INTERNACIONALES: POR TED GALEN CARPENTER

Por qué la República Popular China no apoya la agenda de EE. UU. en Siria e Irán

Beijing y Washington no están en la misma página sobre cómo enfrentar los conflictos internacionales. Ese problema se hizo evidente en febrero cuando China y Rusia vetaron una resolución del Comité de Seguridad de las Naciones Unidas que condenaba al régimen sirio de Bashar al-Assad y hacía un llamado a acabar inmediatamente con la violencia que convulsionaba a ese país...

18 de Abril de 2012

Beijing y Washington no están en la misma página sobre cómo enfrentar los conflictos internacionales. Ese problema se hizo evidente en febrero cuando China y Rusia vetaron una resolución del Comité de Seguridad de las Naciones Unidas que condenaba al régimen sirio de Bashar al-Assad y hacía un llamado a acabar inmediatamente con la violencia que convulsionaba a ese país. La embajadora de EE.UU. en las Naciones Unidas Susan Rice,reaccionó enérgicamente afirmando que su país estaba "asqueado" por el veto. Las acciones de China y Rusia, añadió, eran algo "vergonzoso" e "imperdonable".

Pero la disputa con respecto a Siria no ha sido la única vez durante los últimos años que EE.UU. y China han tenido opiniones muy diferentes sobre cómo manejar los regímenes problemáticos. Los responsables de las políticas en las administraciones de Bush y de Obama expresaron su frustración con la renuencia de Beijing para apoyar fuertes sanciones económicas contra Corea del Norte e Irán en respuesta a sus programas nucleares. China (y Rusia) han retrasado en varias ocasiones la aprobación de nuevas rondas de sanciones y han obligado a EE.UU. y los demás miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a aceptar versiones diluidas de las propuestas a cambio de no ejercer su derecho al veto.

Hay varias razones, algunas obvias y otras no, del por qué Beijing ha sido tan renuente a apoyar las políticas de Washington para los llamados regímenes paria. En algunos casos, los objetivos de EE.UU. chocan con importantes intereses económicos y de seguridad de China y la resistencia de Beijing es comprensible.

Asamblea de Naciones UnidasEsto es realmente cierto con respecto a los programas nucleares de Irán y Corea del Norte. Tanto Washington como Beijing preferirían a Teherán y Pyongyang fuera del club mundial de armas nucleares, pero la superposición de intereses termina, en gran medida, en este punto. EE.UU. está mucho más interesado que China en lograr este objetivo y a Washington le gustaría ver a los dos regímenes problemáticos y represivos expulsados del poder.

China, al contrario, tiene importantes relaciones con Irán y Corea del Norte. Irán es un importante proveedor de energía para la voraz economía china, un factor que ya es importante y lo será todavía más a medida de que la economía china continúe creciendo. Un Irán anti estadounidense también funciona como freno a la hegemonía de EE.UU. en el Golfo Pérsico, rico en petróleo. Los otros grandes productores de la región, como Arabia Saudita, Irak y los pequeños estados del Golfo, son todos aliados de EE.UU. o por lo menos se encuentran bajo una influencia significativa de EE.UU.

Corea del Norte es visto como un estado estratégico de mediación entre China y el resto de Asia oriental que EE.UU. y sus aliados controlan. Beijing teme que las fuertes sanciones internacionales podrían desestabilizar al Estado de Corea del Norte. Esa era una preocupación incluso cuando Kim Jong-il controlaba firmemente el país y es una preocupación aún mayor ahora que el hijo menor de Kim está nominalmente en el poder y la situación de liderazgo actual es incierta.

Si Corea del Norte explotase, las consecuencias para China serían bastante negativas. Un flujo masivo de refugiados sería casi seguro, ya que sería más fácil para los desesperados norcoreanos ir al norte a la frontera con China, que intentar atravesar la fuertemente fortificada, e irónicamente llamada zona desmilitarizada, para ingresar a Corea del Sur. Las consecuencias a largo plazo no serían beneficiosas para los intereses políticos ni de seguridad de China tampoco. El resultado probable sería una Corea unificada, democrática y estrechamente aliada a EE.UU. No solo desaparecería el estado mediador, sino que Beijing podría enfrentarse a la posibilidad de nuevas bases militares estadounidenses en su vecino del Sur.

