INTERNACIONALES: HANA FISCHER

¿Qué está pasando en Chile?

Chile tiene admirado a todo el mundo, a raíz de lo bien que está haciendo las cosas. Hacia la década de 1970, ese país transitaba por los mismos senderos que recorrían por ese entonces las demás naciones sudamericanas.

16 de Diciembre de 2013
Chile tiene admirado a todo el mundo, a raíz de lo bien que está haciendo las cosas. Hacia la década de 1970, ese país transitaba por los mismos senderos que recorrían por ese entonces las demás naciones sudamericanas. Sin embargo, fue en esa década que —orientados por los “Chicago Boys”— sus gobernantes dieron un cambio brusco de timón. Sus principales medidas de índole económica consistieron en disminuir el gasto estatal, reducir el tamaño del estado y realizar un control estricto en el manejo de los dineros públicos. Además, destrabaron sus mercados, se abrieron al mundo, e hicieron reformas trascendentales como, por ejemplo, la que hace a la seguridad social.
 
Si bien es cierto que la mayor parte de esas disposiciones fueron tomadas durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), no es menos cierto que, desde esas medidas, las condiciones socioeconómicas de Chile mejoraron notablemente. A pesar de ello, las restricciones a los derechos individuales hacían que la situación no fuera del todo recomendable. Así lo sintieron los chilenos, y por eso dieron los pasos necesarios para transitar en forma pacífica hacia la democracia. Objetivo que lograron en 1989, cuando se realizaron elecciones libres.
 
Los gobernantes democráticos tuvieron el buen sentido de continuar la línea económica que se venía aplicando, y que tan buenos resultados estaba dando. En rigor, podría decirse que la suma de democracia más libertad económica, fue lo que produjo el “milagro” chileno. Fue recién a partir de la década de 1990 cuando se redujeron la pobreza e indigencia en forma pronunciada. También fue a partir de esa década que los diferentes gobernantes chilenos, mayoritariamente de orientación centroizquierda, firmaron una infinidad de tratados de libre comercio con otros bloques en el globo. El resultado fue, que Chile prosperó y se encaminó resueltamente a ser un país desarrollado.
 
Los datos hablan por sí solos:
 
En el período que va desde 1950 hasta 1975, Chile fue campeón mundial en la destrucción del papel moneda. El porcentaje de descenso del poder adquisitivo fue de 99%. El aumento del coste de la vida fue de 11.318.874%.
 
En la década de 1980 —según cifras del Banco Mundial—, el porcentaje de pobres rondaba el 45%. La indigencia giraba en torno al 17,6%.  La inflación se situaba entre el 20% y el 30% anual. El desempleo estaba en el orden del 13%. El crecimiento económico era de un insignificante 0,7% anual.
 
Desde la década de 1990 en adelante, la pobreza ha venido descendiendo y el nivel de vida general ascendiendo. Ambas variables lo han hecho de manera sostenida. Las cifras actuales son las siguientes: el índice de pobreza es de 15% y la indigencia se sitúa en el 3%. La inflación anual es de 3% y el desempleo se sitúa en torno al 6%. A partir de 1985, la tasa media anual de crecimiento ha sido superior al 7%, ubicándose actualmente alrededor del 5,5%. La conjunción de estos factores ha dado como resultado, que los salarios reales han venido creciendo, en promedio, entre 4% y 5% por año. En 1990, el ingreso per cápita era de $5.000; actualmente ronda los US$20.000.
 
Frente a estos resultados, que no pueden ser calificados de otro modo que sumamente beneficiosos para los chilenos, la pregunta que muchos se hacen, es: ¿Por qué razón una porción importante de los habitantes quieren cambiar este modelo, por otro que ha fracasado en todas las partes donde ha sido puesto en práctica, incluso en el propio Chile?
 
Ese talante de los chilenos se ha manifestado de diversas formas. Entre ellas podemos mencionar las protestas multitudinarias de los últimos años: las de los estudiantes, los defensores del medio ambiente, los miembros de la comunidad gay y los indígenas. Fundamentalmente, en los resultados de las recientes elecciones nacionales, donde una porción muy grande de la población se sintió atraído por las propuestas estatistas de Michelle Bachelet. La exmandataria obtuvo alrededor del 47% de los votos, en las elecciones nacionales realizadas el 17 de noviembre. No es un dato menor, que en esta ocasión se presentó en alianza con el Partido Comunista.
 
Los actuales comicios han acaparado la atención mundial. La razón es que, siendo Chile considerado desde el exterior como un ejemplo a seguir por otras naciones que procuren dejar el subdesarrollo detrás, los chilenos han manifestado su deseo mayoritario de realizar un cambio profundo en el modelo. Obviamente, esto causa perplejidad.
 
