cuando, el 30 de julio de 1970, se lleva a cabo el Quinto Congreso del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) en una isla del Delta del Tigre, la fracción mayoritaria que lidera uno de sus fundadores y factotum excluyente, Mario Roberto Santucho, propone no prolongar la discusión teórica y aprobar sin dilaciones la conformación de un ejército popular que, en su rol de brazo armado del PRT, encararía la 'guerra revolucionaria obrera y socialista'. Nace, así, el 'Ejercito Revolucionario del Pueblo (ERP)', que habrá de convertirse en la más importante experiencia de guerrilla marxista en la República Argentina.
Dos años antes, el PRT había debatido la cuestión de la vía más idónea para la instalación del socialismo en el país. Prevaleció la opción de la acción violenta mediante la creación de focos de insurgencia (tomas de organismos, secuestros, asaltos y operaciones asociadas): el impacto que generó el control de Córdoba capital durante largas jornadas de caos generalizado, conocido entonces como Cordobazo, terminó de convencer al ala mayoritaria de que el paso inmediato debería ser la organización de un ejército -a criterio de optimizar el desarrollo del programa.
La dirección del PRT -de sólida formación teórica- debía resolver un aspecto clave de su accionar. El sujeto histórico de la revolución no podía ser otro que el proletariado industrial, al que se asociarían las clases medias pauperizadas y el campesinado pobre. Pero la clase que lideraría el proceso de emancipación había nacido a la historia un 17 de octubre de 1945 y, desde entonces, un militar controlaba con mano férrea su instrumento institucional, el poderoso Partido Justicialista.
Santucho sostenía que la historia argentina del siglo XX era una alternancia de parlamentarismo y bonapartismo. El primero era una farsa de representación popular, articulada alrededor del mito fraudulento del comicio y el sufragio: la democracia es apenas un mecanismo perverso de las burguesías para encubrir la perpetuacion de los regímenes de explotación propios del capitalismo. 'El parlamentarismo es una forma enmascarada de dictadura burguesa. Se basa en la organización de partidos políticos y en el sufragio universal. Aparentemente, todo el pueblo elige a sus gobernantes. Pero en realidad no es así porque, como todos sabemos, las candidaturas son determinadas por el poder del dinero' (Poder burgués y Poder Revolucionario; 2013, pag. 11). Cuando, en un momento determinado, la insatisfacción del proletariado amenaza con derrumbar el edificio de los intereses permanentes de la burguesía, ésta apela a la toma por asalto del poder e instala a un militar que se propone poner orden ante la inminencia del cataclismo, donde operará de árbitro con el objeto de neutralizar la tensión creciente entre las fuerzas del capital y las del trabajo. Esta experiencia, denominada bonapartismo, tiene por protagonista al Coronel Juan D. Perón, y constituye el obstáculo principal en la tarea de adquisición de su conciencia de clase por parte de la masa obrera que lo respeta y reconoce como conductor: 'El bonapartismo militar, la otra forma de dictadura burguesa muy utilizada por los explotadores argentinos, consiste en asentar abiertamente el gobierno sobre las Fuerzas Armadas, a las cuales se presenta como salvadoras de la nación, encargadas de poner orden entre las clases enfrentadas sin beneficiar perticularmente a ninguna de ella, de imponer el "justo medio" en los intereses contrapuestos' (Poder Burgués, 12).
La caracterización del peronismo cono régimen bonapartista parece constituir una faceta más que versa sobre la imposibilidad histórica de las izquierdas argentinas para aceptar la realidad del fenómeno justicialista: la adhesión de las masas obreras en términos de fidelidad sin condiciones a su conductor, el manejo vertical y consecuentemente discrecional de la estructura partidaria, la dificultad de su clasificación académica como proceso popular en un país semicolonial, en fin, su folclore, su propaganda, y los artilugios en la construcción de sus mitos. Milicíades Peña, cuyos trabajos como teórico fueron permanentemente consultados por los cuadros del PRT-ERP -acaso el más consistente de los historiadores marxistas argentinos- dice sobre el peronismo: 'Se trataba de un gobierno bonapartista que, apoyándose en las fuerzas del orden (ejército, policía, burocracia, clero) y en las masas rurales recién proletarizadas, procuraba mantener el estatus tradicional del país semicolonia inglesa, y resistía la presión de Estados Unidos tendiente a alinear a la Argentina entre sus semicolonias latinoamericanas. Son numerosos los indicios y las pruebas de la estrecha amistad entre el peronismo y los intereses británicos y, más particularmente, entre el peronismo y las empresas ferroviarias' (La Clase Dirigente Argentina Frente al Imperialismo, 1973, pág. 93).
