ESTADOS UNIDOS: TED BROMUND

Barack Obama y sus acuerdos: la recurrencia del error

A lo largo de su primer período presidencial, el mandatario estadounidense Barack Obama...

08 de Septiembre de 2015
A lo largo de su primer período presidencial, el mandatario estadounidense Barack Obama rindió honores al valor de la diplomacia, pero poco hizo a la hora de negociar. Ahora, ha acelerado el ritmo, de la mano del acuerdo nuclear con Irán y de un tratado comercial con la Unión Europea. Obama hubiese hecho mucho más, si hubiese hecho menos.
 
Tal como sucede con las familias poco felices, los malos acuerdos son negativos -cada cual, a su manera. Y, por cierto, existen matices para tales aspectos negativos: no tener un acuerdo comercial -sin importar qué tan malo sea éste- puede ser peor que un acuerdo nuclear que funcione mal. Pero los malos acuerdos sí comparten caracteres comunes.
 
Los mayores acuerdos de posguerra -desde el Acuerdo General sobre Tarifas y Comercio o GATT, hasta el Tratado del Atlántico Norte que diera origen a la OTAN- resistieron el paso del tiempo porque fueron convenios positivos que hacían frente a necesidades reales. Eran serios, claros y sustanciosos -y beneficiaban a todo el mundo.
 
Pero, desde el final de la Guerra Fría, los Estados Unidos -y Occidente en general- han perdido el toque diplomático. Estas naciones comenzaron a negociar en busca del simbolismo, antes que en la sustancia. Desde el Protocolo de Kyoto hasta los acuerdos de derechos humanos en el seno de Naciones Unidas, la negociación se limitó a quedar bien; nunca a hacer el bien.
 
Se trató de convenios sustentados en aspiraciones. Infortunadamente, un convenio que siguió estos parámetros es el firmado con Irán. La aspiración de Obama no se resume a mostrarse como limitando el programa nuclear iraní. Se trata de hacer que Barack Obamael régimen iraní se convierta en un socio de los Estados Unidos a la hora de cooperar para estabilizar el Medio Oriente. Conforme el propio Barack Obama lo citara en 2014: 'Ahora mismo, no necesito de George Kennan'. El no necesitó contar con la ayuda del padre de la contención de la ex URSS: necesitaba -dijo el presidente- de los socios adecuados. El acuerdo con Irán no se reduce a algo tan pequeño como limitar la amplificación de las armas nucleares; se trata de hallar un socio...
 
Gran parte de lo citado se vuelve patente con el acuerdo comercial respaldado por Obama con la Unión Europea. Aquí, la aspiración se limitó a darle a la UE una palmada, reasegurándole que, en un mundo en donde el crecimiento económico lento está comprometiendo la significancia geopolítica europea, Europa aún interesa a los Estados Unidos.
 
Como lo dijera el comentarista estadounidense Charles Kupchan, el acuerdo entre EE.UU. y la UE se reduce a resolver la 'crisis de gobernabilidad' en Europa y, por ende, re-legitimizarla, 'creando una renovada apreciación de ambos lados, respecto del valor de la cooperación transatlántica'.
 
En abstracto, la cooperación transatlántica es hermosa. Pero el acuerdo comercial -tal como sucede con el acuerdo con Teherán- prima en la agenda de Obama no porque devuelva resultados directos, sino porque se supone comporta un valor simbólico que, indirectamente, acercará a esos resultados.
 
En tal sentido, los convenios se parecen bastante a la visión que el progresismo tenía sobre Barack Obama en 2008, esto es, que él personificaba el cambio. Lo que falló en esa consideración es que los presidentes deben vivir en el mundo real: Vladimir Putin no va a ir caminando alegremente hacia donde Usted se proponga. Y ése es el otro problema con este tipo de convenios: comportan muchas expectativas y esperanzas, pero son flojos a la hora del cumplimiento.
 
Tales acuerdos se enfocan demasiado poco en garantizar que lo firmado no se comerá vivos a los firmantes. Pero, entonces, si Usted se toma la variable del cumplimiento en serio, entonces no necesitaría firmar nada en lo absoluto. Y esto se debe a una regla básica de la diplomacia: no firme Usted un acuerdo que le prive de su capacidad para hacerlo cumplir. Y el acuerdo nuclear con Irán recuerda, precisamente, a eso. Supuestamente, la motivación de los iraníes para cumplir con lo firmado es la amenaza de que las sanciones estadounidenses y europeas 'volverán a activarse'.
 
Si Usted cree que, en dos o tres años, cuando las firmas privadas de Europa se hayan mudado a Irán y la lista de empresas iraníes sancionadas se haya desactualizado, Occidente podrá sencillamente reponer las sanciones, Usted cae en el autoengaño. Una vez que las sanciones desaparecen, nunca regresan.
 
En lo que respecta al acuerdo comercial entre los Estados Unidos y la Unión Europea, suele describirse a este como un esfuerzo para promocionar el librecomercio. Pero, en el ínterim y a la larga, ya hemos tenido librecomercio en la región del Atlántico Norte. Hemos peleado y ganado esa batalla, años atrás. En efecto, algunas tarifas se mantienen -y deberíamos eliminarlas.  Pero, en rigor, la mayor amenaza contra la capacidad de las personas de comprar y vender libremente en Occidente no son las reglas que el extranjero impone sobre nosotros, sino las reglas que nos imponemos a nosotros mismos. Hemos visto el rostro del enemigo del librecomercio, y es el nuestro.
 
Y es allí cuando el problema del cumplimiento hace su ingreso. El acuerdo comercial entre Estados Unidos y la UE será regido por políticas burcráticas surgidas de Estados gigantescos que cooperan para asegurarse de tener las mismas reglas. Lo cual volverá más sencillo para las multinacionales el hacer negocios -lo cual no es, necesariamente, malo.
 
Pero el convenio no hará que el intercambio comercial se vuelva más barato o fácil para la mayoría de nosotros, dado que las reglas continuarán allí; todo se hará más fácil solamente para las grandes firmas. Mientras más cerrado el convenio se vuelve, menos comercio libre habrá. Reforzar el cumplimiento del acuerdo destruirá aquello que -se supone- debía lograr tras su diseño.
 
Podría ser que todo esto se limite a un caso de diplomacia incorrecta que da lugar a acuerdos negativos, de los cuales ya ha habido muchos desde 1989. Pero obsérvese que el detalle final que este tipo de acuerdos comparte: atarán las manos de los Estados Unidos (y del Reino Unido, para el caso) mucho después de que Barack Obama haya abandonado el Salón Oval.


Artículo original en inglés, en http://dailysignal.com/2015/09/06/the-consistent-weaknesses-in-obamas-deals/

 
Sobre Ted R. Bromund

Egresado de la Universidad de Yale y con un doctorado obtenido en esa casa de estudios, es Analista Senior en Relaciones Británico-estadounidenses. Se unió a la Fundación Heritage (Washington, D.C.) en 2008, luego de oficiar como director asociado de Estudios de Seguridad Internacional en Yale, un centro de investigación y enseñanza dedicado a historia de la estrategia, temas militares y diplomáticos. Ha brindado numerosas conferencias en Historia y, desde 2004, sobre asuntos internacionales. Sus artículos y análisis son publicados regularmente en The Daily Signal.