POLITICA: MATIAS E. RUIZ

Perception Management y culpabilidad por asociación

Reflexiones en torno de la más reciente Cadena Nacional, espacio otrora aprovechado por la Presidente de la Nación para la autorreferencia proselitista, y ahora explotado desde la herramienta del ataque personal y la agitación del "archivo".

10 de Agosto de 2012

Cristina Elisabet Fernández Wilhelm -Viuda de Kirchner- le ha obsequiado un respiro a la ciudadanía: el aprovechamiento de la Cadena Nacional ha dejado ya de enfocarse en reinauguraciones de obras públicas consabidamente incompletas, para pasar a lo que verdaderamente le interesa a la Casa Rosada, esto es, la eliminación selectiva de sus declarados enemigos mediáticos.

Twitter, Matías E. RuizQue la prensa constituye la última frontera frente al atropello y la avaricia corporizados en el poder del Estado no es novedad. Para peor, la primera mandataria así lo ha entendido. Así, pues, ¿qué representaba la nueva Ley de Medios oficialista, sino el blanqueo y la anticipación de esta prerrogativa? Corroborando su condición de estratega (para el bien, o para el mal, ello aquí no interesa), la Presidente procede de lo general hacia lo particular. Configura el marco global (la idea) y luego actúa en el terreno, ejecutando a todo aquel sobre el cual posa su mira. Antes, le tocó a Jorge Toselli, hombre del real estate local. Ahora, Cristina ha vuelto a enfocarse en su oponente predilecto, el Grupo Clarín. Y desde luego que la elección del columnista Marcelo Bonelli no observa la menor casualidad: el citado periodista profesional venía -desde hacía tiempo- reordenando fuentes y compilando material potencialmente perturbador para el Gobierno Nacional. Dinamitando efectos sorpresa y adelantándose a un cúmulo puntual de procederes tácticos emanados de Balcarce 50. El problema de Bonelli -no le caben culpas, pues de esto se trata su trabajo- puede rastrearse en su manera de explayarse sobre hechos que la opinión pública no debía conocer ni comprender. Atrevimientos que el poder no sabe tolerar, ni mucho menos, olvidar.

Es que el repaso de las tribulaciones acusadas por Miguel Gallucio sobre las que echara luz el hombre del ciclo de TN A Dos Voces molestó. Y mucho. La estrategia presidencial así lo ha confirmado; de otro modo, las revelaciones de Bonelli jamás hubieran llegado a ser iluminadas por los flamígeros spots de la Cadena Nacional. Acaso en el moméntum más sensible para el pretendido Chief Executive Officer de YPF, las filtraciones relativas a su bronca y sus reiterados intentos de renuncia solo lograron remitir al basurero cualquier intento por conseguir fondos en el exterior para la compañía. Y es hora de decirlo sin tapujos: Miguel Gallucio exhibe hoy la credibilidad del Senador Aníbal Fernández; nadie puede ya esperar del CEO petrolero promesas creíbles. Los hombres de negocios -particularmente en el rubro bajo análisis- se manejan con reglas, números y expectativas, y Gallucio ya no está en condiciones de brindárselos. Finalmente, su tarea ha sido ultimada por un golpe de gracia, bastante antes de comenzar.

Peor aún: el ingeniero todavía no se ha notificado de la nueva mácula que acaba de inscribirse en su currículo. Al mostrarse en Cadena Nacional junto a la Presidente en momentos en que ésta concentraba su furia contra el periodismo, Gallucio comienza a ser percibido como un garante de tales ataques. Se trata, en rigor, de una consecuencia que políticos y empresarios allegados al poder no terminan de asimilar: los perjuicios que conlleva la culpabilidad por asociación. Un terreno pantanoso del que hoy es difícil salir para, por ejemplo, Felipe Solá, Alberto Fernández y otros, en virtud de su comprobada sociedad con el kirchnerismo y sus más deleznables metodologías en el pasado reciente. A fin de cuentas, lo único que observa valor atendible es la relación mental que la opinión pública construye en base a su propia interpretación de las noticias. Primero, está el perception management. Y después, también. No debería extrañar que ya hay quienes sugieren intercambiar la "inmolación a lo Bonzo" por una nueva expresión urbana: el "incendio a lo Gallucio".

De tal suerte que tal máxima es de válida aplicación en otras esferas. Será inconducente, pues, diferenciar entre la labor judicial de magistrados tales como Ricardo Lorenzetti, Elena Highton de Nolasco o Eugenio Zaffaroni y la que caracteriza a Norberto Oyarbide. La administración de justicia en la Argentina es percibida como una entidad indivisible: cualquier distinción entre lo ejecutado en forma aislada por cada uno de sus elementos conduce a apreciaciones insanablemente subjetivas. Y está claro que no pertenece a la discrecionalidad ciudadana el llevar adelante purgas en los ámbitos circunscriptos a la órbita de los Poderes del Estado Nacional. Tal iniciativa, en todo caso, debe partir de los colegios de abogados.

Abundan los ejemplos. Para el caso en que cupieren dudas, baste con consultar a la opinión pública frente a cuáles funcionarios sindica como responsables de los descarrilamientos de formaciones ferroviarias y la tragedia del Sarmiento. Imposible sería separar las identidades de Julio De Vido, Juan Pablo Schiavi y, ahora, Florencio Randazzo, de aquellos escenarios y sus reportadas consecuencias. Otro tanto sucede con la economía y la incidencia de la inflación (Guillermo Moreno), la ominosa persecución por la vía de la recaudación de impuestos y el control cambiario (Ricardo Echegaray, AFIP), etcétera.

Las conclusiones terminan por conducir a lo que se presenta obvio. La Presidente de la Nación no es ajena a las interpretaciones y conjeturas que la expresión ciudadana pueda confeccionar de cara al manejo de la res pública. En este sentido, ella ordena ejecutar, pero jamás ejecuta. Salvo por aquel único desliz en que se vio obligada a dar marcha atrás con el repliegue de las fuerzas de Gendarmería Nacional en las provincias (pues fue notificada de que era pasible de responsabilidad penal), comprende que resulta prioritario descargar responsabilidades sobre sus sumisos dignatarios, para consolidar la propia supervivencia. Se trata de maniobras que van mucho más allá de lo que determina el organigrama y -difícil rebatirlo- Cristina sabe que sus albaceas no podrán recurrir a la "obediencia debida". Porque, sencillamente, sería el colmo.

Bien vale la pena ilustrarlo: todo primer mandatario necesitará -eventualmente- cubrirse las espaldas. Siempre hará falta una "María Julia".

O varias.
 


Matías E. Ruiz, Editor
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