INTERNACIONALES: PEDRO SCHWARTZ

España: teoría de la Corona

Son muchos quienes esperan de Felipe VI, el nuevo Rey de España, que desempeñe un papel activo, aunque sin duda discreto, en la solución de los muchos problemas...

11 de Junio de 2014
Son muchos quienes esperan de Felipe VI, el nuevo Rey de España, que desempeñe un papel activo, aunque sin duda discreto, en la solución de los muchos problemas constitucionales, políticos e incluso económicos con los que se enfrenta nuestro país. Eso es no entender el limitado pero muy importante papel que un monarca puede desempeñar en un sistema democrático, como es el nuestro. La virtud de la monarquía parlamentaria es, precisamente, que la Corona debe significar o simbolizar todo lo que en una sociedad civilizada queda fuera de la política. Si la sucesión en la jefatura del Estado es, por así decirlo, automática y si durante su reinado el Rey no se interfiere en la vida política, los ciudadanos de un país tan dado a banderías como es España pueden llegar a entender que lo más importante de su vida personal y social debe desarrollarse en el campo de lo privado.
 
La actividad política es sin duda necesaria en una democracia, pero no debe extenderse a todo lo que deciden los individuos, personal o colectivamente. Permítaseme una comparación. La actividad política se asemeja a la producción de electricidad en una central nuclear, que, siendo muy útil, debe quedar aislada por espesos muros de protección para que no contamine el medio ambiente. Sé que son muchas las personas, sobre todo en la izquierda, que consideran que todo en la vida de un país es política y que todas las decisiones comunales deben tomarse “democráticamente” por votación mayoritaria, desde la gestión de las empresas hasta el funcionamiento de los colegios o desde la organización de las iglesias hasta las actividades culturales y deportivas. Si todo se politiza y se hace objeto de deliberaciones teñidas de ideología, la atmósfera de la sociedad se hace sofocante y tensa.
 
Los racionalistas extremos entre nosotros denuncian la contradicción entre un sistema político democrático y la transmisión de la jefatura del Estado por herencia de padres a hijos y nietas. Pues, precisamente, ésa es la ventaja de una democracia parlamentaria coronada cual la española: lo “absurdo” o “irracional” de la forma de seleccionar quién presidirá y simbolizará nuestra nación significa que hay aspectos importantes de nuestra organización comunal que quedan fuera de la decisión por el voto mayoritario.
 
El campo en el que se ejerce la decisión por mayoría de votos no debe extenderse a la totalidad de la vida social. La monarquía en España simboliza o puede simbolizar -si la arreglamos bien- los límites a los que se debe someterse la regla mayoritaria, para que Felipe VIno sea contraproducente y no traicione, a la postre, las voluntades de los individuos.
 
 
Libre elección
 
Tanto la economía de mercado como la democracia política son sistemas sociales basados en que, en una sociedad libre, no existe sistema de valores alguno que sea común a todas las personas. Es importante que las diferencias de gustos y modos de vivir, en la medida de lo posible, no se vean recortadas por imposición política. Ni la enseñanza, ni la religión, ni la cultura, ni el deporte, ni la vida familiar, ni los precios, ni los horarios comerciales deben regirse por votación mayoritaria. Todas esas actividades deben quedar a la libre elección y acuerdo de los individuos. La democracia no es un plebiscito continuo, sino una manera instrumental y procedimental de tomar algunas decisiones comunes. La democracia debe ser limitada, pues de otra forma puede caer en lo totalitario.
 
No es casualidad que sean algunos grupos de la izquierda más radical los que se oponen a que nuestro sistema político tenga forma de monarquía. El ideal de estos grupúsculos es el de meterse en los entresijos de nuestra vida cotidiana para limitar las decisiones y actividades que les disgustan porque las consideran irracionales, elitistas, creadoras de desigualdades, reflejo de visiones metafísicas y contrarias a la dictadura de las masas contra la que avisó Ortega en puertas de la IIª República.
 
Cierto es que el papel del nuevo Rey debe ceñirse a simbolizar todo aquello en lo que los españoles pueden estar espontáneamente de acuerdo sin necesidad de imposiciones políticas. Sin salirse de los límites constitucionales, la Corona, por su sola existencia, podría contribuir a la solución de las tensiones nacionales que hoy sufrimos. Una numerosa minoría de catalanes dice querer convertir a Cataluña en un Estado independiente. Ello supondría un grave coste para los catalanes, al quedar fuera de la Unión Europea, y para los demás españoles al sufrir la amputación de la que consideran parte de su tierra propia. Por eso me parece una equivocación que Convergencia y Unión se abstenga en el voto de la ley orgánica de reconocimiento de la dimisión de Don Juan Carlos I.

Quizás, el acuerdo para un nuevo arreglo constitucional de la cuestión catalana (y vasca) pudiera ser más fácil dentro del marco de una monarquía común, en la que cupieran las diferencias nacionales que tantas tensiones están creando, sin romper la unidad formal del país que es el de todos los españoles desde hace siglos.


Foto de portada: Rey Felipe VI. Crédito: Casa Real, sitio web
 
Sobre Pedro Schwartz

Profesor de economía en la Universidad Autónoma de Madrid (España). Experto en pensiones, política monetaria, y de temáticas relativas a la Comunidad Económica Europea. Es coautor del trabajo Desregulación Bancaria y Orden Monetario.