Performance [auto]destituyente
En tanto se observa que la Casa Rosada se aleja del sindicalismo, el discurso de la Presidente de la Nación converge -con monótona liturgia- en acusaciones de desestabilización. El acto de Moyano en Plaza de Mayo y el error presidencial de justificar un destructivo impuesto a las Ganancias.
Finalmente, el Capo Camionero Hugo Moyano desbordó "la Plaza", cumpliendo holgadamente con la prerrogativa peronistoide de hacerse fuerte en esa calle que el Gobierno Nacional casi reconoce haber perdido. La iniciativa le fue cedida en bandeja de plata por la veterana Cristina Elisabet Fernández Wilhelm y su colorido entourage: funcionarios y ministros se ocuparon -pacientemente- de fogonear al líder sindical para que éste se saliera de la vaina. El encuentro del moyanismo en el primer espacio público del país le sirve a su jefe para, en primer término, enviar un poderoso mensaje que pudiera evitarle la prisión. En segundo orden, la estrategia persigue la meta de sumar adhesiones. Hugo Moyano es hoy percibido con simpatía por sectores sociales que otrora lo contemplaban con desdén y un bastante poco refinado menosprecio. Para colmo, la Presidente de la Nación -sin ayuda extra- se involucró de lleno en una puja en la que jamás podrá salir victoriosa: la justificación del impuesto a las Ganancias.
Moyano volvió a la carga, empuñando el ítem del "impuesto al trabajo", acaso sabiendo que su espacio haría las veces de aspiradora para cosechar adhesiones en otros gremios, incluso la izquierda. La mediatización de Ganancias -lícito es decirlo- también sirve a criterio de tentar un poco más a los espectros medios y altos de la sociedad, que son quienes más padecen esa expoliación (jugada notable de Héctor Recalde, el Ajedrecista). Así las cosas, la emocionalmente inestable Viuda de Kirchner podrá argüir que el impuesto existe "en todo el mundo", aunque ello signifique posar la mirada sobre una porción del cuadro: en las naciones del universo desarrollado donde el Estado se queda con un resquicio del salario, ese impuesto se devuelve en una amplia gama de servicios: seguridad, justicia, salud, educación, mantenimiento del espacio público. Precisamente, variables que, en la Argentina, cientos de miles de conciudadanos abonan por partida doble (pues se ven forzados a contratarlas aparte, no pudiendo depender de los servicios inexistentes de un Estado artificialmente saqueado). Desde el instante en que la propia Cristina Wilhelm decide atender sus problemas médicos en clínicas privadas, el discurso "nacional y popular" pierde fuerza, y cae por propio peso.
Con respecto a Ganancias, el punto de inflexión que por estas horas más interesa confluye en el hecho de que la defensa presidencial de la contribución ya empuja a sindicatos no afines al gobierno federal a -en virtud de que una rebaja del mismo fue declarada imposible- exigir un ruidoso incremento del salario básico, para intentar compensar el destructivo proceso inflacionario. En el ínterin, la primera mandataria argentina se ha obsequiado, gratuitamente, un culebrón de proporciones. Y lo propio ha hecho el oxidado gremialismo que viene acompañando el proceso desde 2003: imposible no referirse a Armando Cavalieri, Gerardo Martínez y otros célebres próceres. Estos buenos muchachos la tendrán muy difícil a la hora de justificar ante las bases su cercanía al poder central.
En otro -aunque no tan lejano- orden, el luto de la jefe de Estado ha transmigrado en una renovada fase de victimización. Cristina Fernández ha retomado el ímpetu de la acusación destituyente, no ya contra el Grupo Clarín, sino contra Moyano y gobernadores propios y ajenos. Ya en la tristemente célebre conferencia de prensa brindada por Julio De Vido hace una semana pudo percibirse cierta desesperación por deslindar las responsabilidades de la Nación frente a una crisis energética que -nadie duda- arribará con fuerza en el invierno: el ministro le endilgó al líder camionero amplias porciones de culpa frente a la interrupción del transporte de combustibles. Hace cuestión de horas, el vaporoso escenario de destrucción que arrojaran los eventos de Cerro Dragón derivó en la decisión presidencial de que sean, de aquí en más, los propios gobernadores de provincia quienes deban hacerse cargo de aspectos de seguridad que, en rigor, le competen al orden federal. Se supo luego que el acto de Hugo Moyano en Plaza de Mayo fue privado de la prevención más elemental, conforme instrucciones remitidas a la Ministro Nilda Garré. En igual sentido, Gendarmería Nacional ya no sería utilizada para reprimir. Y, desde Cadena Nacional, CFK aprovechó para recordarle a Daniel Osvaldo Scioli que comience a olvidarse de los aportes de la Casa Rosada para abonar salarios. Pudiera ser que, notificada de las ambiciones presidencialistas del Gobernador (sumadas a los planes ya delineados para el lanzamiento de cuasimoneda desde La Plata), la Presidente decidiera blanquear de una vez por todas su obsesión por ver al hombre consumido por las llamas del estallido social.
En el cierre -y a la luz de la contabilización de los hechos-, la atribulada viuda se acerca más al reconocimiento implícito de que no tiene la menor intención de pagar el desmadre alimentado por su propia Administración. Por eso, prefiere "compartir" -de manera inconsulta- sus errores con terceros.
En momentos en que un puñado de legisladores de la vereda opositora no dudan en plantear sospechas frente al equilibrio mental de la Presidente, tampoco faltan quienes se preguntan si acaso las adjudicaciones golpistas de su discurso no refieren a algún tipo de proyección, en lenguaje de psicoanalistas. De lo que se trata es del retorno plausible del delirio paranoide que cobrara protagonismo en las postrimerías de la pelea por la "125", y que remite a demasiadas preguntas sobre una performance presidencial autodestituyente: "Si el Modelo no les gusta, nos vamos; arréglense ustedes solos. No hemos sido comprendidos, y ustedes no quieren ser ayudados".
Esa reflexión también se nutre de los temores oficialmente no declarados de Cristina Fernández de cara a una incipiente Primavera Latinoamericana, que pareciera dar inicio con la expulsión del paraguayo Fernando Lugo. Episodio cuyo alcance y posible amplificación regional será explorada en próximas oportunidades.
Matías E. Ruiz, Editor
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