POLITICA: POR EL LIC. GUSTAVO ADOLFO BUNSE

Perros Golden Retriever en el Congreso

Quien está pensando en comprar dólares... es un terrorista de intención. Quien intente comprar dólares... es un terrorista en grado de tentativa. Quien sea sorprendido luego de la compra... es terrorista consumado.

20 de Diciembre de 2011

Probablemente, lo más gracioso y lo más significativo en este contexto sea que ni en la Constitución ni en el plexo de las leyes de la Nación está prohibido comprar dólares (Artículo 19 de la Carta Magna: "Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohibe").  
 
Quien esto escribe se encuentra hoy en perfectas condiciones de advertir a todas las autoridades nacionales y a todos los perros Golden Retriever que andan olfateando dólares por doquier que la enorme mayoría del pueblo argentino está plenamente incursa en este nuevo "modelo" de terrorismo.

Incluso, sin dudas, la mayoría de los funcionarios y legisladores que han impulsado el diseño de este insólito instrumento de control -que desenterró nuestra monarquía de los libros del siglo XVIII- son neoterroristas que, en el primer minuto que alguien se distraiga, van a correr a cambiar sus pesos por dólares.

Por lo dicho, mi consejo, es no soltar ni un solo can Golden Retriever en el parlamento, por cuanto es seguro que el 95% de los señores que hay allí dentro puedan terminar con sus bolsillos mordidos y rasgados.
      
Terrorismo





En el siglo XVIII (septiembre de 1793), el llamado Comité de Salvación Pública instauró en Francia "el terror", y resultó tan inútil y sangriento aquel período, que duró tan solo nueve meses y terminó con todos los guillotinadores... guillotinados.

Las sorpresas que continúa brindándonos este engendro de dirigistas los hace mostrar una faceta que promete superar holgadamente la tiranía de Calvino.

El poder político es un lenocinio. Y, en ese contexto, los tres poderes integran una comparsa absolutamente prostituída.

Lo propio aplica al Poder Judicial, que luce -con muy honrosas excepciones- vendido ante cualquier estímulo de la Corona.

Castigador implacable sólo de los punguistas y de los ladrones de gallinas, pero raramente magnánimo y munificente con los criminales de alto vuelo. Especialmente si algo tienen que ver con la dirigencia política.
 
No puede haber Estado, en suma, cuando la jefatura de ese Estado se ha propuesto deliberadamente que no lo haya. El Estado son las instituciones de la República. Pero el Poder Ejecutivo, que debe velar por ellas, es justamente el peor mentiroso, errático, inoperante y enfermo de demagogia que hay a la vista.
         
La totalidad de los miembros del burdel operan desde adentro y desde afuera como unos perfectos propiciadores de la calamidad. Actúan como arquitectos de la implosión social, como si estuvieran empeñados, día y noche, en descubrir algún daño nuevo que se pueda perpetrar a las instituciones de la República.

Casi todo es una burla, y acaso más que eso: una puñalada a la ilusión y una danza de máscaras que van cayendo de a una y que convierten las escenas de cada día en la más increíble paradoja que consagra el mérito a la manufactura del mal.

Se supone que hay aquí muy pocas cosas que puedan ocurrir que nos salven de la anomia terrible que transitamos. Del andrajo moral que campea. Y del individualismo tan alevoso en el que se ha embarcado toda nuestra sociedad en su loca huída hacia adelante. O, peor que eso, en su desdén, en su indolencia, en su resignación.
 
Y existe mucho de irresponsabilidad conciente, en ese "sálvese quien pueda" que nos deja una sordina fotográfica cada día, con idénticas imágenes y con discursos repetidos, quizá de una ética que carece de sentido alguno del discernimiento entre el bien y el mal.    

Ser incrédulo y sospechar es, pues, un imperativo. Un deber cívico.

¿Qué se proponen declarando terroristas a los compradores de dólares? Por lo pronto, establecer un nuevo récord de ridiculez ante el mundo.

