POLITICA: MATIAS E. RUIZ

La fractura de la omertà

La primera línea de la dirigencia política nacional se muestra...

07 de Marzo de 2015

Allí donde la justicia es denegada, donde la pobreza es reforzada, donde prevalece la ignorancia, y donde cualquier individuo es compelido a sentir que la sociedad es una conspiración organizada para oprimir, robar y degradar, ni las personas ni la propiedad están seguras.

Frederick Douglass, reformador social afroamericano (1818-1895)

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La primera línea de la dirigencia política nacional se muestra, por estas horas, presa del pánico. Pero este estado de desasosiego -vale aclararlo- ya venía incrementando sus decibeles en la temporada previa al magnicidio de Alberto Nisman. En todo caso, la violenta neutralización del ex fiscal solo sirvió para engrosar la lista de espantados.

En el ámbito del oficialismo, el temor sobreviene de cara a posibles padecimientos futuros (repárese, por ejemplo, en los intentos desesperados de Jorge Capitanich para aterrizar en el Senado de la Nación, echando mano de su carta como legislador suplente de Eduardo Aguilar). En el espectro opositor, en cambio, los principales referentes y aspirantes a la Presidencia se imaginan víctimas potenciales de siniestros servomecanismos que, en alguna etapa previa, esmerilaban vía carpetazo, pero que hoy no ahorran ardides ni complots para poner punto final a la existencia de un funcionario de la administración de justicia. En rigor, poco interesa si este temor se ha adueñado de personajes tan disímiles como Sergio Massa o Elisa Carrió; aquel que no ha ventilado públicamente esta preocupación, ha sabido explicitarla ante íntimos. El actual proscenio de violencia política fue anticipado por pocos, pero ha logrado colarse por la ventana, y ha llegado para quedarse.

Asimismo, compréndase que los eventos complementarios al episodio del 18 de enero en Torres LeParc Puerto Madero no están prestos para ser analizados desde el monóculo de la ética o una deontología digna de pusilánimes: el conjunto de los actores -centrales o marginales- obra conforme a lo que entiende debe hacer.

De tal suerte que se asiste a la destrucción preventiva -siempre lo es- de los códigos de conducta vigentes en el crimen organizado estatal y paraestatal. La magistrada Sandra Arroyo Salgado, quien en su oportunidad patrocinó la persecución implacable de periodistas (Carlos Pagni, Roberto García, etcétera) y de elementos de inteligencia en apariencia hostiles a la Administración Kirchner desde su nebuloso juzgado de San Isidro, hoy ha decidido emprenderla contra la Casa Rosada, porque asociados del poder decidieron terminar con la humanidad del padre de sus hijas. Narrativa en donde -valga la ironía- resulta anecdótico si la Presidente de la Nación dio o no la orden de referencia. Público y prensa especializada deberían, antes bien, focalizar su energía en variables tales como el motivo, el modus operandi empleado (que invariablemente conducirá al redondeo de conclusiones ciertamente incómodas) y la identidad de el o los ejecutores.

En un segundo plano, el desprolijo proceder del gobierno, su verborrágico filibusterismo macartista, la modificación recurrente de la búsqueda oficial de enemigos y el avance y retroceso en la intoxicación de medios han contribuído por igual a la enajenación de la misión y raison d'être de los servicios de inteligencia. Son protagonistas de la puesta en escena post-Nisman un espionaje militar particionado (los que defienden la Gestión Milani y los que exponen el surrealismo de sus tropelías), una ex SIDE alzada en armas contra sus eternos rivales en la inteligencia de la Policía Bonaerense y, al cierre, los traficantes de drogas y de corruptela que revistan en subnodos que comportan interrelación e interoperatividad con aquellas dos. Algunos han interpretado este vidrioso mapa de manera más sencilla -o, si se quiere, binaria-: Matzkin versus Stiuso, con Milani aguardando la resolución de la disputa, tras bambalinas. La Doctrina Clara Waite -cuñada del mandamás del Ejército Argentino- fue más allá: Milani [a favor de Cristina Kirchner] versus Nisman. Ni siquiera Juan Bautista Yofre llegó a tanto; sobre el general coscoíno, el ex Señor 5 solo atinó a musitar: 'Milani tiene su agenda'. Entonces -y en un formato que bordea lo cartesiano-, lo único que no admite dudas es la palpabilidad del miedo. Miedo que invita a la parálisis. Parálisis que remata con el congelamiento y la consabida inutilidad de la clase política. Los mensajes pre-electorales de la dirigencia, vacuos y desabridos, son descartados de plano por una ciudadanía extraviada, carente de facilitadores. El periodismo no entendido, mientras tanto, consume la desinformación que despliega el poder desde sus múltiples usinas; no sabe hacer otra cosa.

Provisto que Alberto Nisman fue ultimado en las postrimerías del sábado -madrugada del domingo 18-, ¿quién ingresó a uno de sus ordenadores personales en forma tan clandestina como remota, siendo que el fiscal ya no respiraba? En Balcarce 50, ya se trabaja sobre una lista de personas con el know-how necesario para hacerlo. A los efectos de signarles responsabilidad o de sindicarles amistad con Jaime (lo que es lo mismo), lo primario era traerlos a la mesa de negociaciones. La recomendación supo ser obvia: es imposible negociar con aquellos cuya lista de enemigos se estrecha. Mientras que una porción de la comunidad de inteligencia la emprende contra el Lauchón Viale -acusándolo de narcotraficante-, otra se aferra a su defensa -hacía contrainteligencia, dicen-. Los servicios de información argentinos no solo venían probando su incompetencia a la hora de servir al Estado; ahora mismo, ni siquiera invierten su tiempo en asistir al poder central: han comenzado a batirse a duelo en las calles y avenidas del país. No en vano -y en aras de no perder terreno en esta nueva, imprevisible realidad-, César Milani ha reainaugurado su oficina castrense de empleos para reclutar a informadores, soplones y delatores de abundante hoja de servicios que puedan reemplazar a su colorida pero inoperante plantilla actual.

A la hora del quebranto, para Cristina Fernández de Kirchner, es Game Over, y habrá consenso: hacia fines de 2015, ningún otro mandatario elegido por voto popular habrá dejado tras de sí una herencia tan pesada como escabrosa, en donde el escándalo, la imprevisión, la infiltración y demolición del Estado y el odio escribieron cada página de la cotidianeidad.

 

Sobre Matias E. Ruiz

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.