POLITICA: PABLO PORTALUPPI

Lo que vendrá

Siempre se dijo que en la Argentina hacer futurología es adentrarse en el terreno de la ciencia ficción...

22 de Agosto de 2014
Se ha dicho que hacer futurología en la Argentina es adentrarse en el terreno de la ciencia ficción. Que ni siquiera Julio Verne o H.G. Wells podrían llegar a imaginar el futuro del país. El largo plazo, para nuestra sociedad, jamás supera los tres meses. Así nos han gobernado en los últimos 100 años - y así parece ser la manera en que preferimos vivir. Es éste un cuerpo social tan castigado por las sucesivas crisis económicas, que nos hemos acostumbrado a vivir con ellas y, lo que es peor, a aceptarlas. Eternamente atravesados por desvaríos militares, peronistas y radicales, de tal suerte que, en un lapso de apenas cuarenta años, hemos pasado de un liberalismo a ultranza (Proceso Militar, menemismo) a un estatismo anacrónico (kirchnerismo), transitando también por la hibridez radical (Alfonsín, De la Rúa). Caso curioso el nuestro: nos gusta vivir como capitalistas, mientras fantaseamos con pensamientos de izquierda. Nos deleitamos mirando al Norte, pero creemos que el Imperio busca invadirnos para apropiarse de nuestras riquezas. Ni tanto, ni tan poco.

Dentro del carácter impredecible de nuestros dirigentes, corresponde hacer justicia con los gobiernos K: nunca han dejado de ser coherentes en su tozudez, sus rencores y caprichos. Basta con hurgar en el ADN kirchnerista (léase Néstor y Cristina) a los efecots de intentar adivinar cada uno de sus pasos. ¿Cuál es ese ADN? Obediencia debida, caja, castigo a los 'traidores', redoblar la apuesta ante la adversidad, huir hacia adelante. Y coquetear con un abandono intempestivo del poder. El amague de renuncia de Cristina tras el 'voto no positivo' de Julio Cobos en 2008 es la mejor prueba de ello.

Detrás de esta temeraria e insensata decisión de enviar un proyecto de ley al Congreso para cambiar la jurisdicción del pago de los bonos no reestructurados y  reabrir el canje, se esconden todas y cada una de las características antes mencionadas. Y algo más: jamás el peronismo dejará a otro polo político la mesa servida. En todo caso, todo se deja convenientemente desordenado, para que otro pague los platos rotos; el peronismo -en cualesquiera de sus vertientes- se las ingenia para regresar para oficiar de bombero de su propio incendio. Cristina Kirchner, aún cuando haya volcado su segunda Administración a políticas más cercanas a la izquierda, es de origen peronista. Y jamás se perdonaría ella que un futuro gobierno le haga lo que ella y su desaparecido esposo le hicieron a Eduardo Duhalde.

Nuestra dirigencia es mezquina, torpe y corrupta. Los arreglos con Repsol y el Club de París se vieron orientados en la dirección correcta, pero se trató de convenios tremendamente onerosos para el país, cuya pesada carga se precipitará sobre los hombros de un próxima Administración. Bajo este proceder, ¿por qué no dejarle también toda la deuda en default? Problema: aún restan dieciséis meses para que CFK entregue la banda al próximo jefe de Estado. Pero no importa, conforme la crisis de la deuda acaso oficie de excusa perfecta para irse antes. Nunca en helicóptero, sino congregando a la militancia rentada e ingenua en el patio interno de la Casa Rosada -emulando con torpeza aquel renunciamiento de Eva Perón-, y bajando línea a medios y periodistas propios subrayando que Estados Unidos se ha ensañado con nuestro país, y que así es imposible gobernar. Recuérdese que -aunque suene insólito- la imagen presidencial ganó puntos a partir del conflicto con los holdouts. Vaya el dato escalofriante: las reservas del BCRA orillan hoy los U$S 29 mil millones, ha pasado ya el grueso de la cosecha de soja, y los vencimientos de deuda el año próximo equivalen (al menos hasta ahora)a U$S 16 mil millones. Quien asuma, carecerá de crédito externo.