Pero, si desde la Corona, en lo que se cree y a lo que se apuesta es a ese tipo de procedimientos... debemos entregarnos ya mismo todos.

Ir a la Plaza de Mayo, engrillados. Y pedir que nos encierren en cárceles colectivas... Que se ahorren los perros y el alimento balanceado pues, en poco tiempo, deberá ser consumido por un vasto sector de la sociedad.

¿Qué otra cosa se puede hacer?    

Pues, huir de esta casta maligna, por cuanto es la mejor manera de inyectarse así algún antídoto social contra el acostumbramiento resignado, y contra la mansedumbre civil frente al desquicio interminable que se nos ofrece hoy, a todos, como paisaje cotidiano desde el pináculo del poder.

En esta verdadera bacanal del populismo, hemos ido dejando abandonados los espacios, para que sean ocupados por los tartufos, los mercaderes de la infamia y de la deshonra, los parásitos de la escoria social y los ineptos estructurales que forman hoy un formidable ejército de partisanos de la oportunidad.
 
Sujetos que viven envenenándose unos a otros, y luego enviándose flores a sus velorios, como borgias redivivos, aferrados a un timón que en realidad es manejado por el oleaje... nunca por ellos.

¿Ley de antiterrorismo para el que compra dólares?

A varios presidentes de América debieron internarlos con un ataque de risa cuando se enteraron. Vieron azorados en qué rara alquimia hierven su poder estos especímenes, que son incapaces de la reacción de nobleza más elemental, incapaces de reconocer su propia impericia, e incapaces también de crear un hueco ético, corriéndose a un costado y dándole la menor esperanza a quienes, como ciudadanos, les han confiado mandato.   
        
Mutantes, cuya desesperación caótica no los deja pensar nada más que en cuestiones personalísimas, primarias y muy efectistas, pero jamás en el plan más sencillo, ni siquiera para poder determinar su propio destino.

Ninguna función cubierta por esa ralea de carteristas podrá sobrevivir. Y lo normal es que la ejerza cualquier persona, aún con la más insuficiente preparación.   

¿Ley de terrorismo y perros Golden Retriever?

La única razón que lo explica es la multiplicación de la audacia de los partisanos de la política frente a nuestra propia impavidez.         
 
Y todos estos sátrapas florentinos se proponen compensar su ineptitud -de la que son plenamente conscientes- adoptando un gesto convencional, insincero, para convencer con eso al entorno y hacerle creer que son efectivamente lo que representan. Y así, de paso, mientras procuran convencer a los demás, intentan convencerse a sí mismos.

Pero les cabe el juicio de la historia y el veredicto de la verdad, que acaso deba producirse más pronto que tarde. Y frente a tribunales de verdad, de nuestra época. Con la fuerza moral de singularidad imperfecta pero implacable, que quizás perviva en las instituciones del sistema republicano.       

No por su ambición política que, si acaso fuera sana, no se deslegitimaría desde ninguna posición de poder. Sino por sus graves culpas en el debilitamiento de los restos de la estructura nacional.

No por su carencia de sabiduría y prudencia, que es pura ignorancia. Sino por su deshonestidad y su conciencia más absoluta de ser unos inmorales.
        
No por sus caminos siempre errados -que son obra de su ceguera-, sino por su engaño inaudito edificado en el lucro cesante del poder correctivo que poseen, pero que no ejercen.

No por fulminarle imbécilmente los negocios al país, sino por su clara intención de apuntar todo hacia sus propios proyectos personales, para permanecer en la villanía del negocio particular.

No por decirnos medias verdades -lo cual deviene de su gran limitación intelectual-, sino por habernos convertido en destinatarios de su malicia.

No por pactar entre gallos y medianoche, porque eso tiene espacio si fuere en bien de la República. Sino por mentir que no lo han hecho, por mentir cuando lo han hecho y por falsear para qué fines personales lo han hecho.
 

Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse
e-Mail:
gabunse@yahoo.com.ar
Twitter: http://twitter.com/gabunse
 

Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse, para El Ojo Digital Política