ESTADOS UNIDOS: JAMES TALENT

China: Estados Unidos debería liderar con poderío y cometido

Hace poco, escribía acerca de la escalada militar sin precedentes de la China y de las razones de la misma.

07 de Enero de 2014
Hace poco, escribía (en http://www.nationalreview.com/article/365519/equilibrium-east-asia-jim-talent) acerca de la escalada militar sin precedentes de China y de las razones de la misma. Los líderes comunistas chinos están llevando a cabo una política “coercitiva aunque estática”, que consiste básicamente en amedrentar a los países pequeños de la región con la amenaza de un conflicto armado, mientras que desarrolla rápidamente los medios para negarle a Estados Unidos el acceso militar a los mares de la China Oriental y Meridional, que es la clave del éxito tal y como ellos mismos lo han definido.
 
La pregunta es, ¿qué debería hacer ahora Estados Unidos? La política de “rebalance” de la Administración Obama es una respuesta razonable pero, precisamente, el problema es que esto es, simplemente, una respuesta; durante los tres últimos años, Estados Unidos ha estado reaccionando de manera táctica a los movimientos chinos en vez de buscar su propia estrategia de forma sistemática.
 
Como he dicho antes, China ha sido transparente, al menos en el sentido más amplio del término, en cuanto a lo que quiere y a lo que está dispuesta a hacer para conseguirlo. Por tanto, debería ser posible que Estados Unidos definiera, desarrollara y ejecutara una estrategia para proteger nuestros intereses.
 
El primer paso, como siempre, es la claridad acerca de nuestros objetivos. Estados Unidos tiene tres intereses nacionales vitales en el Pacífico Occidental: la libertad comercial y de tránsito tanto en el mar como en el espacio aéreo internacional; el cumplimiento de las obligaciones impuestas por los tratados y los tradicionales compromisos con Japón, Corea del Sur, Taiwán, Australia y Filipinas; y la resolución pacífica de las disputas sobre el territorio pendientes mediante la negociación o el arbitrio según las reglas internacionales.
 
Estados Unidos debería desarrollar una estrategia para proteger estos intereses nacionales básicos, utilizando los medios que supongan el mínimo riesgo de un conflicto armado con China. Eso exigirá reforzar nuestras actuales alianzas, buscar nuevos socios y tomar parte en una diplomacia que se muestre firme a lo largo del tiempo y que suponga un costo para las provocadoras acciones chinas (como la nueva zona de identificación aérea sobre el mar de la China Oriental).

El objetivo debería ser conservar algo lo más cercano posible a un status quo pacífico, si es necesario durante décadas, hasta que las contradicciones internas del actual modelo de capitalismo autoritario de la República Popular China crezcan hasta el punto de que el partido comunista chino se vea, o bien arrinconado por la agitación civil, o bien obligado a avanzar hacia la democracia.
 
Hay bastantes posibilidades de que dicha política pueda tener éxito. Pero no lo tendrá si no existe un cometido to respaldado por el poder militar. Estados Unidos debe mantener una firme presencia militar en el Pacífico Occidental, capaz de derrotar la estrategia de China de denegar el acceso a dicha región a las fuerzas estadounidenses en el caso de una confrontación. Nuestros aliados nos ayudarán (su respuesta a las tácticas de China ha sido una de las escasas novedades realmente alentadoras de los últimos años), pero no se puede esperar que continúen manteniéndose firmes si el balance de poder se sigue inclinando hacia el lado de China.
 
Aquí, presentamos una lista parcial de lo que Estados Unidos podría hacer a corto plazo, a criterio de igualar ese balance:
 
· Empezar por la adquisición de tres submarinos de la clase Virginia cada año en vez de dos. La industria militar puede hacerlo y la clase de submarinos Virginia es la plataforma naval más mortífera de que disponemos en forma inmediata. Aumentar las compras y destinar más submarinos a Guam o Australia enviaría un firme mensaje a los líderes chinos.
· Fortalecer nuestra infraestructura en el Pacífico. Eso reduciría los costos que China pudiere ocasionar si optase por una escalada en caso de conflicto, lo cual vuelve menos probable esa escalada.
·Desarrollar los misiles crucero antibuque de largo alcance con base en tierra (los chinos los están desarrollando en este momento), emplazarlos en los estrechos estratégicos y enseñar a nuestros aliados a cómo utilizarlos. Eso incrementará los costos de China en caso de escalada de un conflicto, lo que, una vez más, hará menos probable dicha escalada.
·Desarrollar y desplegar vehículos submarinos no tripulados (UUVS). Estos serían de gran utilidad para los servicios de inteligencia y vigilancia y ayudarían a contrarrestar el aumento del poderío militar chino en las áreas de despliegue.
· Considerar la construcción de una línea de pequeñas corbetas lanzamisiles de bajo costo. La totalidad de la estrategia china se basa en amenazar a nuestra Armada con misiles antibuque. Defender nuestra flota frente a tales ataques sería una ardua tarea, por tanto, amenazar a la Armada de China con nuestros misiles antibuque es más sencillo y haría que su estrategia se volviese contra ellos.
 