No existe época igual a otra, aunque pueden compartir similaridades. La actual comienza a asemejarse demasiado a los instantes previos al estallido de 2001. Es cierto: hay más reservas que en aquel entonces, los depósitos de los ahorristas se prefiguran en moneda nacional y no en dólares, y la tonelada de soja cotiza cuatro veces más. Pero 2001 no mostraba la alta inflación de hoy. Otras coincidencias: los niveles de pobreza no son tan distintos, existe un abultado déficit fiscal y, si bien no hay una ley de convertibilidad formal, la hay de facto, dado que una nueva devaluación se torna cada vez más inevitable y de hacerlo, guarismos como la pobreza y la inflación, se dispararían. Otro detalle no menor: tras la megadevaluación de 2002, la capacidad ociosa de la industria representaba más del 50% de la capacidad instalada, producto de los cuatro años previos de recesión y de las políticas de Menem, De la Rúa y Cavallo. Hoy día, la capacidad industrial se muestra al límite, lo que volvería mucho más compleja una pronta recuperación. Y sorprende que ninguno de los presidenciables hable de esto. Estos sólo repiten consignas y eslogans, hablando de 'cambio' y promocionando que un nuevo gobierno solucionaría los groseros problemas macroeconómicos en cosa de horas.

Nunca es triste la verdad; lo que no tiene es remedio. Bajar la inflación, desarmar el cepo, engrosar las reservas del Banco Central, recuperar la confianza en el extranjero y salir del default, no será tarea fácil. No es el gobierno de Cristina quien desoye una sentencia judicial: es la República Argentina la que lo hace. Sean Massa, Macri o Scioli quienes ocupen la Presidencia después de 2015, ¿cómo explicarán a los mercados de capitales que ellos, habiendo sido arte y parte de dos gobiernos kirchneristas, en realidad son distintos? Un importante empresario marplatense, de fluidos vínculos con el poder, ensaya un diagnóstico: 'Los principales opositores se muestran cada vez más preocupados. El tendal de problemas que va a dejar el gobierno es monstruoso, lo que puede tornar inmanejable la situación. Y, ahora, aca en Mar del Plata, hay muchos más despidos y cierre de empresas y comercios que la que dicen los medios locales. Basta con ir al puerto; ahí te das cuenta'. De acuerdo a datos extraoficiales, la desocupación en el sector pesquero marplatense se disparó en un escabroso 30%.

El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner intenta compartir con la oposición el naufragio de la deuda externa, al enviar un proyecto al parlamento, cuando no lo hizo con temas tanto o más sensibles, como ser el arreglo con la petrolera Chevrón y Repsol, o el mismísimo detalle del pago al Club de París. Al parecer, todo indica que la oposición, esta vez, no morderá la carnada: sus máximos referentes salieron a pronunciarse contra la iniciativa. En cualquier caso, el proyecto exhibe grandes chances de convertirse en ley, gracias a la mayoría que conserva el Frente Para la Victoria en ambas cámaras. Volverá a asistirse a la maldita 'obediencia debida' tan propia de los militares, en donde no interesan ya las gravosas consecuencias comportadas por una ley perjudicial para los intereses nacionales a largo plazo; de lo que se trata es de acatar sin preguntar. Ese miedo absurdo que existía antes frente a Néstor, y hoy frente a la actual Presidente, parece difícil de justificar. Especialmente, si se atiende a la definición del ensayista Jorge Asís: 'los Kirchner son duros en el arte de arrugar'. Lo propio sucederá con la nueva 'Ley de Abastecimiento', esperpento que más parece haber surgido de La Habana o de Caracas que de una nación del orbe occidental, y que la dirigencia empresaria dice ahora aborrecer. Acaso empresarios e industriales estén tomando un trago de su propia medicina, tras haber colaborado con eficiencia en la construcción del monstruo K.

El futuro se presenta sombrío, con una Administración que aún debe permanecer más de un año, en un contexto económico y social en franco -y creciente- deterioro. En el escenario, comparte sus monerías una oposición desconcertada, que dice aspirar al poder pero sin que nadie entienda realmente para qué. El delirio se completa con una jefe de Estado portando fantasías freudianas de abandonar antes de tiempo y un entorno empresarial, político y sindical que aborta dichas fantasías, aunque en el proceso se lleven puesto al país. Al decir del cómico uruguayo Andrés Redondo (Hiperhumor), 'No importa, ya vendrán tiempos peores'.
 
Sobre Pablo Portaluppi

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Periodismo. Columnista político en El Ojo Digital, reside en la ciudad de Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Su correo electrónico: pabloportaluppi01@gmail.com. Todos los artículos del autor, agrupados en éste link.