POLITICA: MATIAS E. RUIZ

El secuestro cristinista del Papa Francisco

En dramático giro, la Casa Rosada se lanza a la captura ideológica y el aprovechamiento político del nombramiento del argentino Jorge Mario Bergoglio como papa.

20 de Marzo de 2013

A estas alturas, parece ya inapelable que las operaciones mediáticas y de intoxicación perpetradas por el círculo derechohumanista vinculado al Gobierno Nacional (Horacio Verbitsky, Estela Barnes de Carlotto, Juan Pablo Cafiero, etcétera) en perjuicio de la figura de Jorge Mario Bergoglio han caído en desgracia. La torpeza en el moméntum elegido para insertar en el Vaticano el dossier que intentó relacionar al Papa Francisco con lo peor del Proceso de Twitter, Matías E. RuizReorganización Nacional, para colmo, ha terminado por exponer que el montaje oficial ha resultado no solo desprolijo sino contraproducente. A tal punto que, sobre la marcha, la Presidente de la Nación ordenó detener cualquier iniciativa en este sentido, a sabiendas de que su proyecto de perpetuación política -que, en gran medida, se decidirá en las próximas elecciones legislativas- se vería herido de muerte, en forma prematura.

Así las cosas, Cristina Fernández Wilhelm de Kirchner optó por escenificar un planificado lavado de cara y de presentación estética, de cara a su encuentro personal con el Sumo Pontífice. El llanto inverosímil y la sobreexplotación de las sentencias de corte emocional ("Nunca me había besado un papa") ya pueden ser interpretadas como un intento desesperado para enmascarar el retroceso observado por su fidelísima militancia. Aspecto en donde el patetismo alcanzó su cúspide, con las instantáneas de Andrés "Cuervo" Larroque, Alejandro 'Pitu' Salvatierra y otros elementos camporistas posando junto a ciudadanos de bajos recursos que vivieron el nombramiento de Bergoglio al frente de la Iglesia Católica mundial como un acontecimiento fuera de serie.

En rigor, habrá que apuntar que el enfrentamiento contra la Iglesia, perpetrado por el Frente Para la Victoria y sus dignatarios de acción callejera (María José Lubertino, Hebe Pastor de Bonafini y Madres de Plaza de Mayo, y otros), comprometía la llegada y la credibilidad del núcleo oficialista a las bases electorales de bajos recursos sobre las cuales reposa la única esperanza de la Presidente para aferrarse al poder. No debe sorprender, entonces, que el desprecio anticatólico fogoneado desde Balcarce 50 (y que lleva ya casi una década en ejecución) sea llamado a cesar de súbito. En vistas de que el reciente encuentro entre el Papa y la jefe de estado brasileña Dilma Rousseff -de gran difusión entre los medios internacionales- compartiera oficialmente que Francisco visitará la República Federativa en julio del año en curso, el cristinismo no podía permitirse arriesgar a que el posible paso del heredero de Pedro por la Argentina terminara arrinconando a la militancia oficialista, posicionándola del lado del ring de las "fuerzas del Mal que combaten contra la religiosidad popular". A la postre, la cobertura mediática de millones de personas manifestándose en todo el país en medio de una visita de Su Santidad hubiese significado la rápida aniquilación del subsistema del poder (si acaso el enfrentamiento se hubiese prolongado).

Pero Cristina Kirchner es, ante todo, una pragmática. En momentos en que en la pendulante percepción ciudadana comenzaba a ganar fuerza la idea de que la Presidente de la Nación encabezaba una reverberante y diabólica camarilla de personeros capaces de arengar a una guerra definitiva y sin cuartel contra la Iglesia, la viuda optó por entregar en bandeja de plata a sus seguidores vernáculos y a sus ingenuos interlocutores con el Vaticano, antes que torpedear las pocas estrategias de que dispone para, de algún modo, sobrevivir sin pena ni gloria al proceso electoral en ciernes y que definirá su futuro.

El conglomerado verbitskiano y de pretendidos luchadores sociales que suscribe al oficialismo, finalmente, se ha visto forzado a trocar la prerrogativa de la intoxicación de la figura papal por una serie de procedimientos de infiltración retórica cuyos detalles están aún por verse.

Después de todo, así lo ha blanqueado el irreverente filósofo kirchnerista José Pablo Feinmann, interlocutor ineludible del círculo del poder que expresara -hace cuestión de horas- que Cristina se está "jugando a la expropiación de Francisco". Conjugación poco feliz de conceptos que remiten al secuestro figurado de Bergoglio, para promocionarlo ante el espectro electoral rehén del subsidio como perteneciente al cristinismo peronistoide y a la "Patria Grande" socialista.

Al cierre, habrá que computar hasta qué punto el elemento dirigencial oficialista que aún exhibe capacidades para el raciocinio termina padeciendo un potencialmente peligroso Síndrome de Estocolmo.

 

 

Matías E. Ruiz, Editor