En el órgano de difusión del ERP, se especifica claramente la distancia que separa al marxismo trotskista- influenciado por las experiencias de Cuba y del VietCong (Ho Chi Minh)- del sistema de creencias y representaciones del peronismo: '¿Por qué no llevó a cabo Perón la reforma agraria, la nacionalización de la industria, el armamento del proletariado? Ciertamente, no fue por falta de apoyo popular. Jamás gobierno alguno en nuestro país contó con tanto apoyo. En 1946, Perón llega a la Casa Rosada en las primeras elecciones verdaderamente limpias de nuestras historia, con 1.400.000 votos, 260.000 de ventaja sobre la oposición, reunida ésta en la Unión Democrática. En la renovación presidencial de 1951, sin necesidad de fraude alguno, esa ventaja a crecido a 2.300.000 por sobre la Unión Cívica Radical, que lleva la fórmula Balbín-Frondizi. Si Perón no realizó una auténtica revolución, fue simplemente porque no quiso hacerla. Porque no estaba en sus planes, encerrados dentro del marco estrictamente burgués de su proyecto bonapartista' (Julio Parra, en El Combatiente; agosto de 1971).
Jorge Abelardo Ramos ha escrito en media docena de tomos una sólida historia de la Argentina, utilizando el herramental metodológico de un marxismo acotado fuertemente por las condiciones objetivas de Latinoamérica. El volumen dedicado al peronismo fue titulado inicialmente La Era del Bonapartismo, hasta que el partido que fundara, el F.I.P. (Frente de Izquierda Popular) integró el Frente Justicialista, con miras a las elecciones de 1973. Como prueba de que la expresión exhibe un fuerte contenido crítico, las sucesivas ediciones se titularon La Era del Peronismo.
En 1972, el General Lanusse comanda la que será última etapa de la autodenominada Revolución Argentina. Agobiado por una economía sin rumbo ni expectativas favorables, sumada a una consecuente inestabilidad social, el gobierno convoca a un Gran Acuerdo Nacional -una suerte de cronograma para arribar a una salida decorosa del régimen y retomar el ejercicio democrático.
El PRT-ERP no vacilará en denunciar la oferta militar como una nueva trampa para los intereses del campo popular, y acusarán a Perón de aceptar la propuesta para llegar al poder al precio de impedir la revolución proletaria. Estiman que la maniobra oficial crea, paradójicamente, las condiciones ideales para iniciar un ciclo de insurrección de las masas sometidas a explotación: 'La crisis del capitalismo, el desarrollo de la lucha revolucionaria, las nuevas experiencias de las masas y la clara alineación de Perón en el campo burgués, son factores que se unen dando como resultado la apertura de la situación más favorable de los últimos treinta años para el desarrrollo impetuoso de las organizaciones revolucionarias, entre ellas la fundamental, el Partido Revolucionario de los Trabajdores, el partido marxista leninista -que garantizará una dirección correcta, auténticamente revolucionaria ,de la lucha revolucionaria obrera y popular'. Perón es caracterizado de forma sistemática como la carta que juega el sistema de intereses dominantes para impedir el giro al socialismo, y condenan por reaccionario el Frente que lidera el Justicialismo: 'Es claro que el peligro que tanto preocupa a Perón, al igual que a la casta militar, es el avance de la revolución socialista, el comienzo irreversible de la guerra revolucionaria del pueblo; esa es la "amenaza", el "riesgo de desintegración nacional" que impulsan a Perón a ofrecerse nuevamente como el salvador del capitalismo argentino, a proponer el contrarrevolucionario Frente Cívico de Liberación Nacional' (Editorial de Santucho en El Combatiente N*67; febrero 28, 1972).
