Los Juegos Olímpicos, libres de mitos
Las preparaciones para los juegos olímpicos de Londres no transcurrieron sin controversia. El gasto excesivo —más de 100% sobre lo presupuestado— harán de estos los juegos más costosos, y por mucho.
Ilya Shapiro es Académico Titular del Cato Institute, especializado en estudios constitucionales.
Las preparaciones para los juegos olímpicos de Londres no transcurrieron sin controversia. El gasto excesivo —más de 100% sobre lo presupuestado— harán de estos los juegos más costosos, y por mucho. Los propietarios del Este de Londres, donde vive gran parte de la clase trabajadora, reescribieron los contratos de arrendamiento de sus apartamentos para que estos estuvieran disponibles para los turistas llenos de dinero. Además, el logo es una mezcla incomprensible de formas irregulares.
El Comité Olímpico Internacional también ha recibido críticas por negarse a conmemorar el aniversario No. 40 del asesinato por parte de jihadistas palestinos de 11 atletas y entrenadores israelíes en los Juegos de Munich de 1972. Al otro lado del charco, Washington experimentó un raro momento de bipartidismo cuando políticos de ambos partidos se indignaron porque el uniforme olímpico fuese hecho en China. "Creo que deberían tomar todos los uniformes, ponerlos en un gran montón y quemarlos", dijo el líder de la mayoría del senado, Harry Reid, aparentemente no animado todavía por el espíritu olímpico.
En términos más generales, los medios de comunicación nos recuerdan como el comercialismo y la amenaza del terrorismo han echado a perder el principal evento deportivo mundial. Los columnistas lamentan el fin de una era más pura, cuando los médicos entrenaban en su tiempo libre —la película Chariots of Fire está gozando de un resurgimiento— y la competencia se trataba de algo más que de contratos de patrocinio. Estos malos augurios habitualmente predicen el ocaso de los Juegos Olímpicos a medida de que la sociedad moderna hace estragos en las tradiciones sacrosantas de los antiguos.
Pero esta idea de que los juegos deben promover un mundo más amable y suave refleja una narrativa sentimental de la historia. Desde el final de la Guerra Fría, los Juegos Olímpicos se han librado de las corrosivas cadenas de la ideología para volver a los valores de los juegos originales, entre los cuales estaba el dominio de lo personal sobre lo nacional, lo económico sobre lo político, y lo deportivo sobre las preocupaciones de mayor envergadura de los estados.
La visión generalizada de los Juegos Olímpicos griegos como un momento mágico que reúne a deportistas aficionados en nombre de la paz y la hermandad es un remanente del romanticismo del siglo XIX que ha sido institucionalizado por los aristócratas, como el fundador de los juegos modernos, Pierre de Coubertin. Adolf Hitler, que organizó los Juegos de Berlín de 1936 como un legado al pueblo alemán, fue impulsado por una visión similar del nacionalismo a través de la perfección física.
La realidad antigua no podría haber sido más distinta de estas modernas ideas equivocadas, dado que los ejércitos griegos violaban constantemente la tregua olímpica, luchando incluso en el mismo santuario olímpico. Los logros individuales se valoraban mucho más que la participación y la riqueza era más importante que la ideología.
Píndaro, el poeta lírico cuyas odas nos dicen mucho de lo que sabemos sobre los primeros atletas olímpicos, escribió a la orden y con el patrocinio de atletas ricos, quienes buscaban la gloria personal más que la reivindicación de su ciudad-estado y su sistema político. El gran campeón Alcibíades utilizó su prestigio para ganar fama y riqueza, a menudo a expensas del "interés nacional".
Los Juegos Olímpicos modernos, al permitir que la política opacara los deportes, rompió con sus predecesores. Después de la tragedia de Múnich, los Juegos de Montreal de 1976 dejaron una deuda deuda que los contribuyentes de Quebec recién terminaron de pagar —deuda para la que ahora se están preparando los contribuyentes británicos— y vio la primera serie de boicots. Los Juegos Olímpicos habían perdido su significado antiguo.
A pesar de que nadie se percataba en ese momento, los Juegos de Seúl de 1988 marcaron un hito. Estos fueron los primeros juegos libres de una importante agitación política desde los juegos de Tokio en 1964. Más importante aún, constituyeron la última olimpiada durante la Guerra Fría, con la caída del Muro de Berlín un año después, seguida por la disolución del Imperio del Mal y la reunificación alemana.
El siglo XX nos hizo experimentar una agitación política casi continua, definida en su mayor parte por la bipolaridad de la Guerra Fría y el espectro de un Armagedón nuclear. Con esas pretensiones erosionadas, los juegos fueron librados para convertirse en un espectáculo deportivo nuevamente.
Bajo las condiciones actuales de la globalización —la homogeneización cultural, la interdependencia económica, el declive de la nación-estado incluso con respecto a nuestros enemigos de guerra— la competencia atlética internacional cobra una importancia cada vez mayor en el mundo en general. Al igual que con todos los eventos deportivos, los Juegos Olímpicos de las dos últimas décadas se han convertido en eventos más orientados al entretenimiento. Incluso la proliferación del burdo comercialismo es un paso positivo, pues devuelve a los Juegos Olímpicos al papel que mejor cumple: Proporcionar un foro para que los mejores atletas del mundo nos den un espectáculo a todos los demás.
Los Juegos Olímpicos de hoy nos traen a los mejores, sin importar su color, creencias, contratos, o la Cortina de Hierro. La naturaleza del "movimiento" olímpico, por su parte, ha regresado al entretenimiento, al ritual y al verdadero valor atlético de los juegos originales. Se acabó la farsa del amateurismo, ya que los atletas son nuevamente individuos, no herramientas del Estado.
La tradición conoció a la meritocracia; Coubertin conoció a Milton Friedman. Contrario a la narrativa tradicional, la relación simbiótica entre el deporte y la sociedad ha regresado a su estado original, como era en la época de los griegos antiguos.
Regresando a 2012, los diversos "escándalos" de Londres son pequeñeces en comparación al mal uso de los deportes con fines políticos durante la era de la Guerra Fría —o de forma más prosaica, en comparación con la falta de nieve en los Juegos de Invierno de Vancouver en 2010. Incluso la controversia alrededor de los uniformes fabricados en el extranjero revela una falta de comprensión del comercio internacional. Después de todo, la razón por la cual los consumidores no tienen que ser jugadores de polo para poder tener las emblemáticas prendas de Ralph Lauren —que está equipando al equipo estadounidense sin costo alguno para los contribuyentes— es porque la compañía busca reducir el costo de manufactura.
Las personas del Comité Olímpico Internacional y del congreso estadounidense venden mitos utópicos, en lugar de reconocer que los juegos no son ni más ni menos que lo mejor que el mundo del deporte puede ofrecer.
Este artículo fue publicado originalmente en The Huffington Post (EE.UU.) el 26 de julio de 2012.