Senderos ignífugos: Cristina o el caos
A poco de dar inicio la cuenta regresiva hacia a las elecciones generales de octubre, la Argentina muta en un escenario de resultados predecibles...
A poco de dar inicio la cuenta regresiva hacia a las elecciones generales de octubre, la Argentina muta en un escenario de resultados predecibles. Prerrogativa que trasciende, por lejos, a las cifras que puedan compartir los comicios.
Con inenarrables rigor y cadencia, la Presidente de la Nación permite adelantar lo que será su estrategia de cara a los próximos meses, fundamentalmente binaria. Tal es así que ha aprovechado las últimas presentaciones públicas y respectivas cadenas nacionales para requerir la ayuda de su cada vez más estrecho círculo de aliados (la alusión a los "trapos"), eludir responsabilidades propias (ella debe "poner la cara" ante desastres sobre los que estima no observar competencia alguna) y hasta para refritar la estropeada argucia de la victimización (citando conspiraciones que -en su óptica mezquina- parten en oleadas desde la Corte Suprema, la inexistente oposición o los medios). En el proceso, la aguda limitación intelectual de la jefe de estado exige que el espectro de pensadores militantes de Carta Abierta formule los alcances prácticos de las confabulaciones antigobierno: próximamente, Forster y su funesta compañía se verán tentados de ejemplificar que las convocatorias ciudadanas contra el chavismo en Venezuela o versus la agenda de Dilma Rousseff en la República Federativa del Brasil son parte de una suerte de vigoroso eje de objetivación "neogolpista" no exento de regentear sucursales en los circuitos judiciales, políticos, mediáticos, agropecuarios y clasemedieros del orden local. De existir, este conciliábulo ya debería ser motivo de concienzudo análisis por parte de no pocos estudiosos de la Argentina y del mundo, siendo que pareciera caracterizarse por una cohesión molecular digna de la que compartiera el Ejército Aliado durante la segunda conflagración mundial que ultimó al Tercer Reich.
En cualesquiera de los casos, si por estas horas la salud psíquica de Cristina Fernández Wilhelm es el tema de moda en cafés y la óbita política de toda la nación, las explicaciones para ello no debieran rastrearse necesariamente en campañas pergeñadas por el diabólico Héctor Magnetto y su eficiente órgano de propaganda, intitulado "Periodismo Para Todos". Simplemente, habrá que retrotraerse a los gestos ampulosos de la mujer que ocupa la primera magistratura imitando a los pollos en Angola, su Danse Macabre de Rosario al ritmo de tambores el pasado Día de la Bandera, o -por qué no- su enaltecedora mención para con los beneficios de índole sexual surgidos de la ingesta de carne porcina. El comportamiento indecoroso de la mandamás de la República sin papeles, la necesidad de la embestida desesperada contra quienes no coinciden con su visión del mundo y la venganza cruel y despiadada son síntomas clínicos no solo de un agudo estado de psicopatía sino de la desesperación más acuciante.
Así las cosas, el pathos que marca el camino del psicópata o del delirante paranoide que se vislumbra acorralado lo invita permanentemente a autoeyectarse hacia adelante. Los analistas que más horas invierten en desmenuzar los postulados de la ciencia del conflicto recuerdan que el enemigo no debe ser considerado desde su fuerza creativa sino, antes bien, desde su capacidad de destrucción. Cristina Kirchner se ha convertido en esa persona: diez años después, los argentinos han terminado de notificarse de que el subsistema que su primera mandataria representa nada ha construído, y que los esfuerzos del último tiempo ni siquiera se centran en correr detrás de las circunstancias; apenas se responde a estímulos y declaraciones liberadas por la escuálida vereda de enfrente. Bajo este esquema, la Presidente no encarna otra cosa que tanatología pura. Huye hacia el futuro, pues ya nada tiene para perder.
No será extraño, pues, que -conforme voces bien informadas del reducto politiquero pertenecientes al propio FPV- se adelante que la viuda (sapiente de su destino perdidoso, y cualquiera sea el resultado de las Legislativas) acondiciona un programa de represión violenta del consumo hacia fin de año. Arquitectura que involucrará un severo e inevitable recorte de subsidios a, por ejemplo, energía y transporte, sumado al incremento de la disminución programada de aportes tendientes a amortiguar la difícil situación que atraviesan los excluídos del país (completa neutralización asistencia social). No en vano, los intendentes del conurbano bonaerense que supieron acostumbrarse a respaldar la agenda de Balcarce 50 hoy comienzan a atar su sino al del recientemente lanzado Sergio Tomás Massa. Y tampoco será casualidad que banqueros y entendidos del mundo financiero -muchos cercanos al camporista Andrés Larroque- deslicen en voz baja que los tenedores de cajas de seguridad serán forzados a tributar sobre los contenidos no explicitados hasta ahora a la AFIP de Ricardo Echegaray. Será también el patriarca de Impuestos el encargado de poner el pecho a las balas, con el objeto de elevar a un 40% el aporte forzado sobre los consumos con tarjetas de crédito en el exterior. Esta serie de prolegómenos conducirán a no pocos columnistas dominicales a autoflagelarse por haber sindicado oportunamente que CFK había renunciado a su ambición re-reelectoralista, o por haber referido que la caja de la Administración seguía disponiendo de jugosos ingresos. En rigor, la Presidente de la Nación jamás ha abandonado su proyecto de perpetuación; en segundo término, la caja sí adelgaza. Y, en atención a la meta de conservar el poder -pero en reconocimiento de que los fondos se desvanecen-, Cristina presionará para que los contribuyentes y la futura clase pasiva le financien el criterio operacional necesario para movilizar la adquisición de votos que le permitan salir airosa de los comicios de octubre.
El Gobierno Nacional ya está sazonando la receta: ha montado un fabuloso operativo para obsequiarle a la ciudadanía una serie de prisioneros VIP de alto valor agregado promocional. Sucedió con Carlos Menem y con la persecución ad eternum de su ex amante María Julia Alsogaray. Proseguirá -como hoy se ve- con Alberto Kohan. Y, mientras las identidades de la antojadiza lista negra siguen tachándose, se multiplican los asesores de nivel intermedio que proponen incorporar en ese prefabricado cadalso a Daniel Osvaldo Scioli, el aliado otrora incombustible que no quiso bajarse. Rematada la faena de armado preelectoral, certero es citar que el Gobernador de Buenos Aires ya no le sirve a nadie. Ni siquiera a sus propios aliados, que terminarán por dar forma a una fuga sin precedentes de su riñón. Ergo, la tentación de ofrecerlo en sacrificio crece y -por qué no refrendarlo- los bonaerenses se muestran bien predispuestos a arrojarlo a la hoguera del olvido.
Los argentinos asistirán en octubre próximo a lo que se promociona como un simulado dilema para sus existencias. Pero, lejos de representar un revulsivo, el evento exigirá que se acerquen a las urnas solo para dirimir una interna partidaria. No podrán escapar al protagonismo central de un parto agónico, que vendrá acompañado de una concatenación intolerable de convulsiones. Apenas poco tiempo después.