Tales intereses tangibles de política y seguridad son importantes, pero no explican totalmente por qué Beijing se ha resistido a la oferta de Washington de fuertes medidas internacionales dirigidas a un país como Siria. Algo más sutil está en juego. Hasta cierto punto, Washington está pagando el precio por su duplicidad anterior con respecto a las medidas del Consejo de Seguridad de la ONU.

Los líderes de China y Rusia tienen todas las razones para recordar como EE.UU. y sus aliados de la OTAN explotaron y pervirtieron anteriores resoluciones del Consejo en persecución de ambiciosos objetivos de políticas occidentales. Eso creó temores de que incluso una resolución aparentemente leve sobre la violencia en Siria podría ser manipulada de forma similar. El embajador de Rusia ante la ONU, Vitaly Churkin, manifestó las preocupaciones de China como también las de su propio gobierno cuando expresó sospechas de intenciones de un "cambio de régimen" por parte de "miembros influyentes de la comunidad internacional".

Dado el historial de EE.UU. y sus aliados de la OTAN, no es un sentimiento de paranoia. Una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU de 1999, aceptada a regañadientes por Beijing y Moscú tras la guerra aérea no autorizada de la OTAN contra Serbia, allanó el camino para que Washington y las potencias europeas separaran a Kosovo de Serbia y crearan un Estado independiente. EE.UU. y sus aliados hicieron caso omiso de la disposición en la resolución que explícitamente establecía que Kosovo era todavía territorio de Serbia, aún bajo la ocupación internacional. En lo que fue una flagrante violación de esta disposición, Washington y los principales gobiernos de la OTAN ignoraron al Consejo de Seguridad y reconocieron la declaración unilateral de independencia de Kosovo en febrero de 2008.

Los representantes de China y de Rusia se opusieron con vehemencia. Creían que no solo se trataba de una acción ilegal de las potencias occidentales, sino que también fijaba un terrible precedente que podría causar dolores de cabeza a muchos países, incluyendo a China. Beijing fue especialmente sensible a las consecuencias, tomando en cuenta los asuntos de  Taiwán, del Tíbet y del movimiento secesionista  a punto de estallar en Xinjiang.

Más recientemente, Beijing y Moscú aceptaron una resolución del Consejo de Seguridad que autorizaba ataques aéreos limitados en Libia, supuestamente con el propósito de proteger a las poblaciones civiles. Sin embargo, la tinta de la resolución seguía fresca cuando EE.UU., Gran Bretaña y Francia lanzaron extensos ataques aéreos para ayudar a las fuerzas rebeldes a derrocar a Muammar Gadhafi. En otras palabras, una misión supuestamente humanitaria era solo el disfraz de una estrategia llevada a cabo por la OTAN para cambiar de régimen.

Washington debe superar su legado de engaños si espera que China coopere más en el futuro con las iniciativas multilaterales contra los regímenes problemáticos. Eso podría ser especialmente difícil en el caso de Siria, ya que Assad es el principal aliado regional de Irán y, como se ha señalado, Beijing no está dispuesto a dañar sus relaciones con un importante proveedor de energía. Pero, el alcance de la desconfianza sobre los motivos de Washington va más allá de ese problema puntual. La resistencia de China a las aparentemente nobles prescripciones políticas de EE.UU. probablemente continuará sin cesar.

Este artículo fue publicado originalmente en China-US Focus (EE.UU.) el 16 de marzo de 2012.


El autor es vicepresidente de Estudios de Defensa y Política Exterior del Cato Institute y autor o editor de varios libros sobre asuntos internacionales, incluyendo Bad Neighbor Policy: Washington's Futile War on Drugs in Latin America (Cato Institute, 2002)
 

Por Ted Galen Carpenter / The Cato Institute, web