POLITICA: POR EL LIC. GUSTAVO ADOLFO BUNSE

El secreto de la esfinge eterna

El problema no es que el jovenzuelo tenga que calzarse la banda. El problema es otro, un poco más grave: es cuánto tardará La Cámpora en destronarlo. Del peor modo.

31 de Diciembre de 2011

Como ella se encuentra casi siempre transitando escenarios de víctima, todo lo malo que haya hecho deberá quedar en el olvido.

El que se tiente con criticarla debe saber que incurrirá en crueldad.

Es una trapecista de cabriolas adivinables. Su hermetismo aparente no es más que vergüenza de su propio patetismo. No tiene nada grave, pero será más que suficiente para darle una excusa de lujo y un salvoconducto blindado para irse.

Después de ocho años en el pináculo del poder, ya ni se pone talco en las manos para balancearse. Pero no puede evitar ser aburrida.

Su circo, recién formado, ya tiene que empezar a cobrar barato. Siempre con la misma voltereta, ella termina siendo una imagen que es menos original que los enanos que se matan a cachetadas en la pista. Ellos resultan siempre mil veces más entretenidos e interesantes.

Y cada payaso, sometido, humillado y vejado a diario, se siente en la obligación de tener que salir a aclarar, a cada instante: "¡No se confundan! ¡No estoy disfrutando de esta humillación; es que la sonrisa, la tengo pintada!".

Cuando reúne en derredor de su atril a todo su grupo de incondicionales para hacer algún anuncio -incluyendo el de su operación-, no se entiende bien cómo es que no se le ha ocurrido decirles antes, que no se debe aplaudir cada cuatro palabras. Que deben dejar pasar un poco más de tiempo para mostrarle su genuflexión.

Quien algún día se atreva a no aplaudir, tiene su destino sellado.  

La ridiculez, completamente indescifrable del engendro de la  nueva ley de terrorismo podría ser observada con cristales de siete colores y, con cada uno, se habría de interpretar de diferente modo.

Porque es verdaderamente una ley ectópica, y de tal grado de esencia persecutoria, que llega al extremo de crear la hipotética y extravagante figura de ciertos seres humanos o empresas que tienen la capacidad de aterrorizar a la sociedad comprando dólares y -sólo con ello- crear muy rápido un estado de zozobra que puede hacer escorar la República. Esa gente -con esas extraordinarias capacidades- puede llegar a ser un eficaz ejército de la guerra de las galaxias. Someterían a cualquier país.

Con dos o tres grupos de esos, sin demasiado presupuesto, hemos de poder conquistar naciones enteras, ocupar territorios sin violencia y convertir a cualquier república en un andrajo... en pocas horas.

Y a partir de allí, se le podrá proponer (a los sometidos) un cogobierno, con un INDEC que les ha de resolver mágicamente los problemas de esa pobre sociedad.

La ridiculez llega a tal extremo que, quizás inspirada en algunos hechos recientes ella podría llegar a ordenar en su delirio místico y en un rapto de psicosis, que se convierta cualquier cosa en un delito gravísimo. Por ejemplo, el intento de suicidio. Aquellos que intenten suicidarse, ¿acaso serán condenados a muerte?

Que nadie se ría. Este tipo de leyes es el que inspira la iniciativa de alguien que, como ella, confunde seriamente las instituciones de la República con el protagonismo individual de una persona cualquiera.

El paquete de proyectos de ley que fue disparado con perdigones sobre la caterva de los borregos de la cámara baja, es de ella.

Es que la enorme impericia de sus iniciativas forma parte de la misma lógica de teatralización de la política, ante su impotencia.        

Un ejercicio permanente de enfatización de los símbolos por encima de las realidades que los sustentan. En un territorio, el de las identidades, que  está convirtiéndose en refugio ideal para la política, cuando ésta pierde peso.

Pero los relatos a fraguar necesitan ser reconocibles y tener un grado suficiente de verosimilitud.

Lo que padece en su tiroides es cierto, pero no reviste mayor gravedad. Y lo han aprovechado de inmediato para hacer un simple simulacro.

Todo seguirá de este triste modo: vienen tiempos de excusas.


Viene el tiempo de la víctima Premium, a la que se le debe perdonar absolutamente todo. Cualquier sátrapa político encaramado en el mando de un gobierno populista que controle los grandes poderes del Estado y que cuente con la complacencia o la resignación de los sectores políticos mutados y advenedizos, podrá lograr todo lo que se le antoje.  

Y el jovenzuelo -que ni siquiera supo ser ministro de nada- ha de poder manotear el bastón... apenas ella exhale el primer suspiro.

Todo el espectro de posibilidades que tienen es seguir aparentando que la van a cuidar a ella como si se tratase de una esfinge eterna del desierto.

Discutirán si son un poco más o un poco menos corruptos para seguir por cualquier camino que sea.

No se tratará, para ellos, de dejar de serlo o no.


Por el Lic. Gustavo A. Bunse, para El Ojo Digital Política
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Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse, para El Ojo Digital Política