¿Ajustar o saquear?
“Cuando crezcas, descubrirás que ya defendiste mentiras, te engañaste a ti mismo, o sufriste por tonterías. Si eres un buen guerrero, no te culparás por ello, pero tampoco dejarás que tus errores se repitan” (Pablo Neruda)
En un artículo reciente, pero anterior a las elecciones generales del domingo pasado, describí por qué el Gobierno, frente a la caída simultánea de todas las columnas basales del “modelo” –los superávits gemelos, el dólar “competitivo”, el crecimiento geométrico de la soja y el atraso cambiario en Brasil- se vería enfrentado a encrucijadas complicadas. Hoy podemos decir que la opción se reduce a ajustar ese “modelo” a la nueva realidad o saquear nuevas cajas.
Para enderezar el rumbo, y pese a conocer las diferentes complicaciones que implicaría, bastaría con corregir algunos gigantescos errores cometidos por el kirchnerismo: el ocultamiento de la inflación con la falsificación de las estadísticas oficiales, el subsidio a las empresas prestadoras de servicios públicos, el congelamiento de los precios a las energéticas con paliativos gubernamentales, el atraso cambiario, la inseguridad jurídica, etc.
Cuando digo que no sería tan difícil hacer correcciones que no conllevaran el sacrificio de puestos de trabajo –como ya está ocurriendo- o el castigo, una vez más, a los más pobres, me refiero, por ejemplo, a modificar la política de subsidios a la energía o al transporte. Una inmediata y rápidamente progresiva liberación de los precios, con un simultáneo subsidio a los consumidores más necesitados de ambos servicios, permitiría reducir de golpe el déficit de la balanza comercial que, en materia de combustibles, este año rondará los US$ 8.000 millones.
Porque, como siempre, la realidad se impone y el viento de cola que acompañó a dos gobiernos sucesivos, que tuvieron una suerte increíble, parece haber borneado por influencia de la crisis internacional, que nadie puede asegurar cuándo y cómo terminará.
El Gobierno está proyectando una película que los argentinos ya vimos muchas veces: el control policial para evitar la continuidad en la fuga de capitales, que este año superará los US$ 20.000 millones. Sería cosa de recordar a doña Cristina y a su instrumento, don Guillermo “Patotero” Moreno, que ni siquiera Stalin consiguió vencer al mercado negro, pese a llegar al asesinato de veinte millones de compatriotas al intentarlo.
Desde el lunes pasado, en lugar de continuar con el festejo que el 54% obtenido el domingo ameritaba, el Gobierno está trabajando de sol a sol para intentar calmar a un mercado que ya ha dejado de creer en el “relato”, que percibe que el dólar está extremadamente barato en la Argentina, que no hay nadie (o demasiados) al frente del timón monetario y que, más temprano que tarde, las leyes inmutables de la economía se impondrán.
Pero no es por capricho o por vocación suicida que el Banco Central haya sacrificado tantas reservas para mantener “planchado” el precio de la divisa norteamericana -¡detalle curioso: Argentina es el país más “antinorteamericano” de la región y, sin embargo, los argentinos se refugian en su moneda!- sino que sabe que devaluar hoy, con una inflación que supera el 28%, la dispararía instantáneamente, amén de producir conflictos graves por la licuación de los salarios.
Por lo demás, tampoco resulta un dato menor que, pese a los estruendosos anuncios oficiales en la materia –que sólo hablan, en realidad, de cifras minúsculas- la inversión privada directa ha mermado, en el último año, nada menos que 30%.
Y la única razón de ello es la falta de seguridad jurídica. Porque es menester reconocer que, a pesar que la Argentina, en orden a sus números macroeconómicos de crecimiento del PBI y de ratio de su deuda, está muchísimo mejor que muchos países europeos, las inversiones no llegan y prefieren irse a Brasil, a Chile, a Uruguay, a Paraguay, a Perú y a Colombia.
