Venezuela: van cayendo las caretas
Desde que en 1999 Hugo Chávez asumiera el gobierno de Venezuela, se dedicó en forma metódica y persistente...
02 de Marzo de 2014
Desde que, en 1999, Hugo Chávez asumiera el gobierno de Venezuela, se dedicó en forma metódica y persistente a desguazar la democracia venezolana. Eso no debería llamar la atención, ya que él jamás creyó en las virtudes de esa forma de gobierno. En sus manos, fue tan solo un medio para alcanzar su objetivo final: el poder total.
En Venezuela, la democracia es relativamente joven ya que, a lo largo de su historia, la regla general ha sido el gobierno de los caudillos. Sin embargo, cuando cuajó, echó hondas raíces. La prueba de ello es que, desde 1959 hasta 1989 —período en que la mayoría de los países latinoamericanos padecían crueles dictaduras— fue la excepción.
En la Venezuela pre-chavista, los gobiernos podrían ser considerados malos, los políticos corruptos, las élites podrían haber medrado, pero la democracia funcionaba: las elecciones eran limpias y no podían conocerse de antemano los resultados de los comicios. La gente votaba con la ilusión de una renovación desde adentro y de un nuevo liderazgo, siempre según las reglas democráticas.
Hablando de democracia, es bueno recordar que se trata de un sistema en donde el voto es tan solo uno de sus elementos. Necesario, pero no suficiente. El sistema democrático de gobierno es un delicado engranaje de balanceos y contrapesos, diseñado con cuidado para que nadie pueda concentrar demasiado poder. La premisa es que “el poder controle al poder”. Y eso es así, porque el centro de la vida política bajo esa forma de gobierno es el individuo, el hombre común, jamás el gobernante. Los fines que interesan son los de cada persona, no los de la élite gobernante. Precisamente, esa es la esencia de los derechos humanos: proteger y garantizar los derechos individuales. Esa es la única forma eficaz de respetar la dignidad intrínseca de cada persona.
La democracia es la regla de la mayoría, pero lo es en la medida que respete los derechos de las minorías. Si el voto popular lo fuera todo, se vuelve muy sencillo transformar un mecanismo diseñado para evitar la acumulación de poder en lo opuesto: el autoritarismo. Es lo que ocurrió bajo Adolf Hitler.
Cuando en un país todo gira alrededor de la figura presidencial y existe un culto a la personalidad que raya con la demencia, no existen separación de poderes, libertad de prensa, ni de asociación, ni de expresión, ni elecciones limpias. Cuando el poder estatal controla la totalidad de los medios de subsistencia, es el único empleador directa o indirectamente, expropia arbitrariamente para beneficio propio o de sus allegados, cuando dice sin pudor “el Estado soy yo”, entonces, podemos decir sin temor a equivocarnos, que estamos frente a un autoritarismo.
Y es contra todo esto que, desde hace dos semanas, se están realizando movilizaciones multitudinarias en diferentes regiones de Venezuela. Las mayores protestas son contra la inseguridad, la carestía y la falta de libertad imperante, y están lideradas principalmente por los estudiantes. Sin embargo, cada vez más se registra el respaldo de otros sectores, como por ejemplo, los periodistas, que denuncian que desde hace varios meses el gobierno no les entrega los dólares necesarios para importar papel periódico. Un inmenso cartel sintetizaba la realidad: “Agoniza la prensa en Venezuela”.
Frente a la situación descrita, sólo un farsante, un cínico o alguien sin honestidad intelectual, puede animarse a definir la situación imperante en Venezuela como “democrática”. Lo que la ciudadanía está haciendo es rebelarse contra una tiranía. En consecuencia, aquellos grupos que públicamente se solidarizan con el gobierno de Venezuela, están delatando sus vetas autoritarias. Muestran su verdadero rostro e intenciones.
Entre esos grupos, vale la pena destacar principalmente a estos dos:
En, Uruguay, el Frente Amplio (el partido gobernante), emitió una resolución aprobada por unanimidad. Allí se expresa que la coalición de izquierda rechaza el “intento de desestabilización del gobierno constitucional de la República Bolivariana de Venezuela, por parte de los sectores más conservadores de la oposición política”.
Además, el Ministerio de Relaciones Exteriores uruguayo emitió un comunicado de apoyo y solidaridad con el gobierno de Nicolás Maduro. La misiva expresa que se repudia “todo tipo de violencia e intolerancia que intentan horadar la democracia y sus instituciones” en dicho país.
También es digna de destacar la declaración emitida por la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH). Ese grupo de presión expresó, que no comparte el actuar de los estudiantes venezolanos que protestan contra su gobierno, ya que según sostienen, esos jóvenes defienden el “viejo orden”. Mediante un comunicado, la FECH manifestó: “rechazamos todo intento de desestabilización, acaparamiento de alimentos y de golpismo que busca pasar por encima de las decisiones soberanas del pueblo venezolano, y cortar por esa vía el camino revolucionario que ha escogido”.
Es bueno contrastar las palabras de los colectivos arriba mencionados, con la realidad. María es venezolana y trabaja en uno de los ministerios del Estado. Tiene totalmente prohibido salir en las marchas opositoras. En cambio, está obligada a concurrir a las movilizaciones organizadas por el oficialismo, bajo pena de ser despedida. Ella expresa con indignación que “la gente común, trabajadora, que está harta sale a las calles a protestar”. María considera que con las marchas estudiantiles, al gobierno “se le fue de las manos” el control de la gente. En consecuencia, utiliza a su favor el vínculo que mantiene con un grupo armado autodenominado “tupamaros”, para sembrar el terror y amedrentar. María los define como “terroristas, malandros, gente de muy mal vivir, que salen, matan, roban, secuestran y asustan. Esta es una de las informaciones que desde el gobierno se pretende ocultar, ya que se ha filtrado bastante material, sobre todo gráfico”.
El totalitarismo es un monstruo que adopta diferentes caras: la de Hitler, Mussolini, el Zarismo, Stalin, Fidel Castro o Hugo Chávez. Lo que los grupos aludidos están revelando es que el monstruo del totalitarismo en sí mismo no es lo que los repele. En algunas de sus manifestaciones, no sería aceptable, pero en otras sí. Principalmente, en aquellas donde ellos ocupen los cargos directivos.
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@Hana_Fischer
Sobre Hana Fischer
Es Analista Política en la República Oriental del Uruguay. Colabora en numerosos medios internacionales, particularmente en el sitio web en español de The Cato Institute.