POLITICA: MATIAS E. RUIZ

Las huellas de la 'Década Ganada'

En la tarde-noche del 4 de diciembre de 2000, Miguel Bonasso presentó oficialmente su publicación 'Diario de un Clandestino'...

16 de Abril de 2014

En la tarde-noche del 4 de diciembre de 2000, Miguel Bonasso presentó oficialmente su libro 'Diario de un Clandestino' en el Palais de Glace. Los contenidos del trabajo -abundante en referencias positivistas respecto al accionar de la guerrilla en los años setenta ('legitimada por la sociedad', apuntaría el autor)- no serían tan interesantes como el calibre de los asistentes y componentes del panel. Fueron de la partida -amén del propio Bonasso- el padre Luis Farinello; Alicia Castro; Rodolfo Puiggrós; altos dignatarios de Madres, Abuelas e HIJOS de Plaza de Mayo; José Pablo Feinmann; el Capitán (RE) del Ejército Argentino José Luis D'Andrea Mohr, Martín Caparrós, Eduardo Macaluse, Dante Gullo -alias 'Canca' y a la sazón niño mimado de la contrainteligencia de los servicios de información argentinos- y el sindicalista de extrema izquierda Víctor De Gennaro. Arribaron al convite -trasladados en una Renault Traffic blanca- Felipe Solá y un puñado de dirigentes peronistas luego reformateados en férreos defensores del 'modelo' que ya dejaba entrever su ambición presidencialista. Néstor Carlos Kirchner y su señora esposa, Cristina Fernández Wilhelm -por supuesto- también se apersonaron en aquella barroca presentación del Palais, teñida de loas en pro del canturreo ideologizante de Montoneros, del romanticismo carmesí que ganara color desde el ataque homicida perpetrado por los terroristas de Enrique Gorriarán Merlo contra el regimiento de La Tablada y de la protofilosofía bolivariana del uniformado golpista venezolano Hugo Chávez Frías.

Los cimientos del aquelarre constitutivo de lo que hoy se conoce como la 'Década Ganada' explotaron aquella presentación en sociedad de la obra de Miguel Bonasso para blanquear su proposición de encaramarse en el poder algunos años después, cuando los tiempos fueran oportunos. Los grises burócratas del entonces presidente Fernando de la Rúa -cuya gestión macroeconómica comenzaba ya a desmoronarse con la velocidad del rayo- prefirieron prestar oídos sordos a la importancia potencial del evento llevado a cabo en el barrio porteño de Recoleta. La soberbia de los moradores radicales de Balcarce 50 tampoco pusieron de suyo para informarse sobre el sendero que ya comenzaba a desandar Eduardo Duhalde, arquitecto y cultor del pretendido think tank bautizado como 'Grupo Calafate'. Núcleo nacido en 1999 e ingeniado para purgar al sistema político argentino de cualquier atisbo menemista, y cuyos integrantes primigenios serían -entre otros próceres de la democracia autóctona- Carlos Kunkel, Alberto Fernández, Esteban Righi, Aníbal Fernández, Julio Bárbaro (portador de incalificable habilidad para 'recitar incluso los nombres de la guía telefónica completa', en la óptica del espionaje castrense local), León Arslanian y Jorge Taiana. El subcapítulo remite a los parteros de la 'transversalidad' -regurgitación surrealista o cuento de viejas empleado para dotar de contenido y coherencia a aquello que se caracterizó por carecer dolorosamente de ambos.

Motorizada por el imperativo categórico duhaldista de neutralizar de una vez por todas a Carlos Menem, esta gigantesca confabulación dirigencial -compuesta por figuras excelsas en las artes negras del reciclaje ad eternum de personajes y candidatos- entre calafatistas y expresionistas duros del totalitarismo de la izquierda violenta conjuntados en el Palais, le obsequiaría luego al poco carismático Néstor Kirchner la estructura pre-electoral necesaria para aterrizar en la Casa de Gobierno. Gran parte de la faena previa recaería en el propio Duhalde, artífice del 'congreso pejotista de Lanús' (esponsoreado desde la Justicia Federal por María Romilda Servini de Cubría) que oficializó la candidatura del difunto esposo de Cristina. Sin saberlo, el ex hombre fuerte de Lomas de Zamora se convertía en el garante primordial de su propia debacle: el nestorismo pegaría un estrepitoso giro de 180 grados y transmigraría a posteriori en poderoso catalizador del 'Duhalde traficante' y 'Duhalde volteador de presidentes' en el inconsciente colectivo de la opinión pública. Peor que esos monikers -sean o no apropiados, ello resulta anecdótico-, el ex mandatario interino aún no puede quitarse de encima otro calificativo un tanto más estigmatizante: Eduardo Alberto Duhalde es y será siempre, para el hombre de a pie, "el que los trajo". La connotación remite, por cierto, a la actual jefe de Estado, a su malogrado marido, y al legado de demolición con cuyos prolegómenos ahora el Grupo Clarín (otrora sólido aliado comercial) construye su agenda-setting de cada día. En el epílogo, emerge un misterio que pocos podrían calificar de tal -si se atiende a la historia reciente en pulcra retrospectiva-: Duhalde y el multimedio de Ernestina Herrera de Noble convergen en una desaprensiva y desenfadada promoción de la candidatura de Daniel Scioli para la Presidencia en 2015. Una pena que Eduardo Bauzá -celoso gatekeeper del secreto de Marcela y Felipe- no pueda sumarse al ruedo, puesto que la hepatitis tipo C casi ha acabado con él; hubiese sido el equipo perfecto.

Ya de regreso en el presente, poco más de diez años más tarde, las aguas se dividieron indefectiblemente en el circuito del poder. Los veteranos guerrilleros reencauzados en el periodismo y las letras abandonaron antes que nadie el desvencijado paquebote del 'modelo', apenas comprobado que la promoción derechohumanista de la agenda gubernamental no era otra cosa que una cobija algo corta para opacar el latrocinio a gran escala. Lo propio ha hecho el grueso del andarivel peronistoide, que compra boletos en el palco massista para reinventarse de aquí a un bienio. Unos y otros, adalides perfectos de la expresión 'Soldado que Huye...'.

En definitiva, los cabildeos recapitulados en Palais de Glace y Grupo Calafate podrían constituírse en ingredientes de fuste para alguna moraleja: las 'reuniones sociales' pergeñadas por políticos de ideario aparentemente inconexo previo a crisis institucionales o a comicios de importancia, son el termómetro idóneo para mensurar la temperatura del futuro. Eso, o bien la Argentina se ha convertido en un terruño insoportablemente predecible.

 

 

Sobre Matias E. Ruiz

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.