Nuestro país no ha conseguido llegar a un acuerdo con el Club de París por la cerrada negativa kirchnerista a cumplir el requisito esencial que el mundo impone a todos sus integrantes: la revisión, por el FMI de sus cifras económicas. Ello impide a las empresas privadas dar crédito a los importadores locales en sus compras, ya que no pueden obtener los seguros a la exportación de sus productos.
Pero, a la vez, nos impide acceder a los mercados voluntarios de crédito, mientras que Estados Unidos, absolutamente disgustado con nuestro país por varias y simultáneas razones, amén de habernos retirado el status de aliado privilegiado, no sólo veta cada tentativa nacional de obtener créditos de los organismos multilaterales sino que, públicamente, ha salido a buscar aliados que respalden su posición en nuestra contra.
Esta semana, en Cannes, en la dorada Costa Azul francesa, nuestra Presidente ha sido invitada a conversar, en privado, con Barak Obama. Por supuesto, el enorme aparato de prensa que el oficialismo supo conseguir ha presentado ese convite como un triunfo de la diplomacia argentina, encabezada por el inefable don Héctor “ex Twitterman” (se ha llamado a sugestivo silencio) o como un reconocimiento al apoyo ciudadano recibido el domingo pasado por doña Cristina.
Sin embargo, parece ser que las razones son otras. Como es sabido, Estados Unidos considera a Irán como su enemigo público Nº 1 en la actualidad. Por su parte, tanto Venezuela como Bolivia -el Brasil de Dilma corrigió esa postura de Lula-, han permitido a los ayahtollas hacer pie en América y, se sospecha, a acceder al control de material nuclear estratégico local.
Doña Cristina, con su orden a la delegación argentina de permanecer en el recinto de la Asamblea General de la ONU mientras su Presidente, el curioso Ahmadineyad despotricaba a los gritos contra Occidente y negaba el holocausto, y su negativa a romper relaciones pese a la acusación –aún no probada, es cierto- de la autoría del atentado a la AMIA, se ha puesto en la mira de un Departamento de Estado preocupado por la penetración iraní en nuestro continente.
Fuentes muy bien informadas, entonces, ofrecen otra versión de los objetivos de Washington para la entrevista bilateral: Obama daría un ultimátum a la señora de Kirchner para que ésta defina, en forma clara e inmediata, la posición hemisférica y global de la Argentina; si la respuesta no fuera del gusto norteamericano, nuestro país pasaría a convertirse, lisa y llanamente, en un enemigo de Estados Unidos. Si eso ocurre con una administración demócrata, cabe imaginar qué sucedería si el Partido Republicano se impusiera el año próximo.
Esa versión resulta muy creíble cuando se recuerda el cúmulo de agravios que el kirchnerismo y el cristinismo han propinado a las instituciones norteamericanas: la contracumbre de Mar del Plata, la acusación a la CIA de un complot contra el Gobierno por el caso de Antonini Wilson y su valija, el secuestro de material estratégico y la acusación de narcotráfico en el caso del avión decomisado por el Canciller en persona, y miles de otros más pequeños.
El Departamento de Estado tiene muy larga memoria cuando se trata de afrentas a la Presidencia –no al Presidente- de su país y, usualmente, las cobra. Baste recordar qué pasó cuando el mismo Obama decidió realizar una gira por el Cono Sur de la cual, como era obvio, la Argentina fue excluida.
En fin; como el resultado de octubre estaba definido ya en agosto, doña Cristina ni siquiera pudo disfrutar de la tradicional tranquilidad que otorgan los primeros cien días de un gobierno que, en los hechos, ya ha comenzado.
La conjunción de tan gran poder en manos de una sola persona y la falta de definición de ésta con relación al nombre de su Ministro de Economía, que permitiría vislumbrar por cuál de las variantes del título se inclinará a partir de diciembre, y un escenario internacional sumamente complicado, han vuelto a poner a la economía en el primer plano de la fotografía, pero sin un rostro concreto que la encarne.
Se podría decir, entonces, que nuestro futuro inmediato depende de una reunión en Cannes y de una elección personal de la viuda de Kirchner. ¡Qué país complicado somos!