ECONOMIA & NEGOCIOS: PEDRO SCHWARTZ

No comprenden por qué ha fallado el Euro

Jaime Requeijo, persona a la que conozco bien y respeto como gran experto en las cuestiones del euro...

15 de Octubre de 2014

Jaime Requeijo, persona a la que conozco bien y respeto como gran experto en las cuestiones del euro, acaba de publicar un libro titulado con la inmediatez del gerundio Bordeando el Abismo (Alianza). Requeijo es un paladín de quienes quieren transformar la moneda única en un instrumento de la política de unificación europea. Para salvar el euro, nos dice, se necesitan tres cosas: 1) crear en Europa un marco financiero integrado; 2) establecer un presupuesto integrado; y 3) diseñar un marco integrado de política económica. Naturalmente, añade que tales cambios deberán hacerse de tal manera que los europeos sientan que esas decisiones son verdaderamente suyas y no la de un grupo de oscuros mandarines.

Dicho con algún mayor detalle, esos tres marcos de actuación se concretarían en los siguientes puntos:
 

- Convertir al Banco Central Europeo (BCE) en un banco central del estilo de la Reserva Federal estadounidense, con poder para supervisar bancos, apoyado en un mecanismo de liquidación y un seguro de depósitos;
- Crear una Hacienda europea que imponga una política fiscal común y emita eurobonos;
- Diseñar un sistema de estabilizadores automáticos basados en un impuesto federal sobre el ingreso, que compense los vaivenes regionales;
- Centralizar la política económica de la eurozona;
- Multiplicar el efecto de los fondos estructurales;

Y salvar los países que entren en quiebra, como se hizo con Grecia, Portugal, Irlanda, Chipre y Malta.

Nada de esto será fácil, aunque son muchos los economistas como Requeijo que lo defienden como la manera de estabilizar la moneda única. La resistencia no sólo proviene de Reino Unido, sino sobre todo de Alemania, donde la opinión pública se inclina por mantener el diseño original del euro y del BCE.

¿Cuál era ese diseño original? No es fácil contestar a esa pregunta, porque las condiciones impuestas por el Tratado de Maastricht y el Pacto de Estabilidad y Crecimiento han resultado poco menos que imposibles de cumplir; y porque además eran insuficientes. Las tres condiciones originales fueron: que el BCE se ocupase de mantener el valor del dinero; que el déficit público un año con otro fuese cero y, en todo caso, no pasara de una cifra equivalente al 3% del PIB; y que la deuda pública no sumara más del 60% del PIB. La política de intereses bajos de finales del siglo XX y principios del XXI, con la que se pretendió contrarrestar toda amenaza de recesión, hizo que pareciera que se cumplían las condiciones de Maastricht. No tal. ¡Si hubieran sabido los firmantes a lo que se comprometían! Luego vino la debacle y se vio que un sistema de cambios fijos exige condiciones adicionales.


Caja de emisión

Esas tres condiciones rigieron en la época del patrón oro y se aplican hoy en los países con “Caja de emisión”, en los que el tipo de cambio se ha ligado irrevocablemente a una moneda mundial. Así, Hong Kong ha fijado su tipo de cambio desde hace años en 7,80 dólares HK por cada dólar de EEUU. Para mantener ese tipo se necesita que la agencia de cambios mantenga en reserva un poco más del 100% de su base monetaria (o dinero de alto poder) en manos del público, por si acaso se desata una carrera especulativa contra la moneda nacional. Para acumular y mantener esa reserva es necesario un tiempo de superávit en la balanza de pagos y luego de equilibrio. Tal situación exterior ocurre espontáneamente si nadie se interfiere: la salida de dólares causada por un déficit comercial dará lugar a esa depreciación necesaria para reequilibrar las cuentas exteriores. Es sabido, además, que los déficit públicos, sean del Estado, sean de las provincias o autonomías, se convierten casi inmediatamente en desequilibrios exteriores, con lo que es necesario mantener la vista puesta en los dos indicadores (déficit exterior o déficit público) para asegurarse de que el tipo de cambio fijo es sostenible. No lo hicieron en Argentina.

Todo esto es aún más cierto cuando no hay sino una moneda, como ocurre con el dólar en Guatemala o Ecuador, o con el euro dentro en la Unión Monetaria Europea. Para que ese euro no desaparezca de la circulación, huya al extranjero, los precios y salarios interiores deben ser todo lo flexibles que se necesite para exportar en suficiencia; y el Estado tiene que evitar endeudarse para cubrir el déficit público. De aquí que sea peligroso mantenerse en el euro bien con deuda, bien con importaciones especulativas de capital.


Patrón “auro”

Lo positivo del euro en su diseño original es el brutal freno que ha supuesto para los déficit y los excesos de endeudamiento público y privado, casi como si nuestro sistema fuera el del patrón oro en un país inflexible. Si volviéramos al euro original, las reformas propuestas por Requeijo no serían necesarias, con dos condiciones: precios y salarios plenamente flexibles, y gasto público sumamente reducido.

Ya veo a mis lectores levantar las manos diciendo que tal programa es imposible en una sociedad moderna. Lo curioso es que ya tenemos una vía intermedia que sería suficiente para evitar la creación de un Estado europeo, federal, planificador e interventor, que es lo que quieren conseguir nuestros eurofanáticos. Esa vía intermedia tampoco es la que Requeijo critica como la vía canónica de las autoridades europeas, “auméntense los impuestos y disminúyanse los gastos”. ¡Basta con disminuir los gastos y volver al euro a la alemana!

- A condición de dejar quebrar los bancos fallidos y no asegurar los depósitos, no haría falta un banco central, como no lo hay en Hong Kong;
- No se precisaría un gobierno económico europeo ni política fiscal común, ni emitir bonos con garantía europea. Las emisiones de deuda serían a riesgo de cada Estado o cada compañía;
- Los estados y regiones competirían entre sí, caso de que el público supiera aguantar breves recesiones cambiando de trabajo y lugar;
- Tendrían que recortarse drásticamente los Estados de Bienestar europeos;
- Habría que suprimir las ayudas y transferencias entre estados y regiones-miembro para que todo el beneficio de pertenecer a la UE se derivara del mercado único; y
- Los estados o regiones que no supieran cumplir tendrían que buscarse la vida en otro sitio.

 
Publicado originalmente en Expansión (España)
Sobre Pedro Schwartz

Profesor de economía en la Universidad Autónoma de Madrid (España). Experto en pensiones, política monetaria, y de temáticas relativas a la Comunidad Económica Europea. Es coautor del trabajo Desregulación Bancaria y Orden Monetario.