ESTADOS UNIDOS: POR MARION SMITH

Marco Rubio: el poder naval de Estados Unidos es central para su política exterior

El discurso sobre política exterior que el senador Marco Rubio (R-FL) pronunció ayer en la Brookings Institution incluyó un destacable párrafo que debería tomarse cuidadosamente en consideración...

26 de Abril de 2012

El discurso sobre política exterior que el senador Marco Rubio (R-FL) pronunció ayer en la Brookings Institution incluyó un destacable párrafo que debería tomarse cuidadosamente en consideración:

“Incluso en nuestros enfrentamientos militares, es difícil ignorar el duradero impacto de nuestra influencia en el mundo. Millones de personas han dejado de ser pobres en todo el mundo en parte porque nuestra Armada protege la libertad en los mares, posibilitando el continuamente creciente flujo de bienes entre naciones”.

Sin embargo, de vez en cuando, se nos recuerda cuán rápido podría cambiar esa situación, por ejemplo, cuando los piratas somalíes redoblan sus asaltos en el mar a los barcos que pasan por la zona; cuando Irán amenaza con cerrar el Estrecho de Ormuz, a través del cual pasa el 20% de las exportaciones de petróleo del mundo; o cuando China amenaza con un enfrentamiento militar por las rutas comerciales del Pacífico. Aunque la necesidad del poder naval para proteger los intereses de Estados Unidos ha sido evidente desde su Fundación, desatender el fortalecimiento del poder naval de Estados Unidos a día de hoy sólo puede conllevar las más funestas consecuencias.

Poderío naval de Estados UnidosEn el último número de la revista World Affairs, Seth Cropsey y Arthur Milikh ofrecen un incisivo y oportuno informe de la obra fundamental de Alfred Mahan, The Influence of Sea Power upon History (1890) (La influencia del poder marítimo en la historia) y su efecto en la estrategia americana durante el siglo XX. Señalan que como resultado del compromiso de Estados Unidos con el poder naval desde 1945, “la Armada de Estados Unidos ha creado un statu quo que ahora creemos que es lo natural y damos por sentado el orígen de este régimen liberal en las aguas”.

Pero la idea del poder naval como elemento necesario en la política exterior de Estados Unidos (fomentando una mayor libertad comercial en el exterior y la prosperidad en el interior) fue propugnada por primera vez por los Padres Fundadores de Estados Unidos. Muy en particular, George Washington, que tenía esperanzas en las bendiciones de la libertad y en que “el beneficio humanizador del comercio superaría las pérdidas de la guerra y la furia de la conquista”, tuvo cuidado de enfatizar la sensatez de la disponibilidad militar en tiempos de paz. “La agitada situación de Europa”, advirtió Washington al Congreso en 1790, “nos recuerda…la cautela con la que nos corresponde conservar estas bendiciones”. El planteamiento estratégico de Washington estaba claro – disponibilidad militar: “es mejor reducir nuestras fuerzas de ahora en adelante, gradualmente, que tener que incrementarla después de algunos desafortunados desastres”.

Según Washington, el poder naval ofensivo era vital para la política americana puesto que ayudaba a asegurar un comercio estable, que a su vez “nos asegura un posterior incremento de la respetabilidad y el crédito nacional”. Estas no eran consideraciones de seguridad difíciles y urgentes, como las que garantizarían la protección manteniéndose dentro de un estricto planteamiento de no intervención; eran las aspiraciones nacionales y los objetivos con vistas al futuro respaldados por una respetable fortaleza militar.

Las exhortaciones de Washington fueron atendidas y en 1794, el Congreso aprobó el más amplio y costoso programa del gobierno federal a la fecha: la construcción de los primeros buques de guerra de la Armada de Estados Unidos. El temprano énfasis de Estados Unidos en la fortaleza militar como condición necesaria para la paz y la prosperidad ayudó a formar una cultura estratégica que adoptó la idea del poder naval y allanó el camino para el papel de líder global de Estados Unidos en el siglo XX.

Sin embargo y por desgracia, en años recientes, la importancia de una armada en la política exterior de Estados Unidos no ha disfrutado de la atención que debería. El tan anunciado enfoque de la administración Obama sobre el teatro del Pacífico y las relaciones sino-americanas están carentes tanto de convicción como de capacidades. La ausencia de una política retóricamente firme, bien coordinada y multifacética respecto al descarriamiento chino de las prácticas económicas liberales así como sus abusos de derechos humanos se ha hecho evidente, pero es preocupante, materialmente hablando, la forma que está tomando la inadecuada estructura de defensa en medio de una ambigüedad estratégica y de amenazantes e indiscriminados recortes  presupuestarios.

Por el contrario, el gasto militar de China aumenta a un ritmo constante. Esto es especialmente preocupante cuando se toman en consideración la intimidación china en la región. Y ahora, China parece cómplice en la sustancial desestabilización de la seguridad regional; las pruebas apuntan a una continua asistencia china a las iniciativas de Corea del Norte para crear un exitoso programa de misiles de largo alcance.

Trabajar para mantener a Estados Unidos en una posición dominante en la que el país permanezca libre de las coacciones extranjeras no es belicista ni reaccionario. Se trata simplemente de gobernar responsablemente guiándose por el sentido común de que la fortaleza y la independencia naval americanas han sido y probablemente continuarán siendo, necesarias para proteger la pacífica libertad comercial. Podemos agradecer al senador Marco Rubio por poner de relieve esta realidad.

 

La versión en inglés de este artículo está en Heritage.org.

 

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Por Marion Smith, Libertad.org / The Heritage Foundation