Ese apoyo aplastante a Bachelet, de por sí no sería preocupante, ya que parte de la alianza de partidos que integra la exmandataria gobernó exitosamente Chile por veinte años (1990-2010). Lo que denota un cambio muy pronunciado en las ideas de la ciudadanía, es el impresionante apoyo a sus propuestas recientes.
 
Bachelet afirma que el país se enfrenta a una “nueva etapa”. En consecuencia, hay que realizar cambios profundos en el modelo de desarrollo que se ha venido utilizando hasta el momento. Concretamente, ofreció iniciar un proceso mediante el cual en seis años, el Estado brinde una educación universitaria gratuita y de calidad. Asimismo, prometió acabar en forma progresiva con el sistema de copago en establecimientos escolares subvencionados por el Estado. Simultáneamente, propuso realizar una reforma fiscal para que paguen más las grandes empresas y se reduzcan los impuestos personales. También se mostró partidaria de redactar una nueva constitución que sustituya a la de 1980.
 
Frente a ese contexto, muchos observadores internacionales se preguntan: ¿qué está pasando en Chile?
 
Una de las posibles respuestas podría ser, que ese estado de ánimo está muy relacionado con las protestas callejeras mencionadas. Frente a esa hipótesis, podría apuntarse que, en rigor, tales demostraciones públicas no son una causa, sino la manifestación visible de móviles más complejos. Entre ellos, podría citarse cierto estado de frustración en amplias capas de la sociedad.
 
Por otra parte, se ve a la izquierda radical trabajando activamente para sembrar ideas y captar agentes útiles para su proyecto mundial. No es casualidad que la mayoría de los dirigentes estudiantiles pertenezcan al Partido Comunista. En igual sentido, se teme que muchas de las agitaciones indigenistas se encuentren fogoneadas desde el ALBA. Desde la época de la ex URSS, la táctica ha sido “sembrar agentes” funcionales a su proyecto político. En las propias directivas emanadas de la ex “Comintern” (“Internacional Comunista” o “III Internacional”), se especificaba que los agentes de agitación en los diferentes países “a conquistar”, o sea, los “revolucionarios profesionales”, debían ser 'jóvenes, decididos y ciegamente devotos a la causa'.
 
Sin embargo, el “comunismo” de estos grupos de presión, parece limitarse a querer que otros paguen por los servicios —en este caso la educación universitaria— que ellos usufructuarán. No hemos visto que hayan ofrecido a cambio ninguna contrapartida “social” por parte de ellos. Pretenden que “otros” paguen por la educación que obtienen, pero que los honorarios que cobren una vez recibidos les pertenezcan solo a ellos. Subsiste una cuestión moral que pocos parecen tomar en cuenta. Lo que sus demandas traslucen, es este pensamiento: “lo tuyo es mío, y lo mío es mío”.
 
En general, los chilenos no parecen rechazar los beneficios que el capitalismo les ha traído. Llenan los centros comerciales, compran autos de marca, disfrutan de mayores comodidades en sus casas, y viajan con regularidad al exterior. Sin embargo, parecen menos predispuestos a la conducta que hace moralmente legítimo obsequiarse ese estándar de vida: el trabajo duro, el espíritu emprendedor y el ahorro. Persiguen esos bienes y servicios sin esforzarse demasiado para obtenerlos. Y el canto de sirenas de individuos con una agenda interesada los conduce hacia el estatismo.
 
Otra respuesta podría ser que Chile ha caído en lo que se denomina “la trampa de la países de ingreso medio”. Samuel Huntington en su ensayo “El orden político en las sociedades de cambio”, opina que el auge de los movimientos sociales y la inestabilidad política en los países en vías de desarrollo, se originan en el surgimiento de masivas clases medias, con acceso a la educación y muy conscientes de sus derechos. Se producen esos sacudones sociales cuando las instituciones políticas no han evolucionado lo suficientemente rápido como para colmar las expectativas de una nueva clase media empoderada.
 
Probablemente, la respuesta para la interrogante antes planteada pueda rastrearse en una combinatoria de las hipótesis descriptas.
 
Finalmente, no debe perderse de vista que más de la mitad de los ciudadanos se abstuvieron de votar. Eso podría interpretarse como un signo, de que se muestran cómodos con el estado actual de las cosas. Cuando la ciudadanía siente la imperiosa necesidad de cambiar el “modelo”, votará masivamente. Este es un signo alentador.
 
Por el bien de los chilenos y su bienestar futuro, deseamos que tanto los gobernantes electos como los habitantes recobren el buen juicio. No sea que les suceda como a la Argentina que, aún encontrándose a un paso de ser un país desarrollado, sus élites y su gente prefirieron optar por el camino contario.

Si los chilenos se preguntasen por el destino de la vía que tanto parecen desear, no tienen más que mirarse en el espejo argentino...