Corrupción y cleptocracia
Uno de los misterios más grandes de la mentalidad latinoamericana es la fe cuasi-religiosa que tiene en la existencia de un Estado que es como un padre para los ciudadanos, y que es manejado por gente que es competente, proba y justa en sus decisiones. Esta visión es misteriosa porque contradice la triste experiencia que la región ha tenido desde que existe.
Manuel Hinds es ex Ministro de Finanzas de El Salvador y co-autor de Money, Markets and Sovereignty (Yale University Press, 2009).
La corrupción ha sido un azote de muchos regímenes en la región. Peor aún, últimamente varios países latinoamericanos han caído bajo un tipo de regímenes que las ciencias políticas modernas llaman cleptocracias, palabra derivada de clepto (que se refiere al robo y por asociación a los ladrones) y cracia (que se refiere al grupo que maneja un país). Estos regímenes están basados en mucha corrupción pero son mucho peores que los que sólo son corruptos.
Un regimen es cleptocrático cuando está manejado por un grupo de personas cuyo objetivo primordial es el saqueo organizado del país. De acuerdo a científicos sociales como Bruce Bueno de Mesquita, de la Universidad de Nueva York, la estrategia de los cleptócratas es la siguiente: Primero, maximizan los impuestos y el endeudamiento del país. Segundo, monopolizan los ingresos por actos de corrupción de gran volumen pagados por gente de afuera del gobierno. Nadie afuera del núcleo de la cleptocracia puede aceptar coimas grandes a menos que lo autorice dicho núcleo. Con estas dos acciones los cleptócratas optimizan su acceso a las fuentes primarias de recursos.
Tercero, los cleptócratas basan su poder no en dar beneficios al pueblo sino en comprar el apoyo de grupos y personas que están en posición de influir decisivamente en la política y en la vida institucional del país. Por eso, los cleptócratas usan fondos del Estado para pagar coimas a cambio de apoyos incondicionales de políticos, diputados, medios, periodistas, jueces y similares. Cuarto, como los gastos incurridos en corromper el sistema político entero no pueden reducirse sin que peligre el régimen, el botín de los cleptócratas sólo puede maximizarse reduciendo los gastos que benefician a la ciudadanía.
Es por eso que los regímenes cleptócratas tienden a maximizar los impuestos y el endeudamiento mientras reducen los servicios públicos, las calles se llenan de hoyos, las medicinas escasean, la educación empeora. Cada dólar reducido en los servicios públicos maximiza su botín.
Así, las cleptocracias son muy diferentes de los regímenes que sólo son corruptos. En estos, la corrupción es incidental y fluye de afuera del gobierno para comprar gente del gobierno. En el régimen cleptócrata, la corrupción es estructural y surge del gobierno mismo para comprar a personas afuera del gobierno, para que anestesien a la población y permitan que los cleptócratas se apoderen permanentemente del gobierno entero. También hay corrupción que surge de afuera del gobierno, pero ésta es controlada para que fluya hacia el núcleo de los cleptócratas, para formar parte de la masa central de la que los cleptócratas sacan sus gastos y su botín.
Una vez una sociedad permite que se instale un régimen así se generan incentivos para que cleptócratas tomen control de todos los partidos políticos y se alíen para mantener un sistema en el que se pasan el poder de unos a otros, aunque ante la sociedad se presenten como grandes enemigos ideológicos. Esto explica estas extrañas alianzas en las que partidos de una ideología ayudan al gobierno de otra ideología totalmente contraria a maximizar el botín.
La tragedia de la América Latina es que, después de dos siglos todavía no se ha dado cuenta de que este es el jueguito que los cleptócratas le hacen, y que no haya entendido que lo que necesita para liberarse de ellos no es aumentar los poderes del gobierno —que equivale a aumentárselos a los cleptócratas— sino limitar dichos poderes, para forzar a los gobiernos a maximizar el beneficio a los ciudadanos, no el botín de los cleptócratas.
Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 5 de enero de 2012.