El paso más importante a muy largo plazo es encargar al Departamento de Defensa el desarrollo de un verdadero plan de defensa para Estados Unidos y sus aliados e intereses en el Pacífico. Eso requerirá, antes que cualquier otra cosa, una planificación de la defensa dirigida por la estrategia en vez de por los presupuestos, lo que implica decidir qué gastar en las fuerzas armadas de Estados Unidos basándose en lo que es necesario para defender a Estados Unidos.
La última que eso sucedió fue en la primavera de 2010, cuando el secretario de Defensa Bob Gates, que comprendía el peligro de la escalada militar china, remitió un presupuesto que aumentaba el gasto en defensa de forma gradual a lo largo del resto de la década. Un mes o dos después, el presidente Barack Obama propuso recortar sus propios presupuestos en 400,000 millones de dólares y, poco después, el Congreso acordó dos rondas de recortes que reducirían el escenario base de aquel momento en un billón de dólares a lo largo de diez años. El resultado es que, ahora, el gobierno tiene previsto gastar, en dólares constantes, más de $200,000 millones menos en defensa en 2020 de lo que el secretario Gates pensaba que sería necesario.
 
El reciente acuerdo presupuestario no cambió nada en este aspecto. Sólo le ha concedido al Departamento una pequeña cantidad de dinero para los dos próximos años con el que abordar los peores aspectos de la crisis que los recortes han causado en nuestra preparación militar. Probablemente, en el futuro habrá más parches para nuestra preparación militar; el gobierno gastará dinero (mucho más dinero del que habría sido necesario si la preparación no se hubiera deteriorado previamente) con el fin de evitar las consecuencias más embarazosas para la opinión pública provocadas por las decisiones tomadas durante los tres últimos años.
 
No se están exagerando las consecuencias de estas decisiones. Se tomaron sin análisis alguno de su impacto en la seguridad nacional de Estados Unidos. No existe duda de que han contribuido a la mentalidad agresiva de los líderes chinos y a la crisis de confianza entre nuestros aliados. A un nivel básico, la política de defensa es política exterior. A menos que Estados Unidos tenga unos cimientos adecuadamente asentados en el “poder duro”, desarrollado con resolución y mantenido a lo largo del tiempo, ningún otro país (y China evidentemente no, ya que este país sí tiene una verdadera estrategia y está desarrollando los medios para lograrlo) dará crédito ni a nuestras promesas ni a nuestras amenazas.
 
Nadie debería engañarse en cuanto a la dificultad o el costo del empeño que será necesario para proteger los intereses de Estados Unidos en el Pacífico. Los chinos se están convirtiendo, si no lo son ya, un competidor militar al mismo nivel de Estados Unidos, al menos en la región del mundo por la que más se preocupan. Precisamente ahora, el “rebalance” de la Administración Obama está convirtiendo a Estados Unidos en un obstáculo para las ambiciones de China en aquella región, pero éste carece del poderío y el cometido estratégico necesarios para canalizar esas ambiciones hacia la paz. En otras palabras, Estados Unidos está haciendo lo suficiente para provocar a China, pero no lo suficiente para disuadirla.
 
La última vez que nos enfrentamos al auge de un poder hegemónico en Asia, a finales de la década de 1930, hicimos lo mismo. Aquello no terminó bien y es probable que esto tampoco termine bien, a menos que quienes tienen autoridad para decidir en Washington se enfrenten a la realidad y lo hagan pronto.
 

* El presente artículo fue publicado originalmente en la web National Review Online, en el enlace: http://www.nationalreview.com/corner/366816/power-and-purpose-jim-talent
 
 
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