POLITICA: MATIAS E. RUIZ

Salvar a Oyarbide; amparar a la política

Toda una ironía: Norberto Oyarbide remata hoy su carrera, juzgado por el tiempo; para muchos, magistrado supremo y definitivo...

19 de Marzo de 2014

Toda una ironía: Norberto Oyarbide remata hoy su carrera, juzgado por el tiempo; para muchos, magistrado supremo y definitivo de todo lo actuado por las personas. Mientras el ataque terrorista contra el World Trade Center de Nueva York del 11 de septiembre de 2001 se convertía en material obligado de tratamiento para los medios nacionales, el bloque peronista en el Senado de la Nación se hacía eco de la distracción ciudadana para rescatar al ahora también comprometido juez de un jury de enjuiciamiento, que hubiese significado el último renglón en su sorprendente foja de servicios.

En aquella oportunidad, José Luis Gioja -actualmente convalesciente Gobernador de San Juan- echaba mano del argumento de que Oyarbide era "perseguido por su condición de homosexual". El sanjuanino se refería explícitamente a las cámaras ocultas que exhibían al magistrado en el prostíbulo Spartacus, en comportamientos sexuales inaceptables para cualquier funcionario público. "Fue a una casa de citas masculinas y no a una de mujeres" (*), fueron las palabras con las que redondeó su admonición discriminatoria en el recinto el hombre de San Juan, cuyos coterráneos le endilgan un parentesco demasiado poco confortable con la firma minera canadiense Barrick Gold y la consiguiente aniquilación del medioambiente en la provincia. Gioja puso demasiado empeño en confeccionar una defensa cerrada del magistrado, poniendo el foco en el affaire registrado por cámaras de CCTV en aquella dantesca bacanal. Solo él -si la memoria no le ha fallado con posterioridad al accidente que padeciera-, sabrá explicar por qué.

Con todo, nunca dejó de ser curioso que el sanjuanino y sus pares justicialistas prefirieran obviar que la cuestión poco tenía que ver con un pretendido caso de discriminación sexual: Oyarbide era sometido a revisión tras encontrarse acusado de cohecho, de enriquecimiento ilícito -sí: ya en aquella instancia-, y por haber amenazado de muerte al encargado de un restaurante. Incluso el matutino Página 12 (refritado durante la Década Ganada como pasquín de segunda del oficialismo kirchnerista) se ocupó en aquel entonces de presentar al magistrado federal como invención surgida de la tristemente célebre servilleta de Carlos Corach -quien hoy oficia de notable relacionista público de Daniel Scioli- y como un obsceno subproducto de lo peor del menemismo (http://www.pagina12.com.ar/2001/01-09/01-09-12/pag22.htm).

Peor todavía: los arcángeles peronistoides del Senado de la Nación que rescataron al juez del anillo obviaron considerar un asunto potencialmente más perturbador, a saber, que resulta inconveniente salvaguardar la integridad de un funcionario que hace de su cotidianeidad una seguidilla de comportamientos socialmente tóxicos. Por cuanto su aparición en cámaras se presta para una rápida extorsión por parte de criminales o de elementos corruptos de la política y/o fuerzas de seguridad cuya agenda los empuje a amenazar al objetivo de marras a criterio de evitar que se imparta la administración de justicia con normalidad. Quizás a sabiendas de ello, el bueno de Oyarbide puso manos a la obra para contar permanentemente con protección de oficiales ya identificados en el seno de la Policía Federal Argentina, y reparó en este factor -no solo en sus fueros- para granjearse una inacabable impunidad. Tragicómico sería que, conforme ya comienzan a ventilar ciertos medios en relación al caso de la financiera con llegada a la Casa Rosada, esos mismos policías programen deslindar responsabilidades en quien comanda el Juzgado en lo Criminal y Correccional Federal Número 5 de la Capital Federal... para salvar la propia ropa.

Acaso no sea del todo lícito argumentar que peronistas, kirchneristas y cristinistas en desprolija retaguardia se hayan conjuntado para patear hacia adelante la firma del obituario profesional de Norberto Oyarbide. Es el grueso de la clase política de actualidad la que, por vías no necesariamente coincidentes, debe esforzarse ahora para garantizarle el debido salvoconducto. De otro modo, apellidos igualmente célebres como Zaffaroni, Servini de Cubría, Canicoba Corral, Lorenzetti -y tantos otros- deberían seguir idéntico camino. A riesgo de que la opinión pública comience a preguntarse por la medida de la vara con que se mide a cada quién. Neutralizar a Oyarbide no es tarea sencilla -demasiados intereses tiran de su intoxicada humanidad.

Se asiste al nudo gordiano que, a su vez, rodea al enigma encerrado en una rabiosa caja de Pandora: vaca lechera para dirigentes, espías, altos funcionarios y policías (del hoy y del ayer). Con epicentro en la protección de operaciones financieras sospechosas y el ocultamiento de declaraciones juradas de bienes y financiamiento de políticos demasiado comprometidos con el tráfico de drogas y cárteles de procedencia extranjera. Suculento circuito de amistades que se necesitan mutuamente.



Referencias

El Caso Oyarbide revela el estado de putrefacción de los poderes en la Argentina. Cosme Beccar Varela, 18 de septiembre de 2001: http://www.labotellaalmar.com.ar/vertema.php?id=234
 

 

Sobre Matias E. Ruiz

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.