Cuando las F.A.R. (Fuerzas Armadas Revolucionarias) se niegan a operar conjuntamente con el E.R.P., éste le envía una carta con duros cargos, por haberse alineado con el Frente Justicialista. La idea de que tal decisión es algo menos que una traición a los intereses del proletariado argentino navega la totalidad del documento. El P.R.T., como articulación política, asume la tarea permanente de aislar al justicialismo -al menos restándole el apoyo de las organizaciones armadas marxistas. El peronismo, afirman, caracterizado como partido de la burguesía, sólo atina a establecer alianzas con otras expresiones de la misma clase: 'El peronismo burgués se une a los radicales en La Hora del Pueblo, y llega a acuerdos públicos recientes para "institucionalizar el país","salvarlo","reconstruirlo". Hasta Ustedes, organización armada marxista, que piensa que el peronismo es un paso hacia el socialismo, no tienen empacho en apoyar públicamente esta política, lo que significa en los hechos "formar" junto, no sólo al peronismo burgués y la burocracia sindical, sino junto al MID y el Conservadorismo Popular. Toda esa unidad se da en el terreno que ellos actúan, en el terreno electoral" (Boletín interno N* 36; 24 de enero de 1973; reunión del Comité Ejecutivo del PRT).
El 11 de marzo de 1973, el presidente electo Héctor J. Cámpora fue el candidato del Frente Justicialista propuesto para superar la proscripción parcial del peronismo: el partido podía presentarse al comicio, pero Perón debía abstenerse de participar. Una de las primeras medidas del Ejecutivo consistió en pedir una tregua a las 'formaciones especiales', un alto el fuego que se rogaba a la guerrilla peronista y a las de cuño marxista.
El Comité Militar del E.R.P. emite, el 13 de abril, un comunicado en el que fija posiciones. En los primeros párrafos, se determinan los límites de una paz precaria: 'El gobierno que el Dr. Cámpora presidirá representa la voluntad popular. Respetuosos de esa voluntad, nuestra organización no atacará al nuevo gobierno mientras éste no ataque al pueblo ni a la guerrilla. Nuestra organización seguirá combatiendo militarmente a las empresas y a las fuerzas armadas contrarrevolucionarias. Pero no dirigirá sus ataques contra las instituciones gubernamentales, ni contra ningún miembro del gobierno del Presidente Cámpora'.
El documento vaticina el fracaso de la nueva administración, porque no incluye en su programa el armar a las masas obreras, la desarticulización de la burocracia sindical, la reforma agraria, la expropiación de la oligarquía terrateniente y de toda gran industria -tanto norteamericana como europea-, ni la estatización de la totalidad de los bancos de capital privado. Se trataba, en definitiva, de una exigencia de cumplimiento imposible, tanto por la filiación ideológica del justicialismo como por las llamadas 'condiciones objetivas', esto es, los presupuestos fácticos en que debe encuadrarse una comunidad en un lugar y tiempo determinados con miras a viabilizar una eclosión de la magnitud exigida. El régimen democrático consentido por el 'sistema' es desvalorizado como 'trampa del parlamentarismo', en tanto no liquide al gran capital, que es siempre sinónimo de explotación ni dote de nueva estructura al Ejército, invariablemente brazo armado de los intereses dominantes: 'Es necesario, más necesario que nunca, continuar hostigando al gran capital expoliador y el ejército opresor, sostén del injusto régimen capitalista, desarrollando al máximo todo el inmenso potencial combativo de nuestro pueblo. La batalla por la liberación nacional ha comenzado; está muy lejos de terminar. Sólo hemos dado los primeros pasos, y así lo entiende nuestro pueblo (...) Por lo antedicho, el E.R.P. hace un llamado a los miembros del nuevo gobierno, a la clase obrera y al pueblo en general, a no dar tregua al enemigo'.
Sólo cuarenta y ocho días después de asumir el gobierno, el viernes 13 de julio de 1973, Cámpora y Solano Lima presentan su renuncia. El hecho es caracterizado por el P.R.T. como 'un autogolpe contrarrevolucionario que marcó el decidido viraje a la derecha del gobierno peronista…'.
En cuatro notas editoriales de El Combatiente (números 82 al 85, del 20 de julio al 10 de agosto de 1973), Mario Roberto Santucho analiza el cuadro de situación de la lucha armada -en el contexto planteado por la caida de la Administración de aquel entonces. Tres son los gestores del golpe de palacio: los Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas, los burócratas sindicales, y un estrecho colaborador y secretario de Perón, José López Rega. En su opinión, el pedido de tregua planteado por el gobierno a las formaciones especiales forma parte de un plan general inspirado por Perón, que incluía una suspensión general de hostilidades de las fuerzas revolucionarias en todos los campos de actuación. El editorialista plantea que la hipótesis básica de que el justicialismo está controlado por fuerzas reaccionarias acababa de ser confirmada, precisamente, por el 'autogolpe':'La forma de llevar adelante esa política fue claramente explicitada por Perón, Cámpora y otros dirigentes, y consistía en lograr una tregua social, política y militar que eliminara con engaños del escenario la lucha armada y no armada de la clase obrera y el pueblo, diera la ansiada estabilidad social que le permitiera reorganizar el capitalismo, atraer capital imperialista, mejorar parcialmente la situación económica, ganar así mayor crédito en la masas con algunas concesiones, y pasar recién después al aislamiento y represión, a la destrucción de las fuerzas revolucionarias de nuestro pueblo, todo lo cual les permitiría lograr el objetivo de salvar el capitalismo'.
