¿Por qué nos agrede Usted?
No he visto ni oído de Usted, en los últimos nueve años, un solo discurso libre de agresiones. O de siniestros señalamientos hacia supuestos enemigos. Parejamente con eso, y acaso como hubiera correspondido, no he sabido de ninguna acción jurídica o denuncia formal que Usted haya presentado ante ningún fuero nacional, en referencia a esos hechos que son motivo de su invectiva o su reproche.
No he visto ni oído de Usted, en los últimos nueve años, un solo discurso libre de agresiones. O libre de siniestros señalamientos hacia supuestos enemigos. Parejamente con eso, y acaso como hubiera correspondido, no he sabido de ninguna acción jurídica o denuncia formal que Usted haya presentado ante ningún fuero nacional, en referencia a esos hechos que son motivo de su invectiva o su reproche.
De modo que, lo que Usted habitualmente señala debe tener, quizás, otro destino diferente que la búsqueda de justicia. No me queda otra chance que pensar y decidir que lo suyo se destina a formalizar una amenaza, un mensaje coactivo e intimidatorio, o un procedimiento de corrección disciplinante a través del liso y llano abuso del poder.
Parece alarmante el uso de su cargo sin la menor conciencia de que la jurisdicción de su autoridad envuelve a todo el poder coercitivo inmenso contenido en el Estado, sin excepción alguna. Todo el uso potencial de la fuerza. Toda la discrecionalidad unilateral y toda la energía de las órdenes que la Constitución le ha confiado a Usted para un destino diferente.
Parece alarmante que las dos obligaciones irrenunciables que surgen claramente del mandato que se le ha confiado a Usted, luzcan ahora fulminadas por sus propias palabras. Antes bien, no promueve Usted el bienestar o la unión nacional. Así como tampoco apunta a consolidar la tranquilidad social y evitar el estado de zozobra.
Me recuerda Usted al Pekín de 1989 cuando, a veces, nombra en modo agresivo a un simple particular por Cadena Nacional. O cuando señala nombres de empresas, solo para estigmatizarlas.
Me recuerda -salvando distancias- a la figura más representativa de la desproporción que ha existido, entre la magnitud imponente del Estado que comanda y el diminuto e indefenso valimiento de un ciudadano aislado de esa comunidad.
La veo a Usted convertida en aquel tanque de guerra del 5 de junio de 1989 en la Plaza Tiananmen, en Pekín. Y, parado frente a Usted, veo a un simple ciudadano -con sus mismos derechos cívicos- levantando sus manos, para que tome Usted conciencia de que debe detener esa terrible desproporción.
Estoy seguro de que, además de utilizar a la AFIP como herramienta del abuso de su autoridad, ha enviado Usted varias veces a escuchar las comunicaciones telefónicas de personas. O a apalearlas por la calle, como lo que hicieron personas de su gobierno con quien esto escribe.
Deseo decirle que no pienso admitirle una sola agresión más. Deseo decirle que voy a hacer uso de mi libertad hasta la muerte. Y que voy a impulsar -en persona- la protesta física y verbal contra su abuso de autoridad, así me cueste ello el encarcelamiento.
Y le advierto algo que ya he dicho y repito hoy:
Me parece interesante que empiece Usted a pensar o suponer que un chispazo de hartazgo en la fenomenología social argentina pendula hoy entre la mediocridad que Usted propone y la humillación a la que quiere arrastrar a la sociedad.
En el análisis sociológico, diría que no debería Usted sorprenderse porque el pueblo en general o el capitalino en particular entren en resonancia, en algún momento, como el PUENTE DE TACOMA.
Pues debe saber Usted que existen ciertos baches sorpresivos e inesperados en la mansedumbre social, que más tienen que ver con el contagio del arrojo metafísico... que con el sentimiento de Patria.
Y debe saber, además, que es falso que cualquier chispazo o vórtice de la efervescencia social sea siempre encendido por agitadores. Pues la mayoría de los fenómenos colectivos del hartazgo son autónomos.
De hecho, es improcedente y ectópico estigmatizar la efervescencia social como antidemocrática. Y mucho más lo es en los regímenes totalitarios. Por cuanto la legitimidad de un tipo harto como yo es tan inobjetable, que de ninguna boca saldría la palabra "golpismo" frente a una turbamulta enojada -y aún desbordada- por la instauración de una monarquía absolutista que arrastra a la sociedad hacia el peor de los sumideros morales.
Cada minuto que pasa, aparece en el aire algo nuevo que flota como hartazgo... en pulsiones a las que un monarca sólo podría oponer teorías conspirativas.
¿Por qué rayos tenemos que soportar que nos agreda? ¿Por qué tenemos que oír su admonición ordinaria en Cadena? ¿Por qué miente desde el pináculo en un discurso eticista siendo que Usted, junto a una recua de sus ministros, han robado dinero en modo tan evidente que hay que hacer un esfuerzo para no darse cuenta? ¿Por qué tengo que cumplir una sola orden suya fuera de la ley?
Su entendimiento con el poder es un mañoso enfoque cualitativo de la vida y de la muerte que, en su práctica, agravia los tuétanos del lenguaje escrito en su mandato constitucional.
El Estado como concepto, devenido de una asociación política es tal, sólo cuando su existencia real y la validez de sus leyes están continuamente garantizadas dentro de un territorio determinado. El Estado en sus manos no es de su propiedad y, en tanto y en cuanto reivindique con éxito el monopolio del uso de la violencia y el de la coerción directa contra un ciudadano, resulta lisa y llanamente un delito de acción pública que profana las leyes y reglamentaciones de las que ha nacido.
Usted ignora que, en suma, el poder político no es para nada un “absoluto” conceptual, sino una relación entre las personas. Y una posibilidad de acción. Se trata de una capacidad (no de un acto) sobre las personas.
Dicho mejor: lo sabe, pero parece que prefiere cometer -con un fin obvio- el delito de “no hacer lo que debe por mandato constitucional”, simplemente porque ha subordinado Usted el plexo íntegro de la reglamentación nacional a su propia ideología.
La contaminación y el degeneramiento del poder devenido en política de facciones han sido derramados prolijamente desde su despacho, para que nadie se pueda librar de ser un faccioso por oponerse. Pues, en esas condiciones, sepa que he de ser el peor faccioso.
Se puede ver claramente en todos los decretos y en todas las leyes que Usted ha remitido al Congreso -desde la Seguridad Pública hasta la Educación- que le importa a Usted un bledo el bien común.
¿Por qué nos agrede Usted?
Si Usted vació al Estado Nacional de sus instituciones y nos quiere presentar el sistema democrático envuelto en una toga negra que enmascara un formato de discrecionalidad, pues me considero -desde ahora- fuera del sistema democrático y no puedo ocultar, en mi repugnancia...
... que no tengo el menor respeto por Usted.
Lic. Gustavo Adolfo Bunse | El Ojo Digital Política
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