INTERNACIONALES | OPINION: JESUS SANCHEZ CAÑETE

Derrotando al terrorismo islámico

Estados Unidos en particular y el mundo en general contemplaron horrorizados el 11 de septiembre de 2001 el despiadado azote del terrorismo islámico.

20 de Abril de 2014

Estados Unidos en particular y el mundo en general contemplaron horrorizados el 11 de septiembre de 2001 el despiadado azote del terrorismo islámico. Una forma de violencia que, a diferencia de otras (el IRA en Irlanda, ETA en España, etcétera), se basaba en la inmolación de los propios terroristas, tras haber sido envenenada su mente con las tesis de odio de Bin Laden. Tras el 9/11, los atentados de Bali, Madrid y Londres, entre otros, confirmaron que esta nueva forma de terrorismo se alzaba como la gran amenaza y el enemigo a batir de los próximos años.

¿Cómo ha reaccionado Occidente a este nuevo desafío a la libertad y la seguridad? Comenzando una lucha sin tregua contra un terrorismo islámico que, con el paso del tiempo, está cada vez más débil, gracias al firme compromiso de Estados Unidos y de un mundo libre que jamás cederán al chantaje terrorista. Sin embargo, no resulta un combate fácil. El yihadismo es una corriente extendida por varios países, con células terroristas aparentemente desconexas entre sí, teniendo en cierto modo en al-Qaeda el referente de todo el movimiento. Una organización a priori amparada por un régimen talibán afgano que se negó a entregar a Bin Laden a Estados Unidos, a pesar de su evidente conexión con el 9/11, y que ahora parece estar más activa en Yemen a través de su filial en la Península Arábiga (AQPA). No es fácil por tanto acabar con esta hidra de múltiples cabezas.

Una de las variables más preocupantes de esta lucha es que, en ocasiones, el enemigo está “en casa”. El lavado de cerebro no conoce de fronteras, y los terroristas no son necesariamente extranjeros venidos de fuera a atentar. Algunos llevan tiempo residiendo en el país objetivo, y puede que incluso sean ciudadanos nacionales de él, como se ha comprobado en distintos casos. Otros tratan de contaminar las mentes ajenas con su doctrina que fomenta el odio. Así se crean los llamados “lobos solitarios”, terroristas que sin estar bajo las órdenes de ningún grupo en concreto, ejecutan su agenda sanguinaria a discreción.

En este contexto hay que ubicar una noticia conocida durante la semana pasada en Nueva York. José Pimentel, ciudadano de origen hispano, fue condenado a 16 años de prisión por preparar atentados en la capital neoyorquina, según informaba EFE. Convertido al Islam, el joven de 29 años había sido detenido en 2011 por el FBI. No sólo se había hecho con material para fabricar explosivos caseros (que había aprendido a elaborar de la revista online de al-Qaeda, según explicaba la propia noticia), sino que al parecer además tenía su propia web en Internet incitando al terrorismo.

Sin embargo, lo realmente estremecedor de la noticia es que, según parece, su caso no era aislado. En 2013 dos hispanos más, también en el área de Nueva York, fueron detenidos en un caso y condenados en el otro, por conexiones con el terrorismo islámico.

Por lo pronto, vale la pena fijarse en la creciente islamización de la comunidad hispana. Según un estudio de Faith Communities Today, “en 2000, un 6% de todos los ciudadanos que se convertían en musulmanes en Estados Unidos eran latinos y, en 2011, la cifra alcanzó el 12%”, reportaba CNN. Así, “el 4% de los musulmanes de los cerca de 2.75 millones de musulmanes se identifican como hispanos”, continúa el medio estadounidense, citando asimismo otro estudio del PEW Research Center. En total, a fecha de 2011, se estimaba que el número de hispanos musulmanes en Estados Unidos oscilaba entre 100.000 y 200.000 personas (al no preguntar el Censo por afiliaciones religiosas es difícil tener un retrato exacto de la situación).

A pesar de este crecimiento, no se observa un aumento del apoyo al extremismo. El 81% de los musulmanes americanos afirma que la violencia contra civiles no está nunca justificada (72% es la media mundial, de acuerdo a otro estudio del mismo centro). Buenas noticias pues, que confirman que los musulmanes que viven en América valoran su sistema político y rechazan claramente la violencia. Por tanto, a priori este incremento en sí mismo no quiere decir nada. La mayoría de los musulmanes son gente normal y de bien, que tienen todo el derecho del mundo a profesar la religión que quieran. Para eso Estados Unidos es el país de las libertades. Como ellos, millones de musulmanes por todo el planeta quieren vivir en paz y observan horrorizados un terrorismo islamista para el cual ellos mismos son unos impíos por no plegarse a sus tesis enfermizas.

Ahora bien, no se puede obviar que si hay un grupo más susceptible que el resto de la sociedad occidental de ser “captado” por el terrorismo islámico es lógicamente éste. al-Qaeda y el radicalismo invierten mucho dinero y recursos en adoctrinar a musulmanes que puedan adherirse a su sanguinaria causa. De hecho, es preocupante leer en el mismo estudio del PEW que reflejaba que el 21% de encuestados musulmanes estadounidenses acusa un importante respaldo al extremismo entre este colectivo.

Los terroristas islámicos justifican lo injustificable argumentando que Occidente está en contra del Islam. Lo cual no es cierto. Aunque sí es certero reafirmar que la gente ha experimentado un creciente temor hacia todo lo islámico tras el 9/11. El 28% de los encuestados afirma ser mirado con desconfianza y el 22% afirma que se hayan dirigido a ellos con nombres ofensivos. Es una reacción desgraciadamente natural a lo que sucedió entonces, y probablemente pase tiempo hasta que se vuelva a una situación más tranquila. Pero no es cierto que Occidente odie a quienes profesan una religión; eso va en contra de su esencia misma.

A la civilización occidental le ha costado siglos percatarse de que la democracia, con todos sus desperfectos, continúa representando la única forma de gobierno válida, conforme garantiza que las opiniones de uno valen exactamente lo mismo que las del vecino. La democracia propiamente dicha es, por tanto, una forma de organización política y social, y como tal debe ser independiente de cuestiones religiosas. Un concepto de democracia que, por tanto, puede –y debe- funcionar tanto en las sociedades islámicas como en aquellas occidentales con una creciente presencia de personas musulmanes. El amplio rechazo que genera el radicalismo entre los musulmanes de Estados Unidos es la mejor prueba de que esto es posible. Eso sí, con respeto a la sociedad de acogida. No es admisible emigrar a Estados Unidos o a Europa, acogerse a su sistema democrático y “esperar” a que pase el tiempo y se adquieran derechos de voto, para imponer después a la sociedad autóctona formas de vida distintas. Eso también va en contra de la democracia.

Los únicos que no tienen cabida en el sistema democrático son precisamente aquellos que creen que sus opiniones son más legítimas que las de los demás y piensan que pueden imponerlas sobre el prójimo. Esperemos que con el correr de los años, las sociedades del mundo comprendan que la violencia no puede seguir teniendo cabida en el siglo XXI, y que las sociedades deben orientarse a acorralar y derrotar a los terroristas, para que éstos carezcan de recursos y espacio para manipular consciencias, ni de hispanos ni de ningún otro colectivo.

 

Sobre Jesús Sánchez Cañete

Es columnista de temas internacionales en la web con base en Washington, D.C., USA Hispanic Press.