POLITICA: POR EL LIC. GUSTAVO ADOLFO BUNSE

Querrán balearse en un rincón

Cuando gane por el 55% -o acaso bastante más-, tal vez sea un poco ridículo esperar 48 días para que le hagan la fiesta de su reasunción. Aquellos que no la voten, mejor que vayan poniendo barbas en remojo.

11 de Octubre de 2011

Cuando gane por el 55% -o acaso bastante más-, tal vez sea un poco ridículo esperar 48 días para que le hagan la fiesta de su reasunción.

Y, aquellos que no la voten, mejor que vayan poniendo barbas en remojo.

Empresarios, periodistas, políticos, jueces y hasta los opositores de escritorio, campeones de la imbecilidad nacional, acróbatas muchos de ellos de la partidocracia carterista, están -ahora mismo- a la espera de un 10 de diciembre inexorable, ansiosos para ir a postrarse a las escalinatas del palacio.  

Hermes estará en primera fila.

Y ese verdadero mutante de la axiología, médico fracasado y pactador excelso de las tinieblas va a sumarse a los otros tres campeones olímpicos de la frustración política, para buscar ellos mismos, cada uno por su lado, su propia recortada... para volarse los huevos en un rincón, como ha dicho el maestro Homero Expósito en el tango “Afiches”.

Expósito hizo varias letras para ellos.

¿Puede alguien creer que alguno de ellos, en su sano juicio, sueña con revertir esta situación? La respuesta contundente es NO.

Entonces, cuesta mucho creer este vaudeville, que se ve a simple vista como un resignado vía crucis, como una muda caminata de pavos hacia la humillación mas resignada de cada uno de estos personajes.    

Observan, perplejos, en estos últimos doce días, los discursos insólitos de la propaganda preelectoral de esta mujer, hablando de los 40 millones de locos (debe pensar, en su delirio, que hasta los niños van a ir a votarla).

Discursos que son una especie de hilera de fotogramas, todos ellos de un solo color, sepia oscuro… uniforme. Un color viejo, que desnuda el colapso de la razón, la agonía final del pensamiento crítico y el asesinato de la lógica intelectiva.

Los funcionarios más cercanos a Sarkozy, pasado un tiempo, contaron detalles de su último viaje a París. Producida y enjoyada hasta los tuétanos, ha actuado allí como si se hubiera propuesto exhibir un torrente de banalidades.  

Y aún hoy ignoran el objeto de su visita, pero supieron por la información posterior, que todo estuvo encaminado sólo a sellar un protagonismo personal no exento de la ridiculez más hedonista y superficial.

Hizo lo mismo que en Estados Unidos o que en cualquier lugar. Igual que aquí, por cuanto cualquiera de sus apariciones públicas, son vivas muestras de una selección extravagante de prioridades que le indica su conciencia. Por alguna razón va a ganar. Y no esta lejos de explicarse en hechos ontológicos. Ella se diferencia de los seres humanos en que, cuando hablan, convierten -mediante un mecanismo racional- sus pensamientos en palabras: el lenguaje.

Ella, no. Ella, muy probablemente, tenga una simpleza mental que podría denominarse “rutina retórica automática”.         

Es, sin dudas, una rutinaria de la frase articulada, dicha en función de la frase misma, lo cual produce el raro efecto de vaciar, en el acto, toda retención posible en la memoria de quien la oye.

Y cualquiera que desee sacar alguna simple conclusión… o darle a ese mensaje un sentido concreto, naufraga.

La rutina, que es la síntesis mayor de todos los renunciamientos es, casualmente, el hábito de renunciar a pensar. En los rutinarios, absolutamente todo es, toda la vida, el menor o el nulo esfuerzo.

Los prejuicios son creencias anteriores a la observación. Los juicios, en cambio, sean acertados o erróneos, son consecutivos a ella.

Pero véase que esta mujer, que va a arrasarlos a todos y que acaso pueda llegar al 2015, tiene todo mezclado, tal vez porque lo suyo, a fuerza de repetirlo frente al espejo, resulta ser un mero artificio del lenguaje fotocopiado una y mil veces, para ser leído mentalmente cualquiera sea el auditorio que se le haya puesto en frente.

Y eso somos como país: cualquier auditorio.

Contaminada pues, de mil juicios que son prejuicios y de mil prejuicios que son juicios, hizo, de todos sus últimos discursos, un formidable vomitatorio de la más tortuosa retórica, tan aérea y envasada al vacío que todas las frases se esfumaban y desaparecían de la memoria colectiva  apenas pronunciadas.

Un catálogo de lo inentendible, que siempre empieza por suponer, en voz alta -para hacernos suponer a todos- que los asistentes a todas esas presentaciones han ido allí en una gran procesión espontánea.

Familias, todas ellas, que abandonaron sus hogares y sus trabajos para concurrir a esos lugares a demostrar su afecto patriótico a una sola persona, con sus espíritus decididos a defender la democracia, casualmente encarnada  en la silueta de esta mujer.

Pero, además, ella hace de cuenta que cree casi ciegamente en esa sospechosa espontaneidad, sabiendo muy bien que es gente con una maravillosa capacidad de contagio mental de este tipo de vulgaridad.

El contagio mental de las manadas flota en el aire de cada atril que ella decide avasallar, y envuelve allí a cada asistente temeroso.

Casi nunca se ha podido ver a un imbécil que haya sido originalizado por cercanía o por proximidad a un genio. Al revés, suele ser común que un bienpensante se contamine y se pudra entre los imbéciles.

Es, simplemente, porque la idiotez es más contagiosa que el talento.

Oyéndola hablar 30 minutos, en el último de sus mejores ensayos de retórica vacía, hubo, sin embargo, algo concreto:

Esta mujer, no solamente renunció a pensar lo que dice sino, algo peor, parece que renunció a tener la menor noción de sus propias referencias.

La función mental para parir una idea… no adorna su vida.

Y, sin embargo, si tuviéramos que votar en diciembre, gana por el 70%.

Si alguien mezcla en una misma frase el agravio con la súplica, el denuesto con la enunciación de una humildad ortopédica, es porque tiene en estado de emergencia casi toda su conciencia crítica, lo cual hasta es difícil que pueda resolverlo el saber conjetural de un psiquiatra.
   
Eso es ingénito. No se quita ni con pastillas.

Inversamente, las pastillas lo agravan.

Pero los cuatro mutantes, cada uno con su orgulloso y humillante 10%, y viendo que ninguno de ellos ha podido ser mejor que esa lastimosa oferta, saben -perfectamente bien- hacia dónde se encamina todo.

Y pueden prefigurar,  muy fácil, su humillación del 23 a la noche.

No obstante, caminan lentamente hacia ella, sin el menor arrojo, sin conocer el devenir de nada pero, sabiendo muy bien, que querrán balearse en un rincón. Aunque, sin dudas, no tendrán el coraje para hacerlo.


Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse, para El Ojo Digital Política
e-Mail: gabunse@yahoo.com.ar
 

Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse, para El Ojo Digital Política