Santucho cree que, sin negar las habilidades de su conductor, el justicialismo aprovechó los excedentes acumulados al finalizar la Segunda Guerra Mundial, y promovió una serie de concesiones a la clase obrera, 'hecho que pervive en la memoria colectiva de los argentinos y genera un profundo sentimiento de respeto y esperanza hacia Perón -sentimiento que llega a suponer en él propósitos que no tiene, a despertar expectativas irreales'.
La idea central, en el planteo invariable del P.R.T., consiste en la reiteración incansable de que el peronismo, al garantizar la superviviencia del capitalismo y permitirle a éste superar con éxito sus recurrentes crisis, constituye una fuerza enemiga de la emancipación definitiva del proletariado. Curiosamente, el argumento de que casi todo el mérito de Perón consistió en promover el superconsumo popular y la mejora en las condiciones laborales, usufructuando las generosas reservas acumuladas por los regímenes conservadores, establece un paralelismo notable con la crítica liberal al 'régimen de la segunda tiranía'.
Los textos bajo análisis en el presentre trabajo serían de utilidad para exponer que la dirección de P.R.T.-E.R.P. consideró idóneo reiterar una docena de ideas centrales o ideas-fuerza, a fin de facilitar la toma de conciencia de su potencialidad por parte de las más joven de las clases argentinas. Así, y en forma deliberada, Santucho se plagia así mismo, motivado por una evidente y decantada convicción: 'Las concesiones a las masas que Perón promovió han tenido siempre por objetivo consolidar el capitalismo. Esto constituye una política burguesa hábil, pero que de ninguna manera soluciona verdaderamente los problemas del pueblo; por el contrario, tiene a agravarlos, y a llevar a las masas de un cierto consumo en un período a una gran miseria en otro'.
La guerrilla marxista no desconoce la fidelidad de las masas con su conductor, pero se propone esclarecerlas, desnudando el carácter finalmente reaccionario del peronismo -medido desde las exigencias del socialismo leninista. Se trata de un dilema que toda la sólida ingeniería dialéctica, desplegada en decenas de documentos, no termina de resolver. Puestos a optar, lejos de ensayar alguna variante del entrismo, como el intentado por otras guerrillas, eligen la denuncia y la imputación de cargos gravísimos. Si el ERP admite que sólo las masas obreras pueden liderar un proceso de liberación nacional, la cuestión central pasa por la sensatez y oportunidad política de atacar lo que consideran el mito falsario del General amigo del pueblo: 'No podemos entonces obviamente esperar de Perón la Revolucion Social ni podemos tampoco esperar su neutralidad entre los revolucionarios y los capitalistas. Por el contrario, de los hechos expuestos surge con claridad meridiana que el verdadero jefe de la contrarrevolución y el verdadero jefe la política represiva, que es la línea inmediata más probable del nuevo gobierno, es precisamente el General Juan Domingo Perón'.
Demoradas las gestiones tendientes a construir una organización que agrupara a la mayoría de las formaciones especiales, y fracasadas definitivamente otras emprendidas, el líder del E.R.P. se dirige a F.A.R. y Montoneros, para recordarles que, con su negativa, cometen un grave perjuicio a la tarea prioritaria de preparar las condiciones para la instauración del socialismo en Argentina: 'Las organizaciones armadas F.A.R. y Montoneros y parte de la Tendencia Peronista Revolucionaria han cometido un grave error, muy notable y perjudicial para el campo popular, especialmente a partir del 25 de mayo; confiar ciegamente en Perón y basar toda su política en esa confianza. Hoy, que se ve claramente, ese error puede ser subsanado por el peronismo progresista y revolucionario, y retomar una línea independiente del peronismo burgués y burocrático que encabeza Perón'.
