INTERNACIONALES: TED GALEN CARPENTER

Corea del Norte es una responsabilidad mundial, no solo de China

El lanzamiento de un satélite y el subsiguiente ejercicio nuclear por parte de la República Democrática de Corea han aumentado considerablemente el nivel de ansiedad en EE.UU. y en sus aliados de Asia del Este.

05 de Abril de 2013

Ted Galen Carpenter es vicepresidente de Estudios de Defensa y Política Exterior del Cato Institute y autor o editor de varios libros sobre asuntos internacionales, incluyendo Bad Neighbor Policy: Washington's Futile War on Drugs in Latin America (Cato Institute, 2002).

El lanzamiento de un satélite y el subsiguiente ejercicio nuclear por parte de la República Democrática de Corea han aumentado considerablemente el nivel de ansiedad en Estados Unidos y en sus aliados de Asia del Este. Una reacción frecuente es demandar que China controle a su aliado problemático. Cada vez más personas en Occidente sostienen la opinión -que ahora es casi un consenso- de que China es clave para controlar el comportamiento de Pyongyang y para resolver la crisis causada por los programas nucleares y de misiles de Corea del Norte. Y cada vez hay más indignación de que el gobierno chino parece no estar dispuesto a utilizar su influencia de manera decisiva.   

El escritor del Washington Post David Ignatius dijo en un artículo publicado el 13 de marzo que “a lo largo de dos administraciones, la estrategia subyacente Kim Song Unde EE.UU. hacia Corea del Norte ha sido buscar la ayuda de China en contener esta fuerza desestabilizadora en el noreste de Asia”. Pero esta política “ha fracasado en gran medida, y al gobierno de EE.UU. debería estar agotándosele la paciencia. Con una consistencia deprimente, China no ha logrado asumir sus responsabilidades como un poder regional”.

La opinión que Ignatius expresó no es ni rara ni reciente. Un editorial de diciembre de 2013 en el periódico conservador Investors Business Daily urgía a la Administración Obama a "dejar a un lado las palabras vacías y empiece a avergonzar a China, cuyas acciones están haciendo que la ONU sea buena para nada frente a una amenaza nuclear que está avanzando rápidamente”. Hace más de una década, Thomas Friedman, columnista del New York Times, afirmó que Pekín podía acabar con la crisis nuclear norcoreana con una llamada telefónica en la que amenazara eliminar la ayuda externa, y que a él le parecía sumamente sospechoso que los funcionarios chinos no estén dispuestos a hacer esa llamada.

Tales opiniones sobrevaloran hasta qué punto puede llegar la influencia de Pekín y muchas veces parecen diseñadas para hacer de China un chivo expiatorio conveniente para la comunidad internacional, que ha sido incapaz de acabar con las aspiraciones nucleares de Pyongyang. Es cierto que China es uno de los pocos aliados de Corea del Norte y que es de largo su aliado más grande e importante. Desde fines de la década de 1940, intereses estratégicos mutuos y factores ideológicos han fortalecido esa alianza. Hoy, China también provee a Corea del Norte con gran parte de los alimentos y energía que requiere

Tanto la historia de la alianza como la actual relación económica implican que Pekín tiene más influencia sobre Pyongyang que cualquier otro país. Pero eso no significa que sea capaz de darle ordenes al gobierno norcoreano. El régimen de Kim Jong-un tiene sus propios intereses, políticas y prioridades. Aunque seguramente escucha a su aliado chino y considera las opiniones de Pekín, las decisiones las toma por cuenta propia.

De hecho, en varias ocasiones Pyongyang ha actuado en contra de los deseos del gobierno chino. En las semanas previas al último ejercicio nuclear norcoreano, Pekín le pidió a su aliado no dar un paso así de perturbador y provocador. El gobierno de Kim ignoró ese consejo y siguió adelante con su ejercicio.

El gobierno chino varias veces le ha dado señales al gobierno norcoreano de que está preocupado por las acciones desestabilizadoras relacionadas al asunto de los misiles y las armas nucleares. Pekín ha exhortado a Pyongyang para que se comporte de una forma más constructiva y responsable, y China votó a favor de las sanciones más recientes en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Aquellos en Occidente que demandan que China controle el comportamiento de Corea del Norte sobrevaloran la influencia de China y subestiman las potenciales consecuencias adversas si Pekín adoptara medidas más coercitivas. Lejos de cortar toda la asistencia en alimentos y energía, cualquier sanción unilateral que Pekín pueda implementar probablemente no tendría un impacto decisivo sobre el comportamiento de Pyongyang. Corea del Norte considera a sus programas de misiles y nucleares como objetivos de alta prioridad, a los cuales probablemente no renunciará —especialmente sin importantes concesiones diplomáticas, económicas y de defensa por parte de EE.UU., Japón y la República de Corea.

Considerando esto, una decisión por parte de China de cortar toda la asistencia alimenticia y energética no solamente infligiría un sufrimiento al pueblo norcoreano, sino que también arriesgaría provocar un caos en el país. Ese desarrollo podría producir una importante crisis de refugiados para China y para la República de Corea, así como también otras consecuencias impredecibles aunque muy peligrosas para la Península de Corea. Ese resultado no le convendría ni a China ni a ningún país involucrado en lidiar con el régimen de Corea del Norte.

Seguramente, es razonable exigir a Pekín que haga un esfuerzo más concertado para prevenir que la crisis nuclear de Corea del Norte se salga de control. Pero Estados Unidos y sus aliados necesitan hacer algo más también. Durante décadas, la estrategia de Washington ha enfatizado una creciente presión y sanciones sobre el régimen de Pyongyang mientras que ofrecía poco o nulo incentivo significativo —como relaciones diplomáticas normalizadas, sanciones reducidas considerablemente, y un tratado de paz que acabe formalmente con el estado de guerra en la Península de Corea— para que tenga lugar un comportamiento más responsable y conciliador. La estrategia basada en amenazas y castigos sin incentivos no ha funcionado, y tampoco es probable que funcione en el futuro. En lugar de culpar impulsivamente a China del continuo impasse, las autoridades y los analistas estadounidenses deberían, tal vez, examinar cómo un cambio en la estrategia norteamericana podría producir mejores resultados.

Este artículo fue publicado originalmente en The China Daily (China) el 28 de marzo de 2013.

 

Ted Galen Carpenter | The Cato Institute, sitio web en español