En la Argentina, es ahora el 1 de julio de 1974, y la instancia histórica es crucial: Juan Domingo Perón ha muerto.
Domingo Menna, uno de los fundadores del E.R.P. escribe el editorial de El Combatiente (N* 124,miércoles 3 de julio de 1974). Manteniendo sin fisuras su coherencia doctrinaria, la dirección del E.R.P. ratifica su conocida crítica al justicialismo, y hace un aporte en este número, en torno a una opinión que Santucho había adelantado un año antes. Es decir que la muerte de Perón acelerará el final previsible del tercer ciclo peronista: la tensión interclases llegará al punto limite de tolerancia, tanto por parte de los grandes grupos del capital concentrado, como del Partido Militar. La guerrilla marxista debe intensificar sus operaciones para sumarse al agravamiento de la situación económica-social, y constituirse en factor decisivo del proceso de agudización de las contradicciones del sistema de opresión. El breve período del 'fraude parlamentario' estará llegando a su fin y toda esperanza quedará anclada en que el golpe inexorable dispare una ampliación de la conciencia de clase del proletariado: 'Desde el punto de vista superestructural, estamos claros que marchamos a corto o mediano plazo, hacia un nuevo gobierno de carácter contrarrevolucionario. Que podrá adoptar distintas formas, pero que será necesariamente cívico-militar. (...) La clase dominante no tendrá más remedio que apoyarse en el Partido Militar, única fracción burguesa con cohesión y fuerza para reemplazar a Perón en el papel de salvaguardar el sacrosanto capital. Por eso, los preparativos de los militares son intensos; la burguesía clama por el aplastamiento de la guerrilla y las luchas obreras. En una palabra, los explotadores son concientes del avance revolucionario y trabajan activamente en la preparación de la represión'.
A tres meses del fallecimiento del conductor del justicialismo, el inspirador y guía doctrinario del marxismo armado vuelve a profetizar el golpe. Escribe Santucho, el 23 de octubre: 'A título de hipótesis, y sin la pretensión de abarcar así la riqueza infinita de la realidad social, podemos calcular que la continuidad y reforzamiento de la represión pueden darse con cambios parciales en el actual gobierno que mantengan la fachada legalista, al tiempo que los resortes principales del poder pasan a manos de los militares o con un nuevo golpe militar derechista' (El Combatiente, número 140).
Hacia la jornada anterior a la Nochebuena de 1975, el E.R.P. planea apropiarse de veinte toneladas de armamento del Batallón de Arsenales Domingo Viejobueno, en la localidad de Monte Chingolo, pleno suburbano bonaerense. Una delación lleva a una derrota de tal magnitud que la guerrilla marxista ya no podrá recuperarse. El hecho es el que las Fuerzas Armadas estaban esperando para fijar la fecha del golpe.
Nada puede impedir, el 24 de marzo de 1976, que suceda lo que la prensa viene anunciando desde hace meses.
El 14 de julio, el Comité Ejecutivo del PRT hace circular un documento secreto (Boletín Interno número 121. Secreto: sólo para militantes y aspirantes), en el que se decide el repliegue táctico de las operaciones militares. Una débil esperanza los alienta todavía: 'La fusión de las organizaciones revolucionarias será un gran avance para la lucha de nuestro pueblo, en la medida que se asiente sobre sólidos principios ideológicos y orgánicos, y nuestro Partido pondrá todo su esfuerzo para hacerla realidad'.
Cinco días después, el encargado del edificio de departamentos de la calle Venezuela 3145, de la localidad de Florida, Provincia de Buenos Aires, siente el acero frío de una pistola en las sienes. 'Tocas el timbre y decis, soy Rubén,el portero'. Un Capitán del Ejército derriba la puerta de acceso al departamento 'B' del cuarto piso. En su interior, se encuentran Santucho y Urteaga.
La acción posterior solo dura un segundo: se produce un cruce de disparos, y es más que suficiente. Los tres están muertos. Una idea del absurdo -gelatinosa, inconcebible- se adueña de escena.
Es de un color familiar a la historia argentina. Rojo.
Rojo sangre.
De profesión Abogado, Sergio Julio Nerguizian oficia de colaborador en El Ojo Digital (Argentina) y otros medios del país. En su rol de columnista en la sección Política, explora la historia de las ideologías en la Argentina y el eventual fracaso de éstas. Sus columnas pueden